AUTORIDAD
HUMANA
EN LA IGLESIA
DE CRISTO
¿Tiene respaldo Escritural...?
Pero vosotros no queráis que os
llamen Rabí; porque uno es vuestro
Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro
a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos.
Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo. El que es
el mayor de vosotros, sea vuestro siervo. (Mateo 23: 8-11)
Jesús estaba
hablando aquí a sus discípulos y la gente que lo escuchaba de cómo deberían
actuar entre ellos, en contraste con la actitud hipócrita y reprobada de los
escribas y los fariseos.
La palabra griega
vertida para “siervo”, es diákonos, que también es usada por varias versiones de la
Biblia como “ministro”. Aunque muchas personas piensen en “ministros
religiosos”, tal y como los vemos hoy en día (pastores, diaconado, líderes,
etc), la palabra “diákonos” –independientemente de cómo se transcriba, si
diácono, servidor o ministro-, significa simplemente un sirviente, ayudante o
asistente, y ese sentido humilde que transmite esta palabra es lo que mejor
expresa el sentido de la recurrente declaración de Jesús.
Sabéis
que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son
grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que
el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor (diákonos, “ministro”) y el que quiera ser
el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino
para ser servido (del verbo diakoneo,
“para que se le ministrara”), sino para servir.
(Mateo 20:25-28)
Jesús nos dice que,
en el sentido literal de la palabra, todos los cristianos, no solamente un
grupo especial, deberían ser “ministros” o “sirvientes” de los demás; es decir,
que deberían ponerse al servicio de otros. En otras palabras, un “ministro” no
es un cargo especial dentro de la iglesia, dentro de una estructura de
autoridad, sino una persona que sirve a sus hermanos de fe, en cualquier área
que sea necesaria.
Pirámide de autoridad en el G12 y en Asambleas de Dios
Hace unos meses
salí en maldición de la Misión Carismática Internacional, secta que lideran
César y Claudia Castellanos y que, como sabe la mayoría, funciona basada en una
fuerte estructura de autoridad cuyas cabezas son, precisamente, César y Claudia
de Castellanos quienes, a su vez, han colocado a sus hijas y familiares en
puestos de control y autoridad dentro de esa descomunal estructura
organizacional.
Llegué a la iglesia
Manantial de Vida Eterna, de Eduardo Cañas y su esposa Fulvia, pertenecientes a
Asambleas de Dios, pero estos “pastores”, amigos de los Castellanos, se
pusieron en contacto con ellos y después de su conversación, fui considerado
persona no grata en esta iglesia de Asambleas. Tratado con desprecio por sus
hijas y yerno –colocados en posiciones de control y mando dentro de la
organización que es dueña de emisoras, canales de televisión, almacenes de
zapatos, librerías y otras cosas- salí con mi esposa e hijos de la iglesia
Manantial sin haber completado ni semana y media allí.
En esta búsqueda de
un lugar donde reunirme –siguiendo el mandato bíblico- llegué a otra iglesia de
Asambleas de Dios, “Vida para las naciones”, mucho más pequeña y propicia para
la hermandad cristiana y, al mismo tiempo, inicié un estudio personal de la
doctrina básica cristiana.
Al poco tiempo me
di cuenta que el pastor de esta pequeña iglesia estaba fuertemente influenciado
por enseñanzas de la teología de la prosperidad de Cash Luna y del mismo
Eduardo Cañas, a quienes admira profundamente. Fue evidente también la
oscuridad espiritual de los miembros de la iglesia quienes creen en estas
enseñanzas a pesar de que no las han visto plasmadas en sus propias vidas. Al
respecto, y también referente a otras cosas graves que sucedían allí, hablé con
el pastor de esta iglesia y, respetuosa y laboriosamente durante varios meses,
le insté a que consideráramos tales enseñanzas a la luz de la Biblia. A pesar
de que constató el error en esta teología de la prosperidad, él siguió
invitando a pastores con esta enseñanza y la gente de la iglesia siguió
creyendo que se podían comprar los milagros a Dios. Para mi sorpresa, y estando
yo ya descorazonado, un líder de esta iglesia se me acercó buscando consejo
sobre su atribulada vida que ocultaba hipócritamente a la iglesia mostrando una
falsa apariencia de piedad. Cuando acudía al pastor por ayuda espiritual, él le
decía que se pusiera la máscara cuando subiera al púlpito y que actuara como
hacen los payasos; que los pecados de su vida no eran obstáculo para dirigir el
culto dominical. El hermano en cuestión no encontraba refrigerio para su alma
ni el descanso que Jesús prometió a sus seguidores. Iniciamos inmediatamente un
estudio de la doctrina básica registrada en Hebreos 6 y el cambio fue inmediato
y milagroso. No llevábamos ni tres días de estudio cuando este precioso hermano
sintió que, por primera vez, realmente nacía de nuevo y tenía arrepentimiendo
genuino. Le comunicó entusiastamente al pastor lo que había conseguido, pero fue
reprendido duramente porque, siendo “líder” de la iglesia, había menospreciado
esa “autoridad de líder” al buscar consejo en mí, un “aparecido”. El hermano,
rebosante de amor dentro de sí, le solicitó al pastor su permiso para enseñar
lo que había aprendido al resto de hermanos. El permiso no solamente fue negado
sino que el pastor me envió un mensaje directo: Me prohibía, “por amor a los
hermanos”, que yo no volviera a pisar “su” iglesia y que tampoco me
entrevistara con ningún miembro de la misma.
