domingo, 22 de marzo de 2015

¿TIENEN LOS PASTORES DE LA IGLESIA AUTORIDAD DELEGADA DE CRISTO SOBRE EL RESTO DE FIELES..?


¿TIENEN LOS PASTORES DE LA IGLESIA
AUTORIDAD DELEGADA DE CRISTO SOBRE
EL RESTO DE FIELES..?
Lo que nos muestra la Biblia


Una respuesta positiva a esta pregunta nos llevaría obligatoriamente a aceptar una diferencia en el pueblo de Dios y la existencia de clase clerical y legos. O, dicho en otras palabras, al responder positivamente la pregunta del título estaríamos dando por hecho que la iglesia de Cristo está dividida entre una clase sacerdotal (que dirige) y una clase de legos (pueblo, que obedece a la clase sacerdotal).

Esto, queridos hermanos, es falso. Las Escrituras nos muestran que los pastores, ancianos, líderes, presbíteros, superintendentes, o cualquier otro título que se le dé a un hombre para investirlo de un nivel superior espiritual, es una interpretación incorrecta de la Palabra de Dios que va en contra del mensaje del Evangelio, como lo vamos a demostrar siempre teniendo como base la bendita Biblia, entendida como un todo y no –como hacen algunos- sacando textos de su contexto y del mensaje principal de las Sagradas Escrituras.

Un precioso hermano, a quien admiro y respeto mucho, me envió las siguientes reflexiones acerca del tema de la autoridad, con relación al punto de vista que defiendo:

Por eso digo que enfrentamos un grave problema, que en realidad es un pecado. Pensemos que la rebelión fue el pecado por excelencia de Lucifer. (...)Ese mismo espíritu mentiroso y rebelde ha entrado subrepticiamente en la iglesia local, y muchos determinan qué está bien y qué está mal en función de su entendimiento, su sola conciencia, sus intereses o excusas diversas y relativas a la “paz que sienten”, etc. y no en función de lo que dice la Palabra de Dios. (...) Jesús no está aquí con nosotros como persona física, como venimos diciendo, ahora es el Espíritu Santo el que debe gobernar la Iglesia. Para ello, también cuenta con sus colaboradores. (énfasis mío) (....) En la iglesia local, el Señor ha levantado a hombres idóneos, a los cuales se les llama ancianos (presbiteros o episkopes en gr.) como administradores de Dios. Son los responsables ante Dios del buen funcionar en la iglesia local. (...)Veamos Tito 1: 7, 9; “Es necesario que el obispo (anciano) sea irreprensible como administrador de Dios…retenedor de la palabra fiel tal y como ha sido enseñada, para que pueda también exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicenSi nos damos cuenta, en la iglesia local los ancianos, comúnmente llamados pastores, tienen la responsabilidad ante Dios de, entre otras cosas: 1) Ser retenedores de la Palabra. 2) Con ella exhortar y convencer a los que contradicen.

Esto implica autoridad espiritual. Esa autoridad espiritual es siempre conforme a la Palabra de Cristo, y no conforme a opiniones o voluntades personalistas. Pero si es conforme a la Palabra de Cristo, entonces el poder no es el del pastor como hombre, sino el de la misma Palabra de Cristo. (...)“El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me desecha; y el que me desecha a mí, desecha al que me envió” (Lucas 10: 16) (Jesús definió una paridad importante: Si se desecha al que tiene la autoridad delegada por Cristo, se desecha al mismo Cristo.) (subrayado mío) (....) Por lo tanto, la Palabra enseña que los miembros de una congregación de Cristo, estén sujetos al pastor y ancianos de esa congregación, así como a los responsables delegados. Veremos que esa sujeción y obediencia a los ministros congregacionales, son siempre en cuanto a la autoridad de la misma Palabra de Cristo.

El hermano cita Hebreos 13:17: “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso” Y pasa a explicar este texto frase por frase, de una manera extraordinaria –como suele hacerlo- pero que en esta ocasión no comparto por no tener suficiente soporte Bíblico ni estar de acuerdo con el mensaje de Cristo al respecto.

Pero vamos por partes.

Contexto histórico y antecedentes de la epístola a los Hebreos

El libro de Hebreos, como todos sabemos, fue escrito antes de la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C. y tuvo como objetivo principal exhortar y alentar a los primeros cristianos –de origen judío- que esperaban vacilantes la Segunda