CRISTO QUITA EL PECADO DEL MUNDO
¿Qué significa eso para nosotros..?
Una persona a
la que aprecio mucho, un cristiano que defiende con mucho celo sus creencias,
me compartió hace unos meses alguna inquietud procedente de alguien que
aparentemente anda en búsqueda de demostrar que los evangelios y algunos
apartes de las epístolas paulinas, son un fraude.
La “prueba
reina” de aquella persona era asegurar que el Cordero Pascual no tenía como
propósito el perdón de los pecados y que, por tanto, cuando Juan dijo que Jesús
era “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”,
estaba haciendo una afirmación espuria; y que eso demostraba que las palabras
de Pablo en 1 Corintios 5:7 (nuestra Pascua, que es
Cristo, ya fue sacrificada por nosotros) fueron añadidas fraudulentamente
para inducirnos al error . Según este hombre, así quedaba demostrado que los
evangelios del Nuevo Testamento eran falsos y que los pasajes que los
mencionaban estaban adulterados.
El
cordero pascual y el cordero expiatorio
Si bien es cierto
que el cordero pascual no tenía como propósito la expiación de pecados, cuando
Juan identificó a Jesús como el “Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo” estaba hablando tanto del cordero pascual
como del cordero expiatorio; ambos diferentes en función y propósito pero,
ambos, tipo de nuestro Señor Jesucristo.
El propósito del
cordero pascual era el sellar con sangre el pacto que estaba siendo establecido
por Dios para Israel. Quien quisiera aceptar ese pacto tendría que tomar la
sangre del cordero, rociarla sobre los postes y el dintel de su puerta. Esta
sangre, en efecto, no era para perdón de pecados, sino para salvación. Así
como la sangre del cordero proveía salvación, la sangre de Cristo hizo
exactamente lo mismo. Por supuesto, los israelitas, después de haber
aceptado la sangre del cordero, debieron emprender su camino hacia la salvación
definitiva, lejos del dominio de faraón. Pero dejemos que la misma Escritura
nos hable del significado del cordero pascual:
Y
cuando os pregunten vuestros hijos: “¿Qué significa este rito?”, vosotros
responderéis: “Es la víctima de la Pascua de Jehová, el cual pasó por encima de
las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a los egipcios y libró
nuestras casas” (Exodo 12:26-27)
Así como el castigo
de Dios vino sobre quienes no aceptaron la sangre del cordero pascual, la
condenación vendrá sobre quienes no acepten la sangre del Cordero –Jesús- como
señal de un nuevo pacto. Así como ellos fueron “librados” de la esclavitud
egipcia, los creyentes que acepten ese pacto serán librados de la esclavitud de
Satanás. Pero no basta con aceptar simplemente la sangre como señal de un nuevo
pacto. La obediencia es primordial en la aceptación de la sangre del
Cordero. Una vez se acepta a Cristo, se es salvo solamente si se obedece de ahí
en adelante. Cuando los israelitas aceptaron la sangre del Cordero Pascual,
aceptaron obedecer a Yahvé. De ahí en adelante, la obediencia fue asunto de
vida o muerte para ellos. Quienes aceptaron la sangre de ese pacto y no obedecieron,
sufrieron las consecuencias –en muchos casos- mortales.
Así como los
israelitas obedecieron, es decir, emprendieron inmediatamente la huída de
Egipto, los cristianos que acepten la sangre del nuevo pacto provista por
Jesús, deben emprender también la retirada de los dominios de Satanás y seguir
obedeciendo a Cristo.
Es importante
anotar que la misma noche en que Israel sacrificó el cordero pascual,
inició su éxodo, ya no como una turba de esclavos, sino como un pueblo libre.