A partir de ahí fui
enterado de asuntos terribles que no vale la pena mencionar, y que eran
ocultados bajo la excusa de la “autoridad pastoral”, presente en la
organización mundial de Asambleas de Dios.
Asambleas de Dios
tiene una estructura similar a la estructura piramidal de poder del G12 de
César y Claudia Castellanos. A la cabeza de Asambleas está un “superintendente”
(hace no mucho era Eduardo Cañas) quien es visto como poseedor de una unción
especial, como si tuviera un rango espiritual más alto que el resto de miembros
de la iglesia.
Y, aunque Asambleas
de Dios enseña correctamente que todos somos “ministros”, en la práctica hay
niveles de autoridad, niveles de liderazgo y claramente se enseña que uno debe
“seguir y obedecer a sus líderes”. También se enseña a perseguir el crecimiento
desmesurado de las denominaciones (per se) y dicen que “somos un cuerpo,
¡no un negocio! Somos un organismo, ¡no una organización!” cuando la evidencia
muestra todo lo contrario.
Asambleas de Dios
se precia hoy día de ser el concilio más grande de iglesias pero sus “líderes”
a nivel mundial se han hecho los de la vista gorda y han guardado silencio
frente a los desmanes y herejías de los pastores de sus iglesias, se precian de
su relación privilegiada con los gobiernos de las naciones y son buscados por
candidatos políticos debido a la enorme influencia y gran número de sus
miembros quienes obedecen ciegamente las instrucciones de sus “líderes” y
“pastores” pudiendo decidir prácticamente cuáles políticos ganan y cuáles no.
También tienen una
“escalera del éxito”, similar a la de los Castellanos. Para llegar a ser
“líder”, hay que empezar por un Encuentro para luego seguir con varios niveles
de instrucción. Al final de esos niveles de instrucción se abre una célula, se
ejerce como líder de ella y se está listo para acudir a un nuevo Encuentro que
se llama “Retiro para líderes” del cual se sale preparado para entrar en la
fase final: El Seminario Bíblico. El Seminario es una especie de
Instituto Superior de enseñanza “bíblica” donde se les hace sentir a sus
alumnos que son ya miembros especiales y privilegiados de una clase oligárquica
espiritual. Allí se enseñan cosas “secretas” que no deben comunicarse a los
hermanos de “la base” y algunos de sus estudiantes ya están listos para ser
nombrados como “pastores” por el Concilio de Asambleas de Dios. Los pastores no
son escogidos por el Espíritu Santo guiando a la comunidad, o iglesia, en
general –como se hacía en la iglesia primitiva- sino que son nombrados por
otros pastores colocados en un nivel espiritual “superior”, como una especie de
sucesión de una “realeza espiritual” que se transmite siguiendo preferencias
personales de cada pastor para nombrar a quien quiere que le siga en esa
pirámide de autoridad. Así, cada creyente tiene una “genealogía” de autoridad
espiritual donde se es obligado a obedecer no solo al pastor o “padre
espiritual”, sino a “abuelos espirituales”, bisabuelos espirituales” y así
sucesivamente.
De este modo,
también se manejan conceptos como “iglesia madre”, con referencia a una iglesia
denominacional de la cual ha surgido el pastor de otra sede o denominación
diferente o igual. Dentro del pastorado también hay niveles que se acreditan
con credenciales y carnés, a pesar de que siguen asegurando que no son una
organización, y la sujeción a los pastores “superiores” es eterna e inmutable,
en una cadena de autoridad que llega hasta el gran superintendente que, para el
efecto, es una especie de Sumo Pontífice, un Papa que está a la cabeza de este
Concilio de iglesias.
