¿TIENEN LOS
PASTORES DE LA IGLESIA
AUTORIDAD
DELEGADA DE CRISTO SOBRE
EL RESTO DE
FIELES..?
Lo que nos muestra la Biblia
Una respuesta positiva a
esta pregunta nos llevaría obligatoriamente a aceptar una diferencia en el
pueblo de Dios y la existencia de clase clerical y legos. O, dicho en otras
palabras, al responder positivamente la pregunta del título estaríamos dando
por hecho que la iglesia de Cristo está dividida entre una clase sacerdotal
(que dirige) y una clase de legos (pueblo, que obedece a la clase sacerdotal).
Esto, queridos hermanos, es falso. Las
Escrituras nos muestran que los pastores, ancianos, líderes, presbíteros,
superintendentes, o cualquier otro título que se le dé a un hombre para
investirlo de un nivel superior espiritual, es una interpretación incorrecta de
la Palabra de Dios que va en contra del mensaje del Evangelio, como lo vamos a
demostrar siempre teniendo como base la bendita Biblia, entendida como un todo
y no –como hacen algunos- sacando textos de su contexto y del mensaje principal
de las Sagradas Escrituras.
Un precioso hermano, a quien admiro y
respeto mucho, me envió las siguientes reflexiones acerca del tema de la
autoridad, con relación al punto de vista que defiendo:
Por eso digo que enfrentamos un
grave problema, que en realidad es un pecado. Pensemos que la rebelión fue el
pecado por excelencia de Lucifer. (...)Ese mismo espíritu mentiroso y rebelde
ha entrado subrepticiamente en la iglesia local, y muchos determinan qué está
bien y qué está mal en función de su entendimiento, su sola conciencia, sus
intereses o excusas diversas y relativas a la “paz que sienten”, etc. y no en
función de lo que dice la Palabra de Dios. (...) Jesús no está aquí con
nosotros como persona física, como venimos diciendo, ahora es el Espíritu Santo
el que debe gobernar la Iglesia. Para ello, también cuenta con sus
colaboradores. (énfasis
mío) (....) En la iglesia local, el Señor ha
levantado a hombres idóneos, a los cuales se les llama ancianos (presbiteros o episkopes en gr.) como administradores de Dios. Son los
responsables ante Dios del buen funcionar en la iglesia local. (...)Veamos Tito
1: 7, 9; “Es necesario que el obispo
(anciano) sea irreprensible como administrador de Dios…retenedor de la palabra fiel tal y como ha sido enseñada, para que
pueda también exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen”
Si nos damos cuenta, en la iglesia local los ancianos, comúnmente llamados pastores, tienen la responsabilidad ante
Dios de, entre otras cosas: 1) Ser retenedores de la Palabra. 2) Con ella
exhortar y convencer a los que contradicen.
Esto implica
autoridad espiritual. Esa autoridad espiritual es siempre conforme a la
Palabra de Cristo, y no conforme a opiniones o voluntades personalistas. Pero si es conforme a la Palabra de
Cristo, entonces el poder no es el del
pastor como hombre, sino el de la misma Palabra de Cristo. (...)“El que a vosotros oye, a mí me oye;
y el que a vosotros desecha, a mí me desecha; y el que me desecha a mí, desecha
al que me envió” (Lucas 10: 16) (Jesús definió una paridad
importante: Si se desecha al que tiene la autoridad delegada por Cristo, se
desecha al mismo Cristo.) (subrayado mío) (....) Por lo tanto, la
Palabra enseña que los miembros de una congregación de Cristo, estén sujetos al
pastor y ancianos de esa congregación, así como a los responsables delegados.
Veremos que esa sujeción y obediencia a los ministros congregacionales, son
siempre en cuanto a la autoridad de la misma Palabra de Cristo.
El hermano cita Hebreos 13:17: “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque
ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo
hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso” Y pasa a explicar este texto frase por
frase, de una manera extraordinaria –como suele hacerlo- pero que en esta
ocasión no comparto por no tener suficiente soporte Bíblico ni estar de acuerdo
con el mensaje de Cristo al respecto.
Pero vamos por
partes.
Contexto histórico y antecedentes de la epístola a los
Hebreos
El libro de
Hebreos, como todos sabemos, fue escrito antes de la destrucción de Jerusalén
en el año 70 d.C. y tuvo como objetivo principal exhortar y alentar a los
primeros cristianos –de origen judío- que esperaban vacilantes la Segunda Venida
del Señor y que dudaban de si habían tomado la decisión correcta al convertirse
a Cristo. Muchos estaban considerando seriamente regresar al judaísmo. Aunque
esta carta estaba dirigida a los cristianos hebreos, no sobra recordar que sus
enseñanzas también son aplicables a los cristianos gentiles.
En la introducción
a la carta a los Hebreos, el comentarista de The Expositor’s Greek Testament hace estas observaciones
importantes:
El
objetivo del escritor (...) era desvelar el verdadero significado de Cristo y
de Su obra, y de ese modo eliminar los escrúpulos, las vacilaciones y las
suspicacias que rondaban las mentes de los cristianos judíos, turbando su fe,
limitando su disfrute, y rebajando su vitalidad. (...) Rara vez, si acaso
alguna, se ha emplazado a los hombres a que efectúen una transición de similar
coyuntura y acompañada de tanta oscuridad. (...)Habiendo sido educado en una
religión de la que había sido persuadido a creer que era de autoridad divina,
se le pedía ahora al judío que considerase como anticuada una gran parte de su
creencia. Acostumbrado a enorgullecerse de una historia marcada en ciertas
etapas por visitas angélicas, voces divinas e intervenciones milagrosas, se
le invita ahora a desplazar su fe desde instituciones y personas venerables a
una Persona, una Persona en la cual la gloria terrenal brilla por su
ausencia y en la que aquellos aparentemente
mejor cualificados para juzgar no pudieron descubrir nada excepto la impostura
que le mereció una muerte de malhechor. (...) Habiendo atesorado con
extraordinario entusiasmo, como su herencia exclusiva, el Templo con todas sus
asociaciones reverenciadas, su Dios residente, su altar, su majestuoso
sacerdocio, su relación completa de ordenanzas, ahora el instinto de cristiano
recién convertido lo obsesiona de que hay una carencia esencial en todos esos
arreglos y de que para él son irrelevantes y obsoletos. (...) Para el judío, en
unas palabras, Cristo debe haber creado tantos problemas como los que resolvió
(...) muchos cristianos judíos deben haber pasado aquellos primeros días en una
inquietud angustiosa, llamados a confiar en Jesús por todo lo que sabían de Su
santidad y verdad y, no obstante, penosamente perplejos e impedidos de una
confianza perfecta por la espiritualidad inesperada de la nueva
religión, por el desprecio de sus antiguos correligionarios, por el abandono
obligado de todos los adornos y la gloria externos, y por la aparente
imposibilidad de encajar en un todo consistente la magnificencia de lo viejo y
la exigüidad de lo nuevo. (Tomo IV. Pp 237-238)
Es evidente que lo
“viejo” estaba lleno de magnificencia, pompa, esplendor... Todo lo que
necesitaba de los sentidos físicos para poder ser apreciado. Ahora, bajo el
Nuevo Pacto, era necesaria la fe, que no se basa en nuestros sentidos físicos, sino en las
realidades seguras e invisibles, eternas de la palabra de Dios. Por fe andamos, no por vista (2 Cor. 5:7). Pablo
contrasta la fe con la vista, la antepone. Igual hace el escritori de Hebreos: (fe) es la convicción (o evidencia segura) de lo que no se ve (Hebreos 11:1)
Lo “viejo” echaba
mano del mundo visible con el propósito de impresionar y atemorizar. Todo tenía
ese objetivo: la majestuosidad del templo, la solemnidad de los coros, la
enormidad en número de sus trabajadores, su atuendo ceremonial, la actividad de
los sacerdotes y levitas cuando hacían de mediadores ante Dios a favor del
pueblo. El pueblo de Israel creía que en el templo la presencia de Dios era
especialmente evidente y, de esta manera, para acercarse a Él, acudían allí con
ofrendas tangibles para celebrar las fiestas sagradas que tenían lugar
tres veces al año.
Nada... Nada de
esto estaba presente en la nueva fe cristiana. No había edificios, no había
coros solemnes con individuos especialmente preparados para ello, tampoco había
trabajadores en el templo porque no había templos cristianos sino que se
reunían en hogares privados comunes y corrientes; la fe cristiana no necesitaba
tampoco esas fiestas especiales tres veces al año, no había rituales ni
clase sacerdotal, ni altares ni sacrificios materiales; tampoco se
necesitaba en la fe cristiana ningún símbolo especial. Incluso en la
celebración de la cena del Señor, se empleaban cosas extremadamente corrientes:
pan y vino, normales en todas las mesas de creyentes y gentiles.
Definitivamente, como dice el comentarista arriba citado, era la “exigüidad de lo nuevo”.
Los cristianos hebreos tuvieron que
aprender que el servicio a Dios, su adoración, no dependía de asistir a ningún
“sitio sagrado” especial ni necesitaba de una “clase sacerdotal” nombrada por
Dios para que lo gobernara en los asuntos espirituales. Tuvieron que aprender
también que el reunirse no era un acto especialmente “religioso” más que otros
aspectos de su vida cotidiana como el comer en familia, asistir a los enfermos
o visitar a los hermanos en desgracia. Las reuniones de esos cristianos tenían
como objetivo el amor fraternal, el animarse unos a otros (Hebreos 10:25) para
edificación mutua, evidenciando que había una relación de familia bajo la jefatura
del Hijo de Dios –no de ningún hombre-, donde todos los reunidos eran iguales
ante Dios, sin rangos espirituales.
Lamentablemente,
muchos de esos cristianos hebreos estaban regresando a las cosas “viejas”, a
las cosas que necesitaban de los sentidos físicos, como la pompa, la clase
separada sacerdotal de “siervos o ministros de Dios” con vestidos y funciones
especiales; empezaron a necesitar de nuevo los edificios especiales sagrados,
los altares visibles, los coros y todas las demás cosas que impresionaban la
vista y los demás sentidos físicos. La “solemnidad” de los nuevos lugares
especiales sagrados encontró nicho en las emociones de los creyentes quienes
“sentían” algo especial cada vez que llegaban a estos edificios “sagrados” del
cristianismo. Tal como lo vemos hoy.
De igual manera, la
Cena del Señor, que estaba caracterizada por la informalidad y el compañerismo
cristiano cálido en un ambiente de familia, se fue convirtiendo en una
ceremonia revestida por la religiosidad de lo “viejo”. Como sucede hasta hoy en
muchas iglesias “cristianas”, quien administra el “sacramento” es el pastor,
ministro, reverendo, o como quiera ser llamado pero que no es otra cosa que un
oficiante separado del laicado, con presunto derecho divino para “administrar el
sacramento” a la iglesia. Nada más alejado de la “exigüidad de lo nuevo”, de la
guía del Espíritu Santo, por fe y no por vista.