La salida fue de urgencia, inmediata. De igual manera hoy, quien acepte la
sangre de Cristo debe salir de “Egipto” (que prefigura el dominio de Satanás)
con la misma urgencia porque su vida puede correr verdadero peligro. Así como
Dios protegió a los hebreos mediante la sangre del cordero pascual –a quien la
aceptara- Él dispuso de manera inmediata su salida hacia la tierra prometida,
llevó al pueblo hacia una forma de vida nueva, los separó de Egipto y sus
pecados y lo santificó mediante el bautismo en la nube (Espíritu) y en el mar
(agua).
En la inmensa
mayoría de iglesias “cristianas” de hoy, se enseña que cuando una persona hace
“la oración de fe” (una oración aceptando a Cristo como su Señor), ya es salva.
Se enseña que cada cristiano debe llevar a un inconverso a hacer esa oración,
así éste no tenga idea de lo que realmente significa. Es, ni más ni menos, que
una especie de trampa que se tiende a personas que realmente no quieren aceptar
a Cristo. Así, cuando un creyente logra que el inconverso haga esa vacía
oración –que no sale de su corazón- se convence de que tal persona ya es salva.
Eso es falso.
Así que, si
bien es cierto que el cordero pascual no sirvió para expiación de pecados, eso
no proporciona a nadie razón para limitar la prefiguración de Cristo en los
corderos circunscritos a la ley mosaica.
Cuando Juan el
Bautista identificó a Cristo como el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo, en la mente de sus oyentes se asoció correctamente con el cordero
pascual que, además, quitaba el pecado del mundo; es decir, también se asoció
con los corderos expiatorios. Porque uno de los propósitos de la ley mosaica
fue, precisamente, prefigurar a Cristo.
Uno de los propósitos de la ley fue el
profetizar y servir de figura o tipo al Mesías Salvador que
habría de venir y por medio de quien únicamente podía ser posible que el
hombre recibiera la verdadera salvación y se le declarara justo. Esto se logró
mediante dos formas: el Salvador fue anunciado mediante profecías directas, y
también fue prefigurado a través de los tipos y ceremonias de los mandamientos
de la ley.
Por ejemplo, en el caso de una profecía
directa contenida en la ley, tenemos en Deuteronomio una profecía donde Dios
habla a través de Moisés:
Profeta les levantaré
de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él
les hablará de todo lo que yo le mandare. Mas a cualquiera que no oyere mis
palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta. (Deuteronomio 18:18-19)
El apóstol Pedro cita estas palabras de
Deuteronomio y las aplica a Jesucristo:
Pues Moisés dijo a los padres: “El Señor vuestro Dios os
levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas
las cosas que os hable, y toda alma que no oiga a aquel profeta será
desarraigada del pueblo”. “Y todos los profetas desde Samuel en adelante,
cuantos han hablado, también han anunciado estos días. Vosotros sois los hijos
de los profetas y del pacto que Dios hizo con nuestros padres diciendo a
Abraham: “En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra”.A
vosotros primeramente, Dios, habiendo
levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijera, a fin de que cada uno se
convierta de su maldad”.(Hechos 3:22-26)
De esta manera,
el profeta anunciado por Moisés se cumple en la persona
de Cristo en el Nuevo Testamento.
Así mismo, en los sacrificios y
ceremonias de la ley, muchos tipos prefiguran a Jesucristo como el Salvador que
había de venir. Por ejemplo, en Éxodo 12, el mandamiento del cordero pascual
es figura de la salvación mediante la fe en la sangre expiatoria de Jesucristo,
derramada durante el tiempo de la Pascua en la cruz del Calvario. De la
misma manera, los distintos sacrificios relacionados con la expiación del
pecado y el acercamiento a Dios, descritos en los primeros siete capítulos de
Levítico, prefiguran todos, diversos aspectos del sacrificio expiatorio que fue
la muerte de Jesús en la cruz (cabe anotar que los sacrificios expiatorios
podían ser de ganado vacuno u ovejuno). Así, cuando Juan comparó a Cristo con
un cordero de sacrificio, estaba guiando al pueblo de Israel a apreciar a
Cristo como aquél que había sido prefigurado, representado por todos los
mandamientos relacionados con los sacrificios de la ley mosaica. [He aquí el Cordero
de Dios, que quita el pecado del mundo (Juan 1:29)]
Morir al pecado para
vivir en justicia
Una falsa creencia de muchos creyentes,
es pensar que con decir una oración aceptando a Cristo, ya se es salvo y se
vive para la justicia. Si bien es cierto que la confesión con la boca es
importante, no es menos cierto que una confesión que no nazca del corazón, como
producto de la fe (y la fe es un proceso adquirido mediante el estudio de la
Biblia) no tiene ningún valor. Por otro lado, como ya se dijo antes, aceptar a
Cristo es obedecerlo, y no podremos obedecerlo si no conocemos las Escrituras.