Yo no he encontrado
en ninguna parte del Nuevo Testamento, una sugerencia a que la iglesia deba
estar organizada bajo algún rango de autoridad humana, ni que existan “iglesias
madres” o “abuelos espirituales”; menos que haya existido una especie de cuerpo
gubernamental eclesial o un superintendente que gobierne sobre la iglesia de
Cristo, contradiciendo abiertamente la norma Escritural de que sólo Cristo es
cabeza de cada varón y cabeza de la iglesia, no hombre alguno. (ver 1 Corintios
11:3; Efesios 5:23; Colosenses 1:18)
Estructura de autoridad dentro de la
iglesia
Vosotros fuisteis
comprados muy alto; no os hagáis esclavos de los hombres.(1Co 7:23)
Cristo nos compró a un precio muy alto y
nos ordena que no nos hagamos esclavos de otros hombres. Entonces, ¿por qué
razón, contradiciendo las Escrituras, permitimos que otros hermanos se coloquen
como “cabezas” espirituales sobre nosotros, haciéndonos esclavos suyos..?
La explicación podemos encontrarla en
nuestra naturaleza y experiencias pasadas y presentes. La gran mayoría de
nosotros ha vivido o vive en una sociedad fuertemente estructurada, con
sistemas religiosos altamente estructurados y, al ser “normal” esta forma de
vida, permitimos que influya en el entendimiento que tenemos de algunos pasajes
bíblicos dándole una explicación que va más allá de lo que muestra la evidencia
Escritural.
Los defensores de una estructura de
autoridad en la iglesia, citan principios como “Dios es un Dios de orden” y
endilgan a este “orden”, el significado de que una estructura “organizada” de
autoridad va de acuerdo con el pensamiento de Dios. Olvidan las instrucciones
precisas de nuestro Señor: Sabéis que los
gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes
ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así. (Mateo
20:25-26) y, de esta manera tuercen las Escrituras para su beneficio.
En realidad, la reclamación de autoridad
por parte de los encargados de pastorear la iglesia, fue una de las muestras de
la degradación del espíritu de hermandad enseñado por Cristo hacia una
estructura mundana de lo que parecía más “práctico” desde el punto de vista
humano oponiéndose frontalmente contra el señorío del Espíritu Santo sobre la
iglesia de Cristo.
Los cristianos poco a poco dejaron de vivir
por fe y fijaron su vista en modelos humanos conocidos de organización
despreciando la guía del Espíritu Santo y amoldándose al modo de vida de este
sistema demoniaco. En la práctica, la búsqueda de prestigio y autoridad
espiritual sobre los demás cristianos, hizo más daño a la iglesia que la
persecución infame y frontal del imperio romano. Satanás consiguió más con la
exaltación de los deseos humanos que con la tortura a manos de leones,
legionarios y turbas enardecidas. La iglesia de Cristo fue herida mortalmente y
en su lugar se erigió la iglesia de Satanás, llena de ornato, pompa,
ostentación y, por supuesto, con la aristocracia espiritual que perdura hasta
nuestros días y que en varias denominaciones “cristianas” es negada de palabra
pero aceptada en la práctica real..
El concepto de “iglesia”, como una simple y
sencilla reunión de cristianos, degeneró en una complicada estructura de poder
llena de estatutos humanos, trámites y ceremonias suntuosas. El término
“iglesia” perdió su significado original y se empezó a ver como el edificio
donde se congregaban, la denominación “legal” bajo la cual se cobijaban y,
obviamente, con las estructuras humanas de autoridad que reclaman
estridentemente sujeción porque –dicen- proceden de Dios.
Cipriano, uno de los padres de la iglesia
Católica, escribió lo siguiente:
No puede tener a Dios como su Padre quien no tiene a la
Iglesia como su madre. Si hubiera
existido para alguien la posibilidad de escapar con vida fuera del Arca de Noé,
también existiría la posibilidad de escape fuera de la iglesia.
De esta manera, la
enseñanza bíblica de la salvación que proviene únicamente de la fe en el
sacrificio de rescate de Jesucristo fue “mejorada” y le fueron añadidos
detalles que sobrepasan lo que enseña la propia Escritura. Nadie puede ser
salvo, dicen las iglesias denominacionales, si no permanece dentro de la
iglesia organizada, sujeto al obispo, pastor o superintendente. El papel
exclusivo del Hijo de Dios con respecto a la salvación pierde de esta manera su
exclusividad. Dentro de ese papel exclusivo de Cristo, se incluyen ahora a los
pastores, superintendentes, diáconos y líderes, y hasta la propia organización
eclesiástica denominacional comparte el rol dador de vida de Cristo, convirtiéndose
también en algo necesario para la salvación.
Las denominaciones eclesiales y su papel en la perversión del
evangelio.