Los cristianos
permitieron poco a poco que hombres –una nueva clase sacerdotal- se colocaran
como mediadores entre ellos y Dios y regresaron a la comodidad de lo “viejo” en
virtud de considerarse justos por seguir instrucciones de la nueva clase
sacerdotal y asistir regularmente a los servicios religiosos. El pertenecer
como “miembros” a un sistema religioso les dio –todavía lo hace- un sentimiento
de seguridad y justicia. Dejaron de apreciar el inmenso valor espiritual del
regalo que Dios estaba haciendo bajo el Nuevo Pacto, regresaron a la seguridad
que les daba la gloria externa de lo “viejo” y despreciaron los deseos de Dios
para darle importancia a lo que ellos consideraban como correcto. Pablo nos lo
dice: Porque
ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se
han sujetado a la justicia de Dios. (Romanos 10:3)
Muchos pastores cristianos intentan que la grey
regrese a lo “viejo” estableciendo su propio punto de vista de lo que es
agradable a Dios, sin tener en cuenta las palabras del profeta: Y todas nuestras justicias (son) como trapo de
inmundicia. (Isaías 64:6) La palabra es clara. No importa lo que nos
parece justo a nosotros; no interesa qué tan “espiritual” pueda parecer cierto
arreglo en la iglesia. Si no se ciñe a la palabra de Dios, no son más que
trapos de inmundicia.
Así, pues, los cristianos estaban regresando a
la guía y dirección que les imponían seres humanos –bien o mal intencionados-
olvidando que Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios,
éstos son hijos de Dios. (Romanos 8:14) Y: Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la
ley. (Gálatas 5:18) Es decir, la ley, “lo viejo” con toda su pompa, sus
ceremonias, su clase sacerdotal, sus coros, sus edificios especiales sagrados,
sus altares visibles, sus ofrendas visibles, su distinción entre clero y
laicado, todo eso quedó abolido por el sacrificio de nuestro Señor. Los
cristianos debían de ahí en adelante permitir la guía invisible del Espíritu
Santo, y el aceptar ese guía invisible mostraba que eran hijos de Dios.
Todo lo que les
daba sentido seguridad: templos sagrados, clase sacerdotal, altares visibles,
etc., fue hecho obsoleto mediante el sacrificio bendito de Cristo. Las rutinas
religiosas y las personas que antes reverenciaban como sus sacerdotes, sumando
las cosas visibles ya descritas, se habían evidenciado como tremendamente
deficientes y conducentes a error fatal. Después de que Pedro habló a los
judíos todavía incrédulos, acerca de la clase sacerdotal que había repudiado a
Cristo empujando al laicado a repudiarlo también; y después de que les dijo que
ya no necesitaban esa estructura religiosa porque el Espiritu Santo sería el
guía particular de cada individuo, los oyentes dijeron compungidos: “Varones hermanos, ¿qué haremos..?” (Hechos 2:37)
Aunque es
evidente que hoy en día no existe una clase sacerdotal “cristiana” que rechace
de plano a Cristo, cada uno de nosotros debe decidir si obedece a Dios o a los
hombres, si acepta la jefatura de los pastores, sacerdotes o ministros
“cristianos”, por considerarlo más conveniente y práctico, o se coloca bajo el
mando directo de Jesucristo. Cada uno de nosotros debe decidir si acepta sin
cuestionar ni verificar las instrucciones de los pastores o, por el contrario,
escudriñan las Escrituras para ver si la exhortación tiene fundamento bíblico,
siguiendo el ejemplo de los cristianos de Berea quienes no se atemorizaron ni
reverenciaron la investidura apostólica de Pablo cuya autoridad –él sí que la
tenía– le había sido dada directamente por Jesucristo. Pablo no se ofendió con
ese proceder ni reclamó su legítima autoridad apostólica sino que, por el
contrario, llamó “nobles” a estos cristianos.
Igual que los
hebreos a quienes fue dirigida la carta, a muchos cristianos de hoy en día se
les hace difícil aceptar esta verdad bíblica. No pueden entender cómo es
posible seguir la guía del Espíritu Santo sin necesidad de un “intérprete” o
“mediador” humano.”; igual que los primeros cristianos hebreos, muchos
cristianos de hoy encuentran sumamente complicado aceptar un servicio sagrado
sin necesidad de “edificios sagrados”, coros especiales, personal de la iglesia
dividido –como en la antigüedad precristiana- en diversos oficios dentro del
“templo de Dios”, ujieres, diáconos, líderes, pastores, profetas, apóstoles y
todo ese complicado cuerpo “ministerial” que niega la simplicidad y sencillez
del verdadero cristianismo y su apelación a la fe que encuentra su fuerza y
poder en lo que no se puede ver, en lo eterno; en contraste, la mayoría de
“cristianos” de hoy encuentran más conveniente seguir siendo guiados por vista
y no por fe, contradiciendo el mandato divino.
Una diferencia
entre el viejo pacto de la Ley y el Nuevo pacto de la gracia, es que la ley de
Dios está ahora escrita en los corazones de quienes voluntariamente se acogen
bajo la “ley de la gracia” o “ley de la libertad”. Y esto permite que
cualquier persona, no solamente una clase sacerdotal especial (llámense
pastores, ministros, ancianos, etc., cuyos significados veremos más adelante),
pueda ofrecerse ELLA MISMA como ofrenda viva en servicio a Dios, en adoración a
Él, de tal manera que su vida entera sea de adoración a Dios y no limitar este
servicio a ciertas actividades o lugares, sólo cuando se va a la
iglesia-edificio dejando de ofrecerse como sacrificio vivo el resto del tiempo.
Pablo, en su carta a los Romanos, en el capítulo doce habla de un abanico extenso
de actividades que son consideradas por el apóstol como parte de “ofrecerse en
sacrificio vivo”, y que abarca expresiones de afecto, humildad, amabilidad,
vivir en paz no solo dentro de la comunidad cristiana sino con todo el mundo.
Cuando el apóstol Pablo define cómo se
ofrece esa “ofrenda viva”, no menciona en ningún lugar la asistencia a los
cultos, el servicio en alguna sede institucional religiosa, la participación en
los coros, o la especial deferencia con alguna clase sacerdotal. Pablo nos dice
que sirvamos al Señor orando, compartiendo para los hermanos en necesidad,
sirviendo a los otros miembros del cuerpo cuya única cabeza es Cristo. No
podemos, pues, esgrimir argumentos de ignorancia acerca de tales cosas porque
ya contamos con la advertencia del apóstol Pablo: Mirad que nadie os engañe por
medio de filosofías y huecas sutilezas,
según las tradiciones de los hombres,
conforme a los rudimentos del mundo,
y no según Cristo. (Col 2:8)
Conforme a
esta advertencia del apóstol Pablo contra el engaño, y retomando la advertencia
del amado hermano que me hizo llegar sus reflexiones acerca del tema, con una
advertencia bien intencionada: “enfrentamos un
grave problema, que en realidad es un pecado. Pensemos que la rebelión fue el
pecado por excelencia de Lucifer”, vamos pues a seguir la guía del Espíritu Santo, mediante la palabra de
Dios para escuchar atentamente lo que el Señor nos quiere decir respecto al
tema; asumamos la actitud de Cornelio:
Ahora, pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia
de Dios, para oír todo lo que el Señor te ha mandado.
(Hechos 10:33)
¿Es pecado de rebeldía no obedecer
ni someterse a los pastores o ancianos de la iglesia..?
Ese es, creo yo, el punto central del asunto. El hermano que me envió
sus reflexiones asegura que sí es pecado esa desobediencia y que es un asunto
grave de rebeldía. Dice también que “es el Espíritu Santo el que
debe gobernar la Iglesia. Para ello, también cuenta con sus colaboradores”.
Arguye el hermano
que tales colaboradores son los pastores y que al ser delegados por Dios para
“administrar” sus bienes, eso implica ya, de por sí, una autoridad espiritual.
Escribe una frase el hermano que resume su posición frente al tema:
Jesús definió una paridad
importante: Si se desecha al que tiene la autoridad delegada por Cristo, se
desecha al mismo Cristo
Lamentablemente, no tengo más remedio que
estar en desacuerdo con este querido hermano de quien, entre otras cosas, he
aprendido muchísimo y me ha guiado con sabiduría hacia el conocimiento de Cristo.
Pero tampoco puedo ignorar que esto que asegura es totalmente contrario al
espíritu cristiano. Es, en cambio, la misma actitud mostrada por los escritores
cristianos del siglo II cuando, y tal como el apóstol Pablo había predicho, algunos ancianos perdieron
gradualmente la dirección de la pauta establecida por nuestro Señor para
regular todas las relaciones cristianas. En vez de dar pleno énfasis a la única
autoridad de Dios y Cristo, estos ancianos comenzaron a enfatizar cada vez más
su propia autoridad recordando, por supuesto, y tal como me recuerda mi
querido hermano, que esa autoridad provenía de Dios y de Cristo. Muertos los
apóstoles, entonces, se empezó a manifestar sutilmente el hombre de iniquidad.
En las Homilías Clementinas se dice lo siguiente a un superintendente:
Y
su trabajo consiste en clarificar lo que es apropiado, lo que deben seguir y
no desobedecer los hermanos. Por tanto,
la sumisión habrá de salvarlos, pero la
desobediencia les acarreará el castigo del Señor, ya que al presidente [el superintendente presidente] se le ha
confiado el lugar de Cristo. Por lo que, en efecto, el honor u honra mostrados
al presidente se consideran como dirigidos a Cristo y, mediante Cristo, a Dios.
Y lo que he dicho es que esos hermanos no pueden ignorar el peligro en el que
incurren al desobedecerle, ya que quien desobedece sus órdenes a Cristo
desobedece, y quien desobedece a Cristo ofende a Dios.
Es indiscutible que
el desobedecer a un superintendente que pregona ocupar el lugar de Cristo, era
una orden del “obispo” que cualquier cristiano estaría obligado a desobedecer.
Nadie puede ocupar el lugar de Cristo. Incluso, si tales órdenes del “obispo”
no fueran frontalmente contrarias a la Escritura, esas órdenes –según la
Biblia- pueden ser cuestionadas como instrucciones que, sin embargo, sobrepasan
lo que especifica la Sagrada Escritura y, por tanto, pueden someterse si así lo
prefiere el cristiano, a lo que su juicio personal y su propia conciencia le
dicten. Esa injerencia del autoritarismo –tanto en esa época como ahora-, es un
intento para recubrir a los humanos imperfectos con el honor que tan sólo
pertenece al Maestro perfecto, nuestro único Salvador Jesucristo.
Lo que
menciona mi querido hermano, pues, no es de ninguna manera un razonamiento
nuevo. Una llamada similar a la obediencia implícita en la congregación y a un
respeto reverencial hacia la autoridad humana se encuentra también en los
escritos de Ignacio de Antioquía, a principios del siglo segundo, en los que
utiliza los siguientes términos:
Por nuestra parte
debemos recibir a cualquiera a quien el Maestro de la casa envió para estar al
frente de sus domésticos, como lo haríamos con El que le envió. Está claro,
pues, que hemos de tener al obispo (el superintendente único) en la misma
estima en la que tendríamos al Señor mismo. (¡Vaya si se extralimita don Ignacio..!)
Ignacio, al
equiparar la obediencia al obispo [o superintendente] -siendo él “obispo de
Antioquía”- a los presbíteros [ancianos] y a los diáconos con la obediencia a
Cristo, “quien los ha nombrado” (nunca se nos dice cómo), consecuentemente está
diciendo que el desobedecerlos constituye también una ‘desobediencia a Cristo
Jesús’. Ignacio no deja lugar a una posible motivación correcta, a una eventual
desobediencia a los hombres para obedecer a Dios, cuando dice: “Quien no rinde obediencia
a sus superiores se muestra autosuficiente, pendenciero y arrogante.” O, en palabras de mi querido
hermano: quien no obedece a un pastor, se muestra“rebelde” y peca contra Dios
mismo. ¿La Biblia apoya esta enseñanza..? No, de ninguna manera.