Acerca del sacrificio de Cristo
relacionado con el perdón de pecados nos habla Pedro:
Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero
a fin de que nosotros, habiendo muerto para los pecados, vivamos para la
justicia. Por sus heridas habéis sido sanados. (1 Pedro 2:24)
Cuando Pedro nos
dice que por el sacrificio de Cristo nosotros hemos muerto para el pecado para,
luego, vivir para la justicia, eso significa que la muerte de
Cristo va mucho más allá que el simple perdón de los pecados pasados. Saber y
aceptar que morimos para el pecado, pero que vivimos para la justicia, nos debe
llevar a una dimensión completamente diferente en la experiencia espiritual. Es
muy, pero muy importante saber esto.
La inmensa mayoría
de los cristianos de todas las denominaciones, están convencidos de que sus
pecados pasados pueden serles perdonados. Sin exagerar, podemos afirmar que
ésta es la razón por la cual asisten a las iglesias y se someten a la autoridad
de los pastores y demás jerarcas eclesiásticos. Ellos creen que con ir a sus
iglesias denominacionales y confesar (a Dios o al hombre), pueden lograr el
perdón de los pecados que han cometido. Pero jamás experimentan ninguna
transformación interna en su propia naturaleza. Estas personas creen
erróneamente que al morir Cristo por nuestros pecados, lo único que se necesita
de ellos es una confesión. Y la triste realidad es que no “viven para la justicia” y mucho menos han muerto al
pecado.
Todos esos
“cristianos” que ven en el sacrificio expiatorio de Cristo una especie de
permiso divino para seguir pecando, jamás alcanzarán el perdón por ellos. Estas
personas van a la iglesia, cantan, lloran, claman y confiesan sus pecados, y
salen de sus iglesias sin cambiar realmente su naturaleza para continuar
cometiendo la misma clase de pecados. A los ocho días regresan al mismo ritual
vacío. Y es que, honestamente, no pueden ir más allá.
Todo cristiano
auténtico debe entender que el propósito central de Dios en la expiación de
Cristo no fue para que el hombre pudiera recibir el perdón de sus pecados
anteriores sino más bien que, una vez perdonado por su vida pasada, el
creyente pudiera entrar en una dimensión completamente nueva de experiencia
espiritual. Cuando una persona acepta el sacrificio de Cristo, a partir de ese
momento, debe estar muerta para el pecado pero viva para Dios y la justicia; ya
no debe ser esclavo del pecado; el pecado no debe tener ningún dominio sobre
él. Por supuesto, esto se logra solamente con la aceptación del sacrificio de
Cristo que nos abre la puerta para la acción del Espíritu Santo en nuestras
vidas. Esa operación tiene que ver con el nuevo nacimiento.
Aceptar el
sacrificio del Cordero de Dios no es hacerlo de manera pasiva, como bajo el
Viejo Pacto, sino aceptarlo de manera activa, morir juntamente con Cristo.
Nuestra naturaleza pecadora debe morir (como murió Cristo); luego, debemos ser
sepultados (como lo fue Cristo –eso simboliza el bautismo), y debemos resucitar
(igual que Jesús) hacia una forma de vida totalmente nueva.
Y sabemos que nuestro viejo hombre fue crucificado
juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que ya
no seamos esclavos del pecado (Romanos 6:6)
Noten que la
crucifixión del viejo hombre juntamente con Cristo, fue un evento histórico que
sucedió en el pasado. Eso no quiere decir que debamos crucificarnos ya que
cuando Jesús lo fue, murió como sacrificio expiatorio una sola vez y para
siempre.
Así,
pues, también vosotros haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos
para Dios en Cristo Jesús. (Romanos 6:11) NC
Antes de este
versículo, Pablo habla de la importancia de saber esto, y de considerar el
asunto. Esto es importante:
¿Qué,
pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? ¡De
ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en
él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos
sido bautizados en su muerte?, porque somos sepultados juntamente con él para
muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos
por la gloria del Padre, así también
nosotros andemos en vida nueva. Si fuimos plantados juntamente con él en la
semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo
esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para
que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado,
porque, el que ha muerto ha sido justificado del pecado. Y
si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él, y
sabemos que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte
no se enseñorea más de él. En cuanto murió, al pecado murió una vez por todas;
pero en cuanto vive, para Dios vive. Así también vosotros consideraos muertos
al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. (Romanos
6:1-11)
Fíjense que la
muerte expiatoria de Cristo difiere de la muerte expiatoria de los corderos del
sacrificio en que bajo el Viejo Pacto muere solamente el cordero, pero bajo el
Nuevo Pacto nosotros morimos conjuntamente con el Cordero de Dios.
Hay dos condiciones
para estar muerto al pecado y vivos para Dios y su justicia: “Saber esto”
y “considerarnos muertos al pecado”
“Saber” en qué
consiste el sacrifico de Cristo y cómo nos afecta a nosotros, es tan importante
como “considerarnos muertos al pecado”.
Es necesario, como
lo asegura Pablo, “saber” lo que la palabra de Dios enseña acerca del propósito
principal de la muerte de Cristo (que muramos al pecado para que, luego,
andemos en vida nueva). Tambien debemos “considerarnos muertos al pecado”; para
poder ser sepultados en su muerte –que es el bautismo- y, de la misma manera
que lo hizo Cristo, podremos resucitar a una vida nueva aquí y ahora.
El propósito principal de la expiación de Cristo
Con respecto al propósito
principal de la expiación de Cristo –para que
nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia- podemos
asegurar dos cosas:
1)Ninguna otra
verdad tiene mayor importancia en todo el Nuevo Testamento.
2)Ninguna otra
verdad hay acerca de la cual exista mayor ignorancia, indeferencia o
incredulidad entre los que profesan ser cristianos. Si usted hace una encuesta
entre sus conocidos que profesan ser cristianos, podrá constatarlo.
Este es el
centro de nuestra fe. Saber que con la muerte,
sepultura y resurrección de Cristo somos justificados porque morimos al pecado
juntamente con él en el bautismo y emergemos resucitados a una vida nueva, es
un asunto que nadie entiende realmente y casi nadie conoce. Es así como podemos
aplicar a esta realidad lo que dice el Señor en Oseas 4:6: Mi pueblo se perdió por que le faltó de conocimiento.
El primer gran
requisito que Pablo estableció para disfrutar del propósito principal de la
expiación de Cristo es “sabiendo esto”.
Si el pueblo de Dios no conoce esta verdad, no podrá creer en ella; si no cree
en ella, no podrá experimentarla. Así que podemos entender la necesidad
imperiosa de dar a conocer estos hechos a la iglesia de Cristo para que cada
persona la recuerde permanentemente.
Y aquí tenemos que
considerar la importancia real del bautismo cristiano. En el próximo artículo
analizaremos el bautismo cristiano en agua, uno de los diferentes bautismos que
menciona la Biblia y que todos debemos conocer ya que es una de las doctrinas
fundamentales del cristianismo. (Hebreos 6:2)
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