El término griego ekklesia,
que generalmente se traduce como “iglesia” o “congregación”, sencillamente
significa “asamblea o reunión”. Habitualmente en la Sagrada Escritura se
utiliza para referirse a una reunión de personas que se congregan juntas como
compañeros de creencia. Esas personas son, en sí mismas, una “asamblea” o
“ekklesia” debido a que se congregaban o se reunían juntos. Excepto en
los primeros tiempos, cuando los cristianos todavía eran recibidos en las
sinagogas, las reuniones se celebraban principalmente y, en la práctica, casi
exclusivamente, en hogares privados.
Era el acto
de reunirse o congregarse lo que los constituía a ellos como iglesia, no la pertenencia
como miembros a un grupo constituido u “organizado” bajo cierta
“cobertura”. El término ekklesia se aplicaba a ellos como un pueblo
reunido, una asamblea de gente, una congregación de personas, considerado de
manera local o como un cuerpo colectivo que forma el pueblo de Dios, “la
asamblea de los primogénitos”. Ellos formaban una “comunidad”, una iglesia,
es decir, un pueblo con intereses comunes que los mantenía unidos.
Aunque el término ekklesia
no dejó de ser utilizado con esos significados, en los siguientes siglos se
adoptó otra manera de entenderlo. El término “iglesia” (ekklesia) llegó
de hecho a significar la autoridad religiosa detentada por
quienes ejercieron un control cada vez mayor sobre los reunidos. Lealtad a la
“iglesia” ahora llegó a significar, no sencillamente lealtad a la comunidad
cristiana, sino especialmente lealtad a los líderes de la misma y a
su dirección. Así, cuando hablaba la “iglesia”, no se refería a lo que
expresaba la comunidad, sino a lo que decía la autoridad religiosa.
Y esto sigue siendo cierto hasta el día de hoy.
El cambio de
enfoque fue sutil pero radical. El compromiso y lealtad exigida por Cristo a su
iglesia, fue derivada hacia compromiso y lealtad al líder o pastor de la misma.
Cristo, como cabeza, ya no recibe la atención debida sino que esta
atención ahora se dirige hacia el cuerpo o, más exactamente, hacia los
miembros de ese cuerpo que más se hacen oír, quienes pretenden hablar con
autoridad en nombre de todo el cuerpo: Pastores, líderes, superintendentes o
como quiera usted llamarlos reclaman hoy esa sumisión debida solamente a
Cristo.
Esto no significa
que los cristianos no deban sentir preocupación por los otros miembros del
cuerpo, ni que cada uno haga lo que se le venga en gana pasando por encima de
sus compañeros de creencia. Pero una iglesia (o reunión de personas) que acepta
el legítimo señorío del Espíritu Santo jamás tendrá división ni desorden
alguno. Si un miembro de ese cuerpo sufre, todos los demás miembros sufren con
él; si un miembro está feliz, los otros lo acompañan en su felicidad. Lo que
hace firme y compacto un cuerpo es la lealtad, no a los miembros que ha
obtenido posiciones de mando y dominio, sino al auténtico cabeza, Cristo Jesús.
Si existe esa lealtad y apego al cabeza, Cristo, los cristianos también
mostrarán atención para sus compañeros miembros del cuerpo.
Debido a que los
miembros que ejercieron dominio sobre el resto del cuerpo reclamaron esa
lealtad para sí mismos, la iglesia de Cristo empezó a dividirse en
denominaciones cuyos líderes convirtieron a las ovejas en objeto de rapiña
esgrimiéndolas como trofeo ante las otras denominaciones y arguyendo mayor o
menor “unción” o aprobación divina de acuerdo al número de ovejas que siguieran
a este líder.
En el periodo
post-apostólico, ciertos hombres ansiosos de poder y reconocimiento se
comenzaron a erigir sobre sus hermanos. [que ya se estaban evidenciando durante
el ministerio de Pablo. (2 Cor. 11:20)]. Pablo habla de un tal Diótrefes a
quien “le gusta ocupar el primer puesto” y
quien expulsó de la congregación cristiana a quienes no estaban de acuerdo con
él.
El proceso comenzó con una sutil exaltación
de la autoridad humana. En los escritos de Ignacio de Antioquía (quien vivió
aproximadamente entre el año 30 D.C. y el año 107 D.C. y murió como mártir),
comenzamos a encontrar exhortaciones como éstas:
Y estad sujetos a los presbíteros, como a los apóstoles de
Jesucristo. Vuestros presbíteros ocupan
[presiden] en la asamblea el lugar de los apóstoles. Someteos al presbiterio
[cuerpo de ancianos] como a la ley de Cristo Jesús.