Es una enseñanza de muchas iglesias
“cristianas”, especialmente de Asambleas de Dios, (de donde procede este
hermano) que la autoridad es un principio divino (lo cual es cierto) y que todo
aquel que tiene autoridad está bajo autoridad (también es cierto). Lo que
tuercen deliberadamente u ocultan por desconocimiento es que la única autoridad
del cristiano es Cristo, no hombre alguno. Esa es la única autoridad que debe
reconocer todo cristiano. La autoridad que se adquiere es sobre el pecado y
sobre Satanás, no sobre otros cristianos; y tal autoridad procede de Jesús
cuando obedecemos sus mandamientos.
No es cierto que Jesús delegue a cierta clase
sacerdotal (o pastoral según el caso) para ejercer como autoridad espiritual
sobre otra clase de cristianos legos. El hermano cita 1 Corintios 4:1 para
apoyar su punto:
“Téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de
los misterios de Dios” (1 Corintios 4: 1)
¿A quién se refería Pablo..? ¿A alguna clase
sacerdotal especial..? ¿A los pastores, ancianos, líderes o superintendentes..?
No. Pablo se refería a TODOS los cristianos, a todos
nosotros que somos ministros o siervos del Señor. Sus palabras estaban
dirigidas a quienes hemos nacido de nuevo y somos hijos de Dios con derecho a
“administrar” sus misterios. "A
vosotros se os ha concedido el conocer los misterios del Reino de Dios, pero a
los demás, sólo a través de parábolas, de modo que “viendo no vean y oyendo no
entiendan”. (Lucas 8:10) Esa responsabilidad
no es otra que la de predicar la salvación mediante la fe en la muerte de
nuestro Señor en la cruz, su sepultura y su resurrección al tercer día. La
administración de estos “misterios” no debe colocarnos en posición de
superioridad respecto a otros hombres, ni siquiera de los incrédulos, como nos
muestra el capítulo 3 de la carta a los Corintios.
El hermano avanza en sus reflexiones
asegurando correctamente que el Espíritu Santo puede hablar (incluso a los
pastores) a través de cualquier hermano cristiano: “no importa
cual sea su don o ministerio; si lleva cuarenta años en el Evangelio, o si sólo
dos semanas; si es pastor o si es “simple” oveja. Todo ello nos mantiene
humildes.” Cuando el hermano dice que
escuchar a cualquier hermano sea un pastor o una “simple” oveja, “nos mantiene humildes”, presumo que se refiere a
los pastores que muestran humildad cuando el Espíritu Santo les habla por medio
de una “simple” oveja. Esto lo ratifica el hermano citando a Tito 1:7-9:
“Es necesario que
el obispo (anciano) sea irreprensible como administrador de Dios…retenedor de la palabra fiel tal y como ha
sido enseñada, para que pueda también exhortar con sana enseñanza y convencer a
los que contradicen” (Énfasis suyo)
Y agrega:
Si nos damos cuenta, en la iglesia local los
ancianos, comúnmente llamados pastores,
tienen la responsabilidad ante Dios de, entre otras cosas: 1) Ser retenedores
de la Palabra.2) Con ella exhortar y convencer a los que contradicen. Esto implica autoridad espiritual.
En realidad, no es exacto lo que el hermano menciona
aquí, que los “ancianos” eran comúnmente llamados “pastores”. La palabra griega
para “anciano” es “presbíteros”, mientras que la palabra
griega para “pastor” es Poimén. Ambos términos designan diferentes funciones o
servicios. Y vamos a ver qué significado tenían según el sentido con que fueron
escritas.
Pastores y ancianos...
¿Están sobre la grey..?
Antes de entrar de lleno al tema, es necesario
recalcar lo dicho antes, que cada cristiano del primer siglo mantenía una
relación personal con Dios a través de Jesucristo, el Sumo Sacerdote, sin la
mediación innecesaria de otra persona humana. Cada cristiano, incluso las
“simples” ovejas eran parte integrante del sacerdocio real. En realidad, nunca
existió en la mente de estos cristianos primeros nada semejante a categorías
como ovejas “simples”, o legos, y ovejas
“especiales” o pastores.
Es muy cierto que
los ancianos cristianos tenían autoridad bíblica. Pero era una autoridad para
exhortar, enseñar y reprender. Esta autoridad era para emplearla en el servicio
a otros, no para tenerlos subordinados bajo ningún punto de vista. Un cristiano
podía libremente desobedecer a un anciano si las instrucciones de este siervo
fueran contrarias a la Escritura o, aún no siendo contrarias, si la conciencia
del reprendido así se lo dictaba. Un hijo de Dios, una persona que ha nacido de
nuevo, es guiada por el Espíritu Santo. Si tal guía es genuina, jamás se
opondrá a la enseñanza y a las directrices bíblicas.
La autoridad de los
ancianos era usada para apoyar, aconsejar, incluso reprender, pero jamás para
dominarlos o someterlos esgrimiendo amenazas ni exigiendo la misma obediencia
que a Cristo. Cuando surgía el error escritural, los ancianos lo refutaban con
argumentos bíblicos, a través de la persuasión, sin intimidación ni la tiranía
de la autoridad. Aún con todo, si los argumentos no convencían al hermano, éste
estaba en libertad de actuar guiado por su conciencia. Evidentemente, en una
iglesia guiada por el Espíritu Santo –repito- no ocurrirán estos
enfrentamientos sin fin, sino que las partes en disputa, bajo la guía del
Espíritu de Dios llegarán a conclusiones que favorezcan la obra del Señor. Es
decir, los ancianos –que eran personas de mayor edad y no una especie de
“cargo” o posición”- usaban la autoridad de la Palabra para aconsejar a un
hermano sin exigir nunca obediencia a ellos sino a la Palabra. De igual manera,
el exhortado tenía la libertad de defender su posición y de asumir una actitud
de acuerdo a su consciencia. No por esto era tachado de pecador o rebelde.
Claro, si el asunto no envolvía un tema claramente doctrinal estipulado
específicamente en las Escrituras.
Al abordar el tema
de la autoridad y, en general, cualquier texto referente a las relaciones que
deben existir entre los cristianos, siempre debemos tener presente la máxima de
nuestro gran Maestro: “Porque uno solo es
vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos”. (Mateo 23:8)
Con esto claro, que
todos somos hermanos y que nuestro único cabeza es Cristo, razón por la cual no
estamos obligados a obediencia a otro hermano. Analicemos el texto de Hebreos
13:17:
“Obedeced a vuestros dirigentes y someteos a ellos, pues
velan sobre vuestras almas como quienes han de dar cuenta de ellas, para que lo
hagan con alegría y no lamentándose, cosa que no os traería ventaja alguna”.
Es de
anotar que el texto no dice que hay que obedecer a los “pastores” (Poimén en
griego) ni a los ancianos (presbíteros, en
griego). La palabra usada aquí es una forma verbal que denota más una acción
que un cargo (literalmente “quienes guían” “quienes los estiman”)
Sea cual sea la
palabra, dando por hecho que sea “dirigentes”¿Implica eso automáticamente una
virtual sumisión hacia personas que llevan la delantera? De ninguna manera, puesto
que el mandato de Cristo no se limitaba sólo a la prohibición de ser llamados
“líderes”, sino que estaba en contra de que alguien asumiera la posición
o el oficio de líder, llevando a la práctica ese tipo de control
autoritario. Y autoritario significa reclamar obediencia a sí mismo,
así sea bajo la excusa de que “yo sólo ordeno lo que están en las Escrituras”.
Nada puede ser usado como pretexto para exigir hacia nosotros ni siquiera un
mínimo de obediencia invistiéndonos de una inexistente autoridad espiritual que
Cristo jamás delegó a ningún hombre. (excepto a sus apóstoles en esa
dispensación especial, pero ni aún ellos tenían derecho a reclamar obediencia)
De la palabra
griega (peithomai) que se traduce como “ser obediente” u “obedecer” , el
Theological Dictionary of the New Testament (Abridget Edition) dice:
Esta palabra asume acepciones tales como ‘confiar’, ‘estar
convencido’, ‘creer’, ‘seguir’ e incluso ‘obedecer’.
La acepción
“obedecer” es tan sólo una de las varias traducciones posibles de la palabra
usada (peithomai) y en este caso se alista en último lugar. Otras
traducciones, como la Reina-Valera 2000, y la SSE vierten esta palabra como
“escuchar”.
De hecho, el
escritor inspirado de Hebreos, en el versículo 7 del mismo capítulo 13 deja en
claro que quienes “toman la delantera” no habrían de transmitir su propio punto
de vista, ni interpretaciones ni mandamientos, sino la “palabra de Dios”
El comentarista
bíblico Albert Barnes, dice que la expresión “quienes toman la delantera” (o
"jefes" en otras traducciones) tiene el sentido de “guías”, o
maestros que actúan dirigiendo las ovejas hacia Cristo no hacia sí mismos. Si
esa guía se acomoda a las enseñanzas de Cristo, una respuesta positiva sería lo
pertinente y el camino correcto en cuanto que representaría la sumisión a sus
enseñanzas. Incluso en asuntos no tratados especificamente por las Escrituras,
dice Barnes, el cristiano habría de cooperar libremente mientras ese
consentimiento no rebasara los dictados de la conciencia propia.
Pero nada hay
que indique una sumisión automática, servil e incuestionable, como la que existe hacia una autoridad superior con el derecho a exigir
obediencia, con la capacidad de amenaza de exclusión sobre cualquiera
que no le obedezca, o con el peligro de que: Si se desecha al que tiene la
autoridad delegada por Cristo, se desecha al mismo Cristo.
Otro comentarista
nos dice que: “El significado básico del término
griego utilizado (peithomai) implica que el consentimiento voluntario
otorgado por la persona cristiana surge como resultado de tener ‘confianza’
primero, de estar ‘convencido’ y ‘creer’ en lo que proviene de esos hermanos
cristianos, y sobre esa base él o ella responden positivamente. Como hermanos y
hermanas cristianos, han entrado en una asociación voluntaria de creyentes, y a
lo que se incita es a una respuesta libre y de buena gana, sobre la base de
trato amable, ya que así se llevarán a cabo los trabajos de pastoreo de esos
hombres con mayor gozo, y hacerlo de otra manera no reportaría ventajas para
aquellos mismos a quienes se sirve. No se realiza como consecuencia de una
obligación que la “autoridad” de una organización tenga el derecho a exigir de
ellos.”
Así que la
respuesta a nuestro subtítulo: ¿Pastores, están sobre la grey..? no puede ser
más que un rotundo No.
La autoridad, desde el punto de
vista del evangelio de Cristo.
Sucedió un día, que enseñando Jesús al pueblo en el
templo, y anunciando el evangelio, llegaron los principales sacerdotes y los
escribas, con los ancianos, y le hablaron diciendo: Dinos: ¿con qué autoridad
haces estas cosas? ¿o quién es el que te ha dado esta autoridad? (Lucas 20:1,2)
La autoridad era un
asunto fundamental del cual nacía el conflicto entre Jesús y los líderes
religiosos de su día. La clase sacerdotal entendía que la autoridad residía en
ellos mismos y se extendía hacia aquellos en quienes ellos la delegaban;
exactamente igual a como sucede en la inmensa mayoría de las iglesias
“cristianas” de hoy. Igual que en el tiempo de Jesús, la clase sacerdotal “cristiana”
reclama para sí una autoridad divina para nombrar otros “pastores” y “ancianos”
que al ser nombrados se colocan sobre el resto de cristianos en una relación
“especial” con Jesucristo. La mayoría de las denominaciones de hoy no aceptan a
nadie que se llame a sí mismo “pastor” si no demuestra con credenciales o
carnets lo que dice ser. Asambleas de Dios, por citar un ejemplo conocido,
carnetiza a sus pastores y demás “líderes” con diferentes tipos de credenciales
según el rango que ocupen en la aristocracia espiritual. Alegan en Asambleas de
Dios que “nadie puede tener autoridad si no está bajo autoridad” torciendo esta
enseñanza para validar la dinastía sacerdotal a la que sólo llegan ciertos
privilegiados anulando de un brochazo el sacrificio de Cristo quien al morir
permitió que TODOS fuéramos parte del sacerdocio real. En Asambleas de Dios y
la gran mayoría de denominaciones que proceden o pertenecen a este concilio se
enseña que nadie tiene derecho a enseñar la palabra si no se ha pasado por su escalera
de éxito “subiendo” las posiciones necesarias hasta el pastorado local o la
“superintendencia” regional, nacional o continental. Igual sucede en las
denominaciones pequeñas. Un cristiano maduro que llega a una de estas
“iglesias” a servir, es instado a que enseñe sus credenciales y recomendaciones
pastorales. Nada de esto sería necesario si se aceptara la guía del Espíritu
Santo quien es el único que confiere autoridad, quien recomienda y quien nombra
sin necesidad de expedir carnés de cristiano. ¿Cómo saber si alguien es
cristiano o es un infiltrado..? Fácil, dejándose guíar por el Espíritu Santo,
no entendiendo esto como esperar a recibir una revelación extrasensorial y
milagrosa (que puede ocurrir) sino por medio de su bendita palabra. El Espíritu
Santo y la Biblia nunca se contradicen.
Las autoridades
religiosas del tiempo de Jesús veían en él una amenaza para la estructura de su
autoridad. Para ellos Jesús no era más que un intruso, un maestro no
carnetizado, ni autorizado, una persona religiosamente sediciosa, alguien que
minaba su posición ante la gente, un “aparecido” que no les había solicitado
permiso a ellos para enseñar siguiendo el conducto regular establecido. Sus
enseñanzas eran heréticas y peligrosas, ya que no se amoldaba a las normas
establecidas por los líderes religiosos, las interpretaciones elaboradas por
los maestros para la comunidad del pueblo del pacto de la ley mosaica.
Desde entonces, la
cuestión de la autoridad espiritual ha surgido una y otra vez. Increíblemente,
quienes un día habían resistido valerosamente a la “tiranía de la autoridad”,
señala un comentarista, “con frecuencia ellos mismos han sido seducidos después
por la llamada a lo que parecía “práctico” desde el punto de vista humano, o
por las oportunidades de dominio sobre otros que se presentaron”. Quienes una vez conocieron a Cristo y
avanzaron en su conocimiento y fe, cuando tuvieron posibilidades de ejercer
control sobre otros –ya sea debido a su conocimiento avanzado u otra cosa- no
desperdiciaron esta oportunidad de vanagloriarse y recibir una “merecida”
honra. Cuando esto sucede, la verdad es reemplazada por razonamientos engañosos
y por apariencias de algo plausible. La conciencia deja paso a la conveniencia.
La integridad es sustituida por el pragmatismo y por el punto de vista de que
el fin justifica los medios. Qué triste.
La pregunta es, en
concreto y de nuevo, ¿existe algún tipo de autoridad humana legítima en la
iglesia..? Claro que existe. Pero no entendiendo la “autoridad” como un permiso
para controlar, bajo ningún pretexto y en ningún grado, a otro hermano en la
fe. La autoridad es y será siempre de la Palabra, sin que esto signifique –como
algunos lo pretenden- que la bendita Palabra, de algún modo especial y confuso,
entregue su autoridad a alguna persona para que ésta la ejerza sobre otros
seres humanos. La autoridad de la Palabra nunca es delegada. El único papel que
debe ejercer un ministro (servidor, que todos lo somos) es el de citar la
Palabra a un pecador o discípulo, y la autoridad de ésta actuará sobre quien lo
permita. De esta manera, se cumple perfectamente el principio básico de que
TODOS podemos y debemos exhortarnos unos a otros.
Vigilad, hermanos,
para que ninguno de vosotros tenga un corazón malvado y sin fe que le haga
apostatar del Dios vivo; al contrario, exhortaos mutuamente todos los días,
mientras perdura aquel "hoy", para que nadie se endurezca por la
seducción del pecado. (Hebreos 3:12-13)
De igual manera, todos debemos someternos a
nuestros hermanos cristianos: Someteos unos a otros
en el temor de Dios. (Efesios 5:21) Obviamente, siempre en el temor a
Dios, no al hombre.
El someterse, el
obedecernos unos a otros, no significa que cada uno tenga, a su vez, el derecho
legal y divino de ejercer dominio sobre otros. Pero uno, en uso de su libertad
cristiana, aceptará de buena gana una exhortación que tenga base bíblica
sólida; y esta exhortación no dependerá del ropaje de “autoridad espiritual” de
hombre alguno sino de la bendita palabra de Dios, razón más que suficiente para
obedecer la invitación. Aún con todo, cada persona es libre y personalmente
responsable ante Dios –y sólo ante Él- de si obedece o no. Nadie tiene el
derecho de juzgar sobre otro hermano si éste es guiado por su consciencia y el
asunto no es claramente probado en las Escrituras.
Pongamos un ejemplo
concreto: Yo, Ricardo Puentes, supongo que tengo conocimiento suficiente de las
Escrituras para entender que no debo aceptar más guía que la del Espíritu
Santo. Sabiendo esto, busco apoyar a otras personas que, aunque llevan varios
años “en Cristo”, no lo conocen ni han nacido de nuevo; y empiezo a enseñarles
los rudimentos básicos del cristianismo –rudimentos sin los cuales es
absolutamente imposible avanzar hacia la perfección en Cristo. Mi hasta
entonces “pastor” cree que estoy subvirtiendo la autoridad y me llama “rebelde”
echándome fuera de lo que él llama “su” iglesia, ignorando conscientemente que
las enseñanzas que predico tienen fundamento bíblico y previniendo a los
hermanos que yo no tengo “carnet” ni autorización de Asambleas de Dios para
enseñar. El pastor en cuestión no utiliza la Biblia para refutar lo que digo
sino que esgrime su “autoridad” entregada a él por otro pastor de Asambleas de
Dios. Saca sus credenciales y carnets y yo, para evitar conflictos mayores me
voy de “su” iglesia advirtiéndole que cumpliré sus deseos de no acercarme –por
iniciativa propia- a ninguna de las ovejas bajo su “mando” pero que siempre
estaré dispuesto a obedecer primero a Dios antes que a los hombres, así estos
tengan carnets o credenciales de pastor. Le digo que si alguna persona me busca
o me la encuentro en la calle e inicia ella la conversación, estaré dispuesto a
compartir el mensaje del evangelio con ella. Al poco tiempo algunas personas
nos visitan a mi esposa y a mí, buscando tan solo que escuchemos sus problemas
y angustias. No solo las escuchamos sino que les damos consejo basado en la
Biblia y usando únicamente la autoridad de la Palabra. Comenzamos la
instrucción de los rudimentos de la doctrina cristiana sin necesidad de que yo
tenga un carnet que me dé permiso para ello. ¿Tengo autoridad para enseñar...?
Claro que sí. Si todo lo que enseño está basado en la Biblia y si acepto la
guía del Espíritu Santo para ello. ¿Necesito que algún tipo de autoridad humana
me delegue su autoridad para enseñar, exhortar y ayudar a otros hermanos
cristianos..? No, de ninguna manera.
Mirando el asunto
desde el otro punto de vista, desde la perspectiva de las personas a quienes
estoy enseñando, ¿tengo yo autoridad sobre ellos..? ¡Jamás permita el Señor
esto..! Sería un insulto al
sacrificio de Cristo. Todos los días oro y le pido al Señor que no permita que
yo me enseñoree sobre mis hermanos más débiles, sino que cumpla con la gran
Comisión, cual es enseñarles lo que dice la Biblia, aconsejarles en sus
problemas no con base en mi entendimiento sino con la Escritura y conducirlos
paciente y laboriosamente hacia Cristo. Cuando cada nueva oveja llegue a la
estatura de Cristo, a su conocimiento pleno, mi labor como “guía” cesa inmediatamente.
Esta oveja ya no necesita de ser guiada porque ya ha encontrado a Cristo y debe
dejarse llevar por la guía invisible del Espíritu Santo, quien, además, lo ha
guiado desde el comienzo haciendo que el creyente evalúe cada enseñanza y
dándole la medida de fe necesaria para avanzar de gloria en gloria, tal y como
promete la bendita palabra. Por esa razón, una persona que ha nacido de nuevo,
que ha aceptado la guía del Espíritu Santo, que ha aceptado el sacrificio de
Cristo como su único medio de salvación, ya pertenece a la iglesia de Cristo.
No es necesario que se inscriba como “miembro” en alguna denominación ni que
reciba una certificación escrita de ninguna “autoridad” humana, para que Cristo
ya la vea como parte de su iglesia. Evidentemente, este ser nacido de nuevo
debe buscar reunirse con otros compañeros de creencia pero jamás, por ningún
motivo, debe permitir ser esclavizado por otros hombres, así estos esgriman una
“autoridad espiritual”. Si debe sacrificar su libertad cristiana en aras del
compañerismo cristiano, la persona debe decidir por sí misma preguntándose qué
haría Jesús en esas circunstancias y qué enseña el ejemplo neotestamentario al
respecto.
Para
que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de
doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las
artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en
aquel que es la cabeza, esto es, Cristo. (Efesios 4:14-15)
El objetivo de cada
maestro, pastor, evangelista, etc., no es el de constituir una pirámide de
autoridad ni conformar una especia de cuerpo sacerdotal. Cada término de estos
(pastor, maestro, evangelista) designa una función, no un cargo. Es decir, yo
no puedo ser “nombrado” pastor, maestro, etc., sino que, ejerciendo una de esas
funciones, o cualquier otra al servicio de otros cristianos, (que es la
única manera de ejercerlas) cumplo con la orden de Cristo para cada uno de
nosotros: la de servir.
Entonces, ¿cuál es
el objetivo, la meta, de nuestro servicio como pastores, maestros, etc..? Que
sea la misma palabra la que nos conteste:
Y
él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros,
evangelistas; a otros, pastores y
maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para
la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de
la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de
la estatura de la plenitud de Cristo. (Efesios 4:11-13)
Ahí esta: Para que
todos lleguemos a la unidad de fe y del conocimiento de Cristo; para que todos
consigamos la estatura de la plenitud de Cristo.
La función de un
pastor no es pretender que cada cristiano recién convertido esté perpetuamente
bajo su “cobertura”, sino que cada uno crezca hasta alcanzar la madurez.
¿Quiere decir esto,
por ende, que una vez alcanzada la madurez, yo no necesito consejo de otros
cristianos..? No. Cada uno de nosotros, como lo requiere Cristo, está para
apoyar y ser apoyado, para aconsejar y ser aconsejado, para exhortar y ser
exhortado. Eso es cristianismo en acción. Nadie debe gloriarse de su
“espiritualidad” o conocimientos bíblicos. Antes bien, como dice el apóstol
inspirado, hay que estar permanentemente alerta para no caer.
Esa es la clase de
autoridad que apoya la Biblia. No es una autoridad sustentada en la persona o
su posición en el rango sacerdotal; la autoridad no descansa sobre la persona y
sí sobre la Escritura; la función de la persona es guiar hacia la autoridad
bíblica sin exigir un derecho –que no existe- a ninguna recompensa por hacer lo
que está obligado a hacer, ni reclamar un honor que no le corresponde y que
sólo es debido al Gran Pastor, Maestro y Salvador, nuestro Señor.
Así que, el asunto
está en la clase de autoridad, su
finalidad y qué limites tiene.
Entendiendo que
TODOS somos iguales y que no tenemos derecho a reclamar obediencia de otros
hermanos, hallamos sentido a la enseñanza de Jesús de que la iglesia es una
familia cuya cabeza es él mismo.
Cualquier cosa que afecte esa relación de hermandad no puede ser
genuinamente cristiana. Cualesquiera títulos o posiciones oficiales que, de por
sí, coloquen a alguien en un nivel espiritual diferente al de los demás o que
de alguna manera llegue a entrometerse en el exclusivo derecho del Hijo de Dios
como Amo y Maestro de sus seguidores, es
fuera de cualquier duda- una desviación perversa del espíritu del
cristianismo. Cualquiera que reclame un honor u autoridad sobre sus hermanos,
está desviándose de la verdad; el ejemplo de los apóstoles no le apoya... la
Biblia no le apoya.
Por otro lado ¿Qué
hay en cuanto a lo que encontramos en las Escrituras Cristianas sobre
denominaciones, tales como “pastor”, “maestro”, “profeta”, “anciano”, y demás?
Un comentarista bíblico dice que: “Era evidente que
todas eran referidas, no a cargos o posiciones oficiales en una estructura
de autoridad, sino a los servicios que habían de prestarse a la
comunidad de hermanos, se trataba de cualidades y habilidades
personales puestas al servicio de otros. La autorización para que dichas
personas ejercieran esos servicios no los constituía en cabezas espirituales
sobre sus hermanos”. Y la razón,
queridos hermanos, es porque "Cristo es la cabeza de todo varón",
no hombre alguno.
Esos servicios, las
cualidades y las habilidades estaban orientadas hacia la ayuda de las personas
en su “crecimiento” como cristianos maduros, no para que permanecieran mental y
espiritualmente como bebés, constantemente necesitados de la asistencia de
otros para pensar, para tomar de sus decisiones, y ser así fácilmente llevados
de una enseñanza a otra. Habían de ser como niños en su relación con Dios y
Jesucristo, pero no con respecto a los hombres. El propósito de asociarse
en congregación era el de facilitar su crecimiento como “personas maduras”,
capaces de tomar sus propias decisiones, hombres y mujeres “plenamente adultos”
que correctamente no admiten otro cabeza espiritual que a Cristo. Ninguno de
los que enseña a otros deben intentar hacer pensar a los discípulos que están
en deuda con él; ni pretender que los demás obedezcan sus sugerencias o guías
ni hacer que quienes no lo hagan se sientan irrespetuosos, desobedientes,
rebeldes o cualquier otra cosa que no tiene, de ninguna manera, base bíblica:
¿Qué, pues, es Pablo,
y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso
según lo que a cada uno concedió el Señor. Yo planté, Apolos regó; pero el
crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega,
sino Dios, que da el crecimiento. (1Cor.3:5-7)
El escritor inspirado lo dice: Sólo somos
servidores (o ministros) por medio de los cuales otras personas creen. Ni el
que planta es algo, ni el que riega. Sólo Dios. Amén.
Pablo, escribiendo
a Timoteo, describió la comunidad cristiana en términos de una relación
familiar. (1Timoteo 5:1,2). Los hermanos que eran ancianos en edad y en
experiencia cristiana podrían desempeñar correctamente un papel similar al de
un hermano mayor dentro de la familia. Como ejemplo ilustrativo, si faltaba el cabeza
de una familia, sus hijos mayores podían encargarse de hacer cumplir las
instrucciones de ese cabeza de familia, exhortar al apego a las instrucciones
dadas por el padre. Pero los hijos mayores JAMÁS podrían actuar como si en
realidad fueran ellos el cabeza de familia, como si a ellos
correspondiera el establecer las normas de conducta para la familia más allá de
lo que hubiera establecido y encomendado el cabeza legal de la misma. Tampoco
podrían, por ende, esperar, sugerir o exigir el reconocimiento y la sumisión
que apropiadamente correspondía tan sólo al cabeza de la familia. De modo que
así debería ser en la familia o casa cristiana, que tiene a Cristo como su
Cabeza y Dueño, regida mediante las instrucciones dadas por él mismo, ya fuera
directamente o a través de los apóstoles que eligió.
El
ejemplo de los apóstoles
Si fuera cierta la
afirmación de Asambleas de Dios, y otras denominaciones, que todo aquel que
pretenda tener autoridad, tiene que estar bajo autoridad; es decir, que cada
humano que quiera gobernar “espiritualmente” a otros humanos debe estar bajo
autoridad “espiritual” de otro ser humano, sería lógico ver esto en el ejemplo
de los apóstoles. ¿Dieron los apóstoles ejemplo de esto..? Veamos:
Al comienzo mismo
de su carta a los Gálatas, Pablo mostró gran empeño en dejar bien claro que su
apostolado y su dirección espiritual no venían de hombres ni mediante hombres, con
mención específica de los apóstoles en Jerusalén. Dio énfasis al hecho de
que, después de su conversión, no acudió a ninguna fuente de autoridad humana,
al decir:
No consulté enseguida con carne y sangre, ni subí a
Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia, y volví
de nuevo a Damasco [en
Siria]. (Gálatas 1:16-17)
No fue sino tres
años más tarde que Pablo viajó a Jerusalén. Y declara específicamente
que entonces únicamente vio a Pedro y al discípulo Santiago, pero a ningún otro
de entre los apóstoles durante su estancia de quince días. De modo que Pablo
no estuvo sujeto a alguna autoridad terrenal. Ninguno de los apóstoles
intentó guiarlo hacia lo que debería hacer o en dónde debería permanecer. Pablo
siempre se dejó guiar por las instrucciones del Espíritu Santo, autoridad
legítima de la iglesia y nadie le cuestionó tal llamado. Tampoco le pasó a
Pablo por la cabeza reconocer una “cobertura” de la iglesia de Jerusalén (donde
estaba la mayoría de apóstoles), ni una especia de autoridad espiritual de ésta
sobre otras iglesias.
Pablo estableció en
Antioquía su base, no en Jerusalén. Llevó a cabo viajes misionales, siendo la
congregación de Antioquía la que lo enviaba, no la de Jerusalén. Aunque estaba
relativamente próximo a Jerusalén (Antioquía se encuentra en la zona costera de
Siria), transcurrió un período de tiempo muy largo antes de que Pablo estimara
oportuno o encontrara la ocasión para volver a aquella ciudad. Como él dice:
"Después, pasados catorce años, subí otra vez a Jerusalén con
Bernabé, llevando también conmigo a Tito. Pero subí según una revelación".
Y es que el Nuevo Testamento no reconoce aristocracia o nobleza
espiritual, sino que llama “santos” a todos los creyentes. No existe el
reconocimiento de un sacerdocio especial que se distinga entre la gente y sea
mediador entre Dios y los legos.
Únicamente se reconoce al único gran sacerdote, Jesucristo, y claramente
enseña el sacerdocio y el reinado universal común de los creyentes.
Con el transcurrir
del tiempo, la relación de hermandad en la iglesia de Cristo, sufrió una
degradación hacia las formas de autoridad que conocemos hoy en día y que, sea
frontalmente exigida o tenuemente sugerida, son totalmente contrarias a la
enseñanza neotestamentaria. ¿Por qué se produjo esto sin la oposición de la
mayoría de creyentes..? Por la sencilla razón de que muchas personas, tal vez
la mayoría, prefieren delegar en otros la responsabilidad que por derecho les
corresponde. Incluso llegan a sentir un cierto orgullo por tener sobre ellos a
hombres con poder. Se vanaglorian de estar bajo la “autoridad” de algún hombre
especialmente poderoso o carismático. Eso es cierto hoy en día y lo fue
entonces. De modo que Pablo escribió lo siguiente a los corintios que se
enorgullecían de hombres que a sí mismos se presentaban como una especie de
“super apóstoles”, falsos apóstoles que no son otra cosa que ministros de
Satanás:
"Soportáis que os esclavicen, que os
devoren, que os roben, que se engrían, que os abofeteen. Para vergüenza vuestra
lo digo; ¡como si nos hubiéramos mostrado débiles!”. (2 Cor. 11:20-21)
Incluso durante el ministerio de los apóstoles
de Cristo, se empezó a considerar que fueran los hombres “nombrados” –por otros
hombres- quienes ostentaran gran parte de la responsabilidad que corresponde a
la persona individual. Se fue instando con bastante énfasis a los cristianos
del período post-apostólico a que creyeran que la manera de permanecer en
gracia de Dios era sencillamente permanecer sumiso y en conformidad con el
superintendente u obispo y los líderes
de la congregación. Estos hombres, que alegaban –y todavía lo hacen-
representar a Dios y a Cristo, deberían ser depositarios de la confianza de los
demás y deberían ser seguidos al igual que se debía confiar y seguir a los
apóstoles, sí, de la misma manera que se debería confiar en el propio
Jesucristo y seguirle a él. Cuando estos pastores, ancianos o líderes hablaban,
era como si hablara el mismo Dios.
Como dice un
comentarista bíblico: La necesidad de comprobar
toda enseñanza a fin de llegar a una convicción personal en cuanto a la
verdad, el hacer uso de la propia conciencia cristiana y
la necesidad de sentir un profundo sentido de la responsabilidad personal
hacia Dios por las creencias, actos y manera de vivir fueron reemplazados por
el énfasis a la sumisión a la autoridad humana constituida, el “centro visible
de la unidad”.
Pronto se olvidó la
orden expresa de ser libres porque Cristo nos había comprado a un muy alto
precio: Su propia vida.
Para ser libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues
firmes, y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud. (Gálatas 5:1)
La autoridad para
el servicio y la edificación fue pervertida, derivando hacia la autoridad para
subordinar, controlar y dominar, un proceso destructivo no tan sólo de la
libertad cristiana, sino del auténtico espíritu del cristianismo y de la
hermandad cristiana.
Contrario al trasfondo histórico ya
expuesto, al tratar sobre la posición de cualquiera que sirve en alguna
capacidad dentro de una congregación, el comentarista Lightfoot observa que,
según la Escritura,
“... su cargo es representativo y no vicario. No se
interpone entre Dios y el hombre de tal manera que la comunicación directa con
Dios sea suplantada por una sola persona, o que su mediación venga a ser
indispensable para los demás.”
Esto quiere decir
es que nunca los hombres pueden reclamar en justicia que: “puesto que
somos los subpastores de Cristo se nos debería dar el mismo trato que al propio
Pastor; nunca deberían ponerse en cuestión nuestras instrucciones como no se
cuestionarían las de El. Es a través nuestro que se tiene una relación
con Dios y Cristo y, por tanto, si se desea la aprobación y la bendición de
Dios, se debería permanecer en completa sumisión a nuestra dirección.
Sean agradecidos para con nosotros por todo, permanezcan tranquilos y no sean
rebeldes, porque, si se desecha al que tiene la autoridad delegada por
Cristo, se desecha al mismo Cristo.”
Afirmar eso va
directamente en contra de los consejos del apóstol Pedro a sus compañeros
ancianos, cuando les dice:
No
como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando
aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona
incorruptible de gloria. Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y
todos, sumisos unos a otros, revestíos
de humildad; porque: Dios resiste a
los soberbios, Y da gracia a los humildes. (1Pedro 5:3-5)
Ancianos
en la iglesia de Cristo
El término usado
por Pedro en el texto citado aquí, como “anciano”, viene del griego
“presbíteros”, y es la palabra más usada relacionada con la dirección en una
iglesia o congregación. En el lenguaje bíblico, la palabra significa
simplemente “persona de más edad”.
No hay nada, en
ningún lugar de la Biblia, que nos indique que el concepto de “anciano” sea
algo vinculado inherentemente a la religión. En realidad, es quizás la forma
más antigua de dirección de una comunidad que se conoce en la historia. En
todas las culturas de la historia, en todo el mundo, desde los grupos étnicos
tribales hasta sociedades más complejas, han contado con un grupo de “ancianos”
que, por su experiencia y edad pueden aconsejar o dirigir a la comunidad. En
tiempos bíblicos, Egipto, Moab, Madián, Gabaón tenían sus ancianos, quienes
actuaban en representación de las familias de las comunidades de su lugar de
residencia.
Cuando Israel se
estableció en Canaán, cada ciudad y cada pueblo tenía sus ancianos que servían
de manera similar. En el pueblo de Dios, a los ancianos del Antiguo Testamento
no se les describe como una especie de cuerpo de administradores funcionando continuamente
de modo oficial, con alguna autoridad política o religiosa. Más bien, eran
evidentemente personas respetadas que estaban disponibles siempre que surgía la necesidad, que estaban preparados
cuando se les requería para prestar ayuda en el trato con dificultades o
problemas, fuese a favor de una persona o de la comunidad como un todo.
No hay nada en la
evidencia bíblica que indique que había algún modo de nombramiento de los
ancianos israelitas en un sentido organizacional -ningún rey, ningún sacerdote
los “nombraba” como ancianos- ni de que se les considerase como que estaban
ocupando un “cargo”. Todo apunta en este sentido a indicar que un “anciano” era
simplemente un hombre estimado por la
comunidad como una persona que manifestaba sabiduría y juicio sano, siendo reconocido como tal por los que ya eran
considerados ancianos de la comunidad. Sería considerado como anciano
básicamente como resultado de lo que era como persona. Todo el asunto reflejaba
la actitud de respeto y de deferencia que se mostraba en aquellos tiempos a las
personas de edad y de experiencia, tanto en la familia como en la comunidad.
Cuando se formaron
las comunidades cristianas, empezó a funcionar un modelo similar de dirección
(diferente a “autoridad sobre otros”), y de ayuda. Es cierto que en la Biblia
dice que Pablo y Bernabé “nombraron ancianos” en varias ciudades que visitaron,
y que Pablo dio instrucciones a Tito de “nombrar ancianos” (“establecieses
ancianos”, Versión Reina-Valera) en
diferentes lugares de Creta. No obstante, la obra Theological Dictionary of the New Testament, dice con respecto a
Hechos 14:23:
En
el griego seglar, presbyteros
significaba simplemente ‘hombre de edad’ -por lo menos fuera de Egipto.
Posiblemente Lucas lo entendió de este modo en Hechos [14:23]. Si fue así,
entonces Pablo nombró a algunos de los ‘ancianos’ para una responsabilidad
particular, no a algunas personas a la posición de anciano.
Cualquiera que sea
el caso, aquellas eran circunstancias especiales, de dispensación especial, y
envolvían la autoridad apostólica,
ejercida directamente, o a través de un delegado (como en el caso de Tito), una
autoridad que ya no existe. Es evidentemente cierto que no todos los
ancianos en todos los lugares llegaron a serlo por visita personal de apóstoles
o de representantes de apóstoles, y no se dice nada relativo a que la condición
de anciano fuese conferida por correspondencia en tiempos cristianos.
Por lo tanto, no hay otra explicación que, el que ellos llegasen a ser
ancianos, era evidentemente el resultado de que fuesen estimados localmente
como personas con sabiduría y juicio sano, resultando en que fuesen reconocidos
como hermanos ancianos por aquellos con los que se congregaban. Y, como sugiere
la fuente citada, en tales casos cualquier “nombramiento” que recibiesen no
era para convertirse en anciano, sino un nombramiento de alguien que ya era
anciano para rendir algún servicio particular en la congregación.
Así, en cualquier
iglesia (no entendida como denominación) o grupo de personas que se reúnan hoy
día como cristianos, es posible que existan personas que sean respetadas debido
a su sabiduría y sano juicio, a su experiencia y edad que, si la ocasión lo
amerita, pueden responder aconsejando sobre las necesidades personales de un
individuo, o pueden actuar –como un grupo de ancianos- para deliberar sobre
asuntos que preocupen a la comunidad de cristianos. Esto tiene base bíblica.
No hay necesidad ni
sustento bíblico de que los ancianos deban ser “nombrados” formalmente ni las
Escrituras sugieren que este nombramiento formal sea esencial. El mismo arreglo
de la comunidad cristiana, como de familia, que se dibuja en las Escrituras
parece que va en contra de esta formalidad.
En ningún sitio las
Escrituras inspiradas muestran un lugar de privilegio para los ancianos,
reservándoles exclusivamente cosas como animar, reprochar o intentar el
restablecimiento de personas que, a juicio de ellos, han emprendido un proceder
erróneo. El que ellos puedan tomar la
iniciativa en esos asuntos, de ningún modo priva a otros para que puedan
llevar a cabo esas cosas también.
Así que no es
cierto lo que me dice el querido hermano que me escribe:
Si nos damos cuenta, en la
iglesia local los ancianos, comúnmente llamados pastores, tienen la responsabilidad ante Dios de, entre otras
cosas: 1) Ser retenedores de la Palabra.2) Con ella exhortar y convencer a los
que contradicen.
Por el contrario, todos
tenemos el derecho y la obligación de ser retenedores de la palabra y exhortar
con ella a otros.
La elaboración de
reglas al respecto, revela una mentalidad en la que es evidente la diferencia
entre clérigos y legos, no la que corresponde a una hermandad cristiana;
y, de paso, propone dos normas de actuación, una para los ancianos, y otra para
todos los demás. Es indiscutible que la exhortación bíblica a ser “imitadores
de Dios, como hijos amados” se dirige a todos
los cristianos, no a un número selecto de ellos.
La
palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos
unos a otros en toda sabiduría,
cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y
cánticos espirituales. (Colosenses 3:16) (Subrayado mío)
Podemos y debemos
enseñarnos y exhortarnos unos a otros, en sabiduría guiada por el bendito
Espíritu de Dios. No hay necesidad de otra validación para ello que la
suministrada por el señorío del Espíritu Santo. No hay necesidad de pertenecer
a una organización denominacional ni tener carnets especiales para cumplir las
órdenes de nuestro Salvador.
Para
ser libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir
nuevamente bajo el yugo de la esclavitud. (Gálatas 5:1
Solamente cuando seamos totalmente libres
de los hombres, podremos dar el siguiente paso: hacernos esclavos de ellos.
Porque siendo libre de todos, me hice siervo de todos
para ganar a cuantos más pueda. (1 Cor. 9:19)
Los términos “diácono”, “superintendente” y
“obispo”
Veíamos que el término griego “” significa literalmente “sirviente”,
“ayudante” o “ministro”. La Biblia también utiliza el término “”, que se traduce como
“superintendente” u “obispo”
Pablo y Timoteo, siervos de Jesucristo, a todos los santos en Cristo Jesús que están
en Filipos, con los obispos (epískopos) y diáconos (diákonos) (Filipenses 1:1)
La palabra empleada
por los escritores cristianos (diakonos)
significa simplemente un “sirviente, ayudante, asistente”. El sentido sencillo
y humilde que transmite esta palabra puede llevarnos a entender de mejor modo
la declaración de Jesús
Sabéis
que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son
grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que
el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor [diakonos, “ministro”] y el que quiera ser el primero entre vosotros será
vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido [del
verbo diakoneo, “para que se le
ministrara”], sino para servir. (Mateo
20:25-28)
Todos los
cristianos, no solamente una o unas pocas personas de un grupo, deberíamos ser
“ministros”, es decir, personas que se ponen ellas mismas al servicio de otros. Así, ser un “ministro” en este
sentido es diametralmente opuesto a lo que la mayoría de las iglesias entienden
con relación al término.
La misma palabra griega “diákonos” se
vierte “diácono”, y esto ha llevado a pensar a algunos en términos de un cargo
de iglesia, mientras que, es importante recalcarlo, el sentido es simplemente
el de un “ayudante” o “asistente”, de alguien que sirve de alguna forma
necesaria. Las Escrituras no dan ningún detalle ni establecen ninguna función
específica ni forma de servicio para los llamados a servir de este modo para
beneficio de un grupo.
De igual manera,
algunas traducciones vierten frecuentemente el término episkopos como “obispo” y para el lector que no haya
profundizado en el estudio de las Escrituras, es prácticamente imposible en
este caso no pensar en términos de cargo eclesiástico, en rangos de alguna
especie de “autoridad espiritual”. Incluso cuando se encuentra la traducción
más correcta “superintendente”, todavía puede existir la tendencia a pensar en supervisión
en sentido oficial y organizacional.
Al respecto, el Theological Dictionary of the New Testament
nos muestra que las formas verbales (episkopéo
y episképtomai) se usaban básicamente en el
sentido extrabíblico de “mirar”, “pensar”, “tener en cuenta algo o alguien”,
“velar por”, “reflexionar en algo”, “examinarlo”, “someterlo a investigación”,
y “visitar”, usándose en este último sentido especialmente con referencia a
visitar a enfermos, sean estas visitas de amigos para atender al enfermo o del
médico mismo. La mencionada obra también dice que la Versión de los Setenta utiliza estos términos en el sentido más
profundo de “estar interesado por algo”, “cuidar de algo”, y lo aplica de esta
manera a un pastor y sus ovejas.
Robert Banks dice
que “finalmente, los términos episkopos
(superintendente) y diákonos (diácono, ministro) deberían liberarse de
las connotaciones oficiales eclesiásticas que tienen para nosotros hoy, pues no
son esencialmente diferentes de los términos pastorales que Pablo emplea. No
existe evidencia real que sugiera que estos términos tuvieran algún significado
técnico en ese tiempo. Esto se confirma por el hecho de que en el segundo siglo
Ignacio y Policarpo no conocen ningún modelo episcopal en la iglesia de Filipo”.
(Paul’s Idea of
Community)
Es cierto que el término
(episkopos) puede emplearse para significar supervisar, escrutar e inspeccionar
pero, en este orden de ideas, ¿podríamos superponer a las referencias
de las Escrituras Cristianas la idea de un superintendente o supervisor organizacional que “supervisa” la
actividad de otros, inspeccionándolos y urgiéndoles a su trabajo asignado..?
No. Por la sencilla razón de que el término por sí mismo no lo requiere.
Incluso aún siendo aceptable semejante definición, ¿por qué
deberíamos apadrinarla preferentemente en lugar del sentido básico e igualmente
válido de un interés dedicado, de mirar de visitar a una persona motivados
por interés en sus necesidades? No podemos
negar que este sentido se ajusta mucho mejor al espíritu de las declaraciones
de Cristo a sus discípulos, y está más conforme con los principios de servicio
humilde que él difundió.
Aunque no son muchas las fuentes históricas, la evidencia indica que el
primer paso en la centralización llegó mediante un cambio en la consideración,
una auténtica distorsión, del papel de los cuerpos de ancianos o “presbíteros”
En lugar de considerarlos simplemente como hermanos de mayor edad que sirven
entre los hermanos (no por encima de ellos), como en una familia, se fue
implantando la pretensión de que aquellos ancianos disfrutaban de una
relación especial para con Dios y Cristo, distinta a la de los demás fieles
cristianos y superior a la de ellos.
Tal pretensión desvirtúa de plano el sacrificio de Cristo que nos
permite, a cada cristiano, mantener una relación personal con
Dios a través de Jesucristo, el Sumo Sacerdote, sin la intervención de nadie
más ni la necesidad de ninguna mediación humana. Cada cristiano es parte
integrante de “un sacerdocio real”.
La evidencia
muestra que, originalmente, los términos “superintendente” (epískopos) y
“anciano” (presbyteros) eran intercambiables, describiendo el uno la
propia función, y fijando el otro la atención en la cualidad de la madurez
de la persona. Es posible y factible que hubiera sido práctica habitual el
que uno de los ancianos actuara como presidente en sus reuniones y
deliberaciones. Pero, con el tiempo, se decidió que preeminentemente uno de los
ancianos asumiera la posición de “superintendente”, de manera que ese término
llegara a tener aplicación solamente en el caso de esa persona, y no aplicara a
todos los ancianos por igual. ¿Por qué sucedió así? Un comentarista nos dice:
La concentración de mayor autoridad en una sola persona
evidentemente se consideró como un paso de carácter “práctico” que pudo ser
justificado por las circunstancias, teniendo en cuenta la consecución de un
buen fin. La introducción de falsas
enseñanzas, y quizá también las oleadas de persecución que se experimentaron,
fueron la causa de que los ancianos percibieran lo práctico de que hubiera una
mayor concentración de autoridad en una sola persona, quien llegó a ser EL
superintendente, el único superintendente entre los ancianos. Debido a que el
término “obispo” proviene de la palabra griega para “superintendente” (episkopos),
ahí tuvo su comienzo el oficio de obispo. Naturalmente afloraron
diferentes puntos de vista y enseñanzas erróneas en las congregaciones
cristianas. Si quienes llevaban a cabo el servicio de pastoreo hubieran tenido
en cuenta la verdad según las Escrituras, incluyendo las enseñanzas de
Jesucristo y sus apóstoles, como arma espiritual para combatir aquellas
enseñanzas, habrían demostrado tener confianza en el poder de la fe para
‘derribar razonamientos y toda cosa encumbrada que se levanta contra el
conocimiento de Dios’, como lo expresó el apóstol Pablo. Pero en cambio, ahora
los hombres se habían vuelto a las armas carnales, recurriendo a un
encumbramiento de la autoridad humana con la excusa de mantener la unidad
cristiana y, supuestamente, la pureza de la fe.
Esos mismos
argumentos que anteriormente habían permitido la instauración de un arreglo
monárquico, donde uno de los miembros del cuerpo de ancianos vino a ser el
único Superintendente (u obispo), alguien en torno a quien la congregación
podía unirse como un “centro visible de autoridad” y que más tarde llevó a la
formación de sínodos o concilios para una región particular, “condujeron hacia
un centro visible para toda la iglesia”, ahora a nivel internacional, una
práctica absurda que alcanza su máximo exponente en la Iglesia Católica, la
Gran Ramera de la que nos habla la Biblia; sino que también fue implementada
por iglesias “cristianas” como vemos hoy en Asambleas de Dios y otros
“concilios” de iglesias.
Inicialmente, los
concilios de superintendentes tuvieron influencia tan sólo sobre un área, provincia o región
particular. Sin embargo, con la celebración del Concilio de Nicea (325 D.C), se
comenzó a universalizar el asunto, abarcando todo aspecto.
El creciente énfasis en la autoridad humana
que había comenzado como algo dentro de la congregación y, posteriormente,
entre varias congregaciones, al final llegó a internacionalizarse.
El Concilio de Nicea fue convocado por el emperador romano Constantino
(un hombre que a pesar de proclamar su conversión no estaba bautizado en ese
momento), principalmente para conseguir una posición unificada entre los
obispos cristianos (superintendentes) concerniente a la relación existente
entre Cristo y Dios, asunto que estaba dividiendo profundamente a muchos. El
asunto no se circunscribía a la divinidad de Cristo, un hecho aceptado,
sino que se discutía si Cristo debería ser identificado totalmente con
la divinidad suprema, el Soberano del cielo y la tierra. Según Sócrates, la
reunión estuvo cargada de insultos e improperios entre estos obispos o
superintendentes “cristianos”. Según Eusebio de Cesarea (aprox 260-339),
Constantino ejerció su influencia directa y personalmente para que el Concilio
declarara que Jesús “fue engendrado, no creado, el único que comparte
existencia con el Padre”. Sea cual fuere el nivel de intervención y dominio de
este emperador pagano en el concilio, todo lo adoptado allí llegó a ser ley
para la iglesia y para el imperio de Constantino.
Según Ecclesiastical
History, 1.9, de Sócrates, Constantino escribió a la iglesia de Alejandría
(Egipto) que “la terrible gravedad de las
blasfemias que algunos estaban descaradamente profiriendo con respecto al
poderoso Salvador, nuestra vida y esperanza”, ahora había sido condenada
y contrarrestada, “pues lo que ha resultado
aceptable para el juicio de trescientos obispos no puede ser otra cosa que la
doctrina de Dios”.
Entre la mentalidad
de los cristianos, que ya aceptaban en mayor grado la autoridad humana, aún por
encima de su propia consciencia y criterio personal, se creyó que debido a que
cierto número grande de líderes religiosos (obispos) habían votado a favor de
cierta posición doctrinal, ese mero hecho garantizaba como correcto el asunto, convirtiéndolo
en doctrina de Dios. Miremos a nuestro alrededor, a los líderes de iglesias
“cristianas” y concilios: nada ha cambiado al respecto. Si un líder “cristiano”
lo dice, se asume como cierto; si lo dicen los “superintendentes” de un
concilio enorme como el de Asambleas de Dios, con mayor razón.
Transcurrieron
algunos siglos para que la falsa enseñanza de la validez de una autoridad
humana sobre la iglesia, sustentada pobre y torcidamente en la necesidad de
unidad de creencia y criterio, llevara a la ya descarriada iglesia a la
creación de un número creciente de puestos de prominencia que correspondían al
desarrollo y crecimiento de la “iglesia” y creando áreas adicionales,
“ministerios especiales” (alabanza, jóvenes, liberación, etc) y niveles de
autoridad. Es decir, una jerarquía religiosa similar a la de la satánica
Iglesia Católica.
Así, bajo la excusa
de la uniformidad de creencias, se perdió la libertad cristiana. Asuntos
referentes a doctrina o comportamiento fueron zanjados no mediante la
exhortación o la comprobación escritural, ni mediante la discusión y la prueba
bíblica, sino mediante la imposición de la “autoridad” jerárquica que le
confería a ciertos hombres el poder para hacerlo..
Consideraciones
finales
Es necesario
repetir que las diferentes designaciones de pastor, maestro, evangelizador, y
así por el estilo, describen servicios
que deben rendirse, trabajo
que debe hacerse a favor de la comunidad cristiana, no cargos en el sentido de posiciones institucionales en un arreglo estructurado de ningún
tipo. Ya vimos que el apóstol menciona “apóstoles, profetas, maestros” en su
comparación de la comunidad cristiana con el cuerpo humano; pero antes de eso
él describe las dádivas espirituales que capacitan a todos, a cada uno de los miembros (por tanto, incluso
a los apóstoles, profetas y maestros) para cuidarse mutuamente unos de otros, y
al hacerlo así, él pone la atención, no en cargos o posiciones
organizacionales, sino en servicios y
trabajo, diciendo:
Hay
diferentes maneras de servir, pero es a un mismo Señor a quien servimos
Y hay diferentes maneras de hacer las cosas, pero es un mismo Dios el
que las hace en todas las personas. Dios da a cada uno alguna prueba de
la presencia del Espíritu, para el provecho de todos. . . Pero todas
estas cosas las hace el único y mismo Espíritu, el cual reparte las diferentes
capacidades a cada persona según él mismo quiere. (1
Cor. 12:5-7;11)
En el versículo 28
de la porción antes citada de 1 Corintios 12, junto con nombres tales como
“apóstoles”, “maestros”, “profetas”, el apóstol también lista algunos formas
verbales como “asistir a los necesitados” y “presidir la asamblea”.
Así, en la iglesia,
Dios ha encomendado diferentes funciones, poniendo a unos como
apóstoles, a otros como profetas y a otros como maestros. También hay los que
hacen milagros, los que pueden sanar a otros, los que ayudan, los
administradores y los que poseen el don de hablar en lenguas extrañas. (1 Cor. 12:28) (subrayado mío)
Algunas
traducciones convierten estas formas verbales en nombres, tales como
“ayudantes, administradores” (The Revised
Standard Version), “ayudantes, buenos guías” (Biblia de Jerusalén), “ayudantes, consejeros” (Phillips Modern English), “asistentes, administradores” (New American Bible, Edición Revisada),
“[los que tienen] habilidad para ayudar a otros o poder para guiarlos”, (The New English Bible).
Como afirma el
erudito Robert Banks: [Las dos formas verbales
griegas] simplemente significan prestar asistencia y dar dirección de un modo
menos personalizado. . . . ‘obras de ayuda’ e ‘iniciativas prácticas’ son tan
cercanas entre ellas como sea posible. Otra vez, estos términos no son de
carácter técnico. Ciertamente, no tienen que ver con posiciones oficiales en la
iglesia. Su aplicación a funciones, más bien que a personas envueltas en esas
funciones, su rango tan bajo en la lista de dádivas y, quizás, su aparición
sólo aquí en el Nuevo Testamento, apoyan esto.
En la obra New International Dictionary of New Testament
Theology, Tomo I, página 197, encontramos este comentario:
El
presente escritor cree que en la iglesia conocida por Pablo todavía no había
cargos institucionalizados o diferenciados con precisión. . . . Esto se
confirma por la lista de dádivas en Rom. 12:8, donde el prohistamenos [“dar dirección” o “cuidar de”] se caracteriza por spoude (celo). El prohistamenos se lista junto al didaskon
(el que enseña), el parakalon (el que
exhorta), el eleon (el que hace obras
de caridad). Todas estas palabras son formas verbales, que sugieren una
actividad más bien que un cargo.
El
asunto de las diferentes formas de traducir una palabra
También en estas
consideraciones finales, es necesario aclarar que algunos que llevan la
delantera en la obra del Señor, que se han distinguido por su servicio fiel y
su celo en dejarse guiar únicamente por la bendita palabra de Dios, como estoy
seguro de que es el caso del hermano que me exhorta a no ser “rebelde”, tienen
sus puntos de vista particulares basados en algunas versiones y traducciones de
la Biblia. El caso es que, como se dijo antes, cuando buscamos un entendimiento
de algún texto “difícil”, siempre debemos tener la visión de la Palabra de Dios
como un “todo” coherente.
Si queremos
desarrollar un punto de vista exacto en la compresión de la Biblia, debemos
tener en cuenta que, a menudo las
palabras del lenguaje original permiten una variedad bastante amplia de
significados. Por ejemplo,
mientras algunos traductores escogen aquellos significados que dan apoyo al concepto
de un arreglo estructurado y de considerable autoridad oficial, como los
traductores de New American Bible lo
hacen cuando emplean en Romanos 12:8 la expresión “el que manda debería ejercer
su autoridad con cuidado”. Aquí la expresión “el que manda” es una
traducción del griego ho proistámenos
(literalmente, el [uno] que está de pie delante). De igual manera, otras
traducciones que dan un tono autoritario a su traducción emplean términos tales
como “el hombre con autoridad” (Phillips
Modern English), “líder” (The New
English Bible, The New Revised Standard Version) “liderazgo . . . gobierno”
(The New International Version).
Por otro lado, la
versión Dios Habla Hoy, traduce proistámenos,
como “el que ocupa un puesto de responsabilidad”; la Revised Standard Version vierte esta misma expresión simplemente
como “el que da ayuda”; igual lo hace la Nueva Biblia de los Hispanos:
“el que presta ayuda”.
La diferencia de
traducciones es debida a que el término del lenguaje original (proistemi) tiene una amplia gama de
significados. Igual puede significar: guiar, dirigir, asistir, proteger,
representar, cuidar de, apoyar, preocuparse de, aplicarse en.
El contexto debe ser la guía para saber cuál de estos significados es apropiado.
Generalmente en los lugares del Nuevo Testamento donde aparece este término,
los traductores escogen entre los dos sentidos de “dirigir” y “cuidar de“. Los
que se sienten inclinados por aportar un tono de autoridad, lo hacen; los que
favorecen un sentido de cuidar y de apoyar, lo indican con su
traducción. Independientemente de las preferencias personales, la traducción “el
que da ayuda” tiene validez plena y armoniza perfectamente bien con el
espíritu del Nuevo Testamento como un todo, y particularmente con el ejemplo
del Hijo de Dios.
La misma expresión
aparece en 1 Tesalonicenses 5:12, donde encontramos esta exhortación según
vierte La Biblia de Jerusalén:
Os
pedimos, hermanos, que tengáis en consideración a los que trabajan entre
vosotros, os presiden en el Señor y os amonestan.
Encontramos otra
vez una categoría similar de traducciones de esta expresión. Algunas leen:
“[los que] ejercen autoridad en el
Señor” (New American Bible);
“[aquéllos] sobre vosotros en el
Señor” (The Revised Standard Version);
“os gobiernan en el Señor” (EUNSA).
Pero otras
traducciones, traducen: “[los] que os
conducen en el servicio del Señor” (AT),
“[los] que el Señor ha escogido para
guiaros” (Today’s English Version),
“[los] que os dirigen y aconsejan en el Señor” (Versión Popular), “[los que] os presiden en el Señor y os
amonestan” (Versión Reina-Valera 1960),
“[los que] os presiden y os aconsejan en el nombre del Señor”, (Versión Interconfesional). De igual
manera, en este versículo, igual que en 1 Corintios 12:28, no se emplean
nombres, sino las formas verbales “trabajando”, “cuidando (o conduciendo)”, y
“enseñando (o amonestando)”.
Indicando las
diferencias que esto produce, Banks comenta:
“Estas
tres palabras juntas indican simplemente el esfuerzo invertido por estas personas en llevar a cabo sus
tareas, el carácter apoyador de su trabajo y la nota de exhortación y de
advertencia apropiada para ello. . . . lo que está en juego aquí no son
posiciones oficiales dentro de la comunidad, sino funciones especiales.”
Individualmente
cada cristiano es libre de juzgar la autenticidad del mensaje. Cada uno de
nosotros está obligado (cabe ese término) a juzgar lo genuino de
cualquier mensaje que le sea presentado. Cada uno debe tomar su propia decisión en cuanto a su
validez, haciéndolo sin importar las pretensiones que acompañen a ese
mensaje, sin tener en cuenta el ropaje de autoridad con el que venga investido.
Eso se desprende de las palabras del propio Jesús cuando, con respecto a sus
verdaderas ovejas, dijo lo siguiente:
... y sus ovejas le siguen [al verdadero
Pastor], porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán
de él, porque no conocen la voz de los extraños. (Juan 10:4-5)
Jesús ordena que
sus ovejas juzguen por sí mismas si es Jesucristo quien les habla a través del mensaje que estén recibiendo.
Cuando el mensaje está cargado de exaltación de los hombres mediante habla
autoritaria, o está lleno de propuestas dogmáticas y legalistas que anulan
totalmente la tolerancia, la compasión, o que desvirtúan la gracia de Dios al
asegurar que podemos comprar con billetes de alta denominación su misericordia,
necesariamente ese mensaje ha de tener un sonido extraño para las ovejas que
conocen la Palabra, sin importar si tal mensaje proviene de personas que alegan
representar al gran Pastor. Antes que adherirse al punto de vista que a veces
se escucha en cuanto a que “incluso estando equivocados, hay que seguir
adelante y no fijar su mirada en hombres que enseñan mal”, Jesús dijo que sus
ovejas habían de distanciarse lo más lejos posible de quienes, mediante
proposiciones tiránicas, se muestran extraños al espíritu del cristianismo.
Existen motivos razonables para evitar a esas personas en vista de que los
hechos históricos no dejan lugar a dudas de la tendencia innata en los hombres
para encontrar la manera de imponer su voluntad y su manera de ver las cosas a
los demás, suplantando así de una u otra manera la voluntad de Dios y de su
Buen Pastor.
Lo
que significa pertenecer al Cuerpo de Cristo
El unirse a alguna
organización o denominación religiosa o iglesia no tiene nada que ver con el
ingreso en ese cuerpo al que las que las Escrituras llaman el Cuerpo de Cristo.
Nos convertimos en miembros de ese cuerpo de Cristo de una sola y única manera,
por nuestra fe. Cualquiera que haya aceptado al Hijo de Dios como su
Cabeza, se convierte en parte de ese cuerpo. Es la fe individual, personal de cada uno lo que lo conecta a esa
Cabeza, y la jefatura guiadora de Cristo continúa siempre disponible a cada uno
como persona.
Aunque un creyente
ya forma parte de un cuerpo colectivo debido a una fe compartida mutuamente,
nadie depende de la intervención o mediación de otro miembro o grupo de
miembros para tener acceso a esa jefatura o para recibir su guía. Pues “Cristo es la cabeza de todo varón” y, a través de Cristo y de parte de Dios “a cada uno [a cada
hombre y a cada mujer] le es dada la
manifestación del Espíritu para provecho”, asignando Sus dones “a cada uno en particular”. Hay “diferentes capacidades que una persona puede recibir”,
“diferentes maneras de servir” y “diferentes maneras de hacer las cosas” pero el “mismo Espíritu”, el “mismo
Señor” y “el mismo Dios el que las hace en todas las personas”.
Como miembros de
ese cuerpo, no es menos cierto que somos “miembros que pertenecemos individualmente
unos a otros”. A los cristianos se nos muestra que debemos ser, no miembros
de un sistema religioso, sino
miembros de una comunidad
religiosa, un cuerpo de personas similar a una familia bajo la jefatura del
Hijo de Dios.
Los cristianos del
primer siglo no “pertenecían” a una ekklesia, iglesia o congregación local, en
el sentido de pertenecer, o de ser miembros formales “carnetizados” de una
organización religiosa. Si se reunían con otros, formaban parte, en virtud del propio acto de reunirse,
de la “reunión” o “asamblea” local (ekklesia).
La “llamada” que los congregaba no provenía de alguna autoridad religiosa. Era
la llamada de las buenas nuevas del evangelio de Cristo que los atraía, una
llamada no meramente para compartir sus propios pensamientos y opiniones, sino
básicamente para oír el mensaje de Dios.
Otro factor que
contribuye a nuestro entendimiento es el principio establecido en Efesios
4:11-16, ya citado. Este pasaje afirma que los servicios que rinden las
personas en las congregaciones, incluyendo los realizados por los apóstoles,
profetas, evangelizadores, pastores y maestros, fueron todos diseñados para llevar a la gente a una meta.
Como hemos visto, la meta era, no que permaneciesen siendo niños, necesitando
que otros les enseñasen y les pastoreasen, sino que tenían que “crecer en toda
forma unidos en Cristo, quien es la
cabeza del cuerpo”. El paso del tiempo debería reducir su necesidad de que otros les rindiesen tales servicios y
debería aumentar su propia
habilidad para actuar como personas adultas, maduras, que no son constantemente
dependientes de otros. En la carta a los Hebreos el escritor reprende a
aquéllos a los que se dirige, diciendo: “Después de tanto tiempo ya debíais ser maestros”.
En lugar de
continuar en la necesidad constante de un servicio de pastoreo por parte de
otros, cada cristiano debe adquirir fuerza para ser capaz de acudir por sí
mismo en ayuda de los demás. Pablo escribe, no a los representantes de una
iglesia o a los líderes de una organización, sino a los cristianos en Galacia en general y, por supuesto, a todos nosotros:
Hermanos,
si alguno incurre en falta, vosotros que sois hombres de espíritu, debéis
corregirle con amabilidad. Y manteneos todos sobre aviso, porque nadie está
libre de ser puesto a prueba. Ayudaos mutuamente a llevar las cargas, y así
cumpliréis la ley de Cristo. (Gálatas 6:1-2)
Exhortación
a los “líderes” y “gobernantes” de la iglesia
Aunque cada uno –insisto- es libre de creer lo que le parezca y de
interpretar las Escrituras como le convenga, no es menos cierto que hay una
sola verdad y que esta verdad es la bendita Palabra de Dios, como un todo; esa
verdad a la que solamente el Espíritu Santo nos puede conducir. Si abordamos el
tema con honestidad y humildad, seguramente que Él nos guiará a esa verdad. Si
nos apartamos de esa verdad por intereses egoístas o de cualquier otro tipo,
nos causaremos daño a nosotros mismos. Es importante que nos examinemos
interiormente para descubrir nuestra motivación, como lo dice el apóstol:
Pónganse
a pensar en su manera de vivir, y vean si de verdad siguen confiando en Cristo.
Hagan la prueba, y si la pasan, es porque él vive en ustedes. Pero si no
confían en Cristo de verdad, es porque él no está en ustedes. (2 Cor. 13:5)
No es mi intención, Dios lo sabe, empujar a nadie para que se separe de
su denominación confesional ni para causar “división” en la iglesia de Cristo,
tal y como me acusa el pastor de “Vida para las Naciones”, de Asambleas de
Dios.
A cada “lider”, “pastor”, “dirigente”, “superintendente” o como quiera
que se llame su cargo de autoridad y que, usando el nombre de Cristo se ha
colocado como gobernante de sus hermanos cristianos, debería hacérsele la
pregunta que formula Pablo en 1 Corintios 1:13 y que se podía parafraear: “¿Acaso
usted fue crucificado por otras personas..?” o “¿compró usted con su vida a
otras personas para que le deban obediencia..?”
A quienes detentan títulos ostentosos como “escatólogo”, “apologista”,
“teólogo” “doctor” “PhD”, “Maestro en Alta Crítica” y demás “meritos” que se
puedan esgrimir a favor de su “autoridad” espiritual, y con los cuales pueden
atemorizar a quien pretenda buscar la dirección personal del Espíritu Santo,
una advertencia amorosa y una exhortación final:
Oh,
Timoteo, guarda lo que se ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre
cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia, la cual
profesando algunos, se desviaron de la fe. (1 Timoteo
6:20-21)
La “falsamente
llamada ciencia” no ha hecho otra cosa que desviar la atención debida hacia la
verdad, Jesucristo”, para dirigirla hacia los otros miembros del cuerpo
educados “seglarmente” en materias aparentemente relacionadas con la fe pero
que no son más que parte de esa falsamente llamada “ciencia” que están desviando
a los cristianos del Salvador.
Pablo, hombre educado en la ciencia seglar,
tuvo toda la autoridad para hacer la siguiente declaración:
¡Mirad,
hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni
muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio
del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del
mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha
escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que
ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios. De él os viene que estéis en
Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino,
justicia, santificación y redención, a fin de que, como dice la Escritura: El
que se gloríe, gloríese en el Señor. (1 Corintios
1: 26-31)
Dios los bendiga
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