Eso revestía a los
presbíteros de una autoridad equivalente a la que tenían los apóstoles e
igualaba la sujeción a ellos con la sujeción a la ley del Cristo. Pasaban por
alto que ellos no eran apóstoles, no habían sido elegidos como tales por
Jesucristo y, por tanto, no estaban dotados de la autoridad apostólica, así que
sería un terrible error –de serias implicaciones- considerarlos de esa manera.
Ignacio argumentaba que cualquiera que llevara a
cabo algo sin la aprobación del superintendente y del cuerpo de ancianos y
diáconos "no es puro en conciencia". Parecen
palabras copiadas al carbón y repetidas desde los púlpitos de la inmensa
mayoría de las iglesias “cristianas” de hoy día.
De esta manera,
poco a poco se fue marcando la diferencia entre “clero” y “lego”, entre
“pastores” y el resto del rebaño, y la aceptación de la autoridad humana fue
incrustándose en la consciencia de las ovejas de Cristo. A pesar de todo lo que
directamente significa el término griego ekklesia, palabras tales como
eclesiástico en español, así como los términos iglesia, église y chiesa
(en español, francés e italiano respectivamente) para “iglesia”, en la mente de
las personas tales términos fueron calando hondamente y su significado original
de asamblea de personas, se perdió totalmente para dar paso a pensar en una organización
religiosa o un edificio eclesiástico.
En los siglos que
subsecuentes al período apostólico, la enseñanza de “servicio sagrado” según el
Nuevo Testamento, se volvió anacrónica, obsoleta; y también degeneró en el
concepto de que el servicio cristiano a Dios no podía darse en la vida diaria
del creyente, sino que esa “adoración” significaba “asistir a la iglesia”,
elevando lo que se hacía en la iglesia (ya entendida como el edificio) a un
nivel espiritual superior en comparación con lo que un creyente podía hacer
fuera de la “iglesia”. Y fue así que los edificios donde se llevaban a cabo los
mal llamados “servicios religiosos”, tomaron la calidad de sagrados.
Así, se llegó a
pensar que si tales edificios eran “sagrados”, y las actividades que se hacían
en tales edificios eran “servicio sagrado”, entonces quienes detentaban el
poder –sacerdotes, pastores o ministros- fueron vistos como si llevaran una
vida más espiritual o tuvieran un nivel más alto que el resto de las personas.
El sacerdote,
pastor o ministro era preferencialmente “un hombre de Dios” mientras que los
demás eran los laikos (que significa
“del laos o pueblo”), y así se
desarrolló una división entre cleros y legos.
El superintendente
presidente, o pastor general, empezó a ser visto como representante de Cristo
y, por tanto, que cualquier instrucción que diera debería ser recibida
como si proviniera de Cristo mismo. Los pastores o ministros empezaron a
ejercer coacción en los miembros de la congregación, esclavizándolos,
tiranizándolos bajo la excusa de que si alguien los desobedecía, estaría
desobedeciendo al mismo Cristo. Tal proceder descalifica el valor que puede tener
la exhortación, por incluir la cuestión de si las instrucciones del
superintendente, pastor o ministro están en armonía con las de Cristo o, por el
contrario, son contradictorias con ellas. En la inmensa mayoría de los casos,
tales órdenes merecen ser desobedecidas; en otros casos, no siendo frontalmente
contrarias a la Ecritura, las órdenes podrían ser cuestionadas como
instrucciones que, sin embargo, sobrepasan lo que especifica la
Sagrada Escritura y, por tanto, podrían someterse o no a lo que el juicio
personal y la propia conciencia pudieran dictar.
Lo que vemos en la
mayoría de iglesias “cristianas” de hoy es llano autoritarismo, intentos fatuos
por revestir a los humanos imperfectos con el honor que tan sólo pertenece a
nuestro Maestro y Salvador perfecto. Cada vez que aceptamos esta autoridad
humana sin cuestionar su procedencia o respaldo escritural, nos estamos
convirtiendo en discípulos de hombres, seguidores de hombres, tal como
había advertido el apóstol Pablo que pasaría.
¿Qué pasa, entonces,
con los términos “apóstol”, “maestro”, “pastor”, “profeta”..? ¿No dice la
Escritura que debemos someternos a los pastores..?
Esto lo veremos más
adelante. Por lo pronto, quedémonos con las palabras de Pablo:
Para ser libres nos libertó
Cristo. Manteneos, pues firmes, y no os dejéis oprimir
nuevamente bajo el yugo de la
esclavitud. (Gálatas 5:1)
Dios los bendiga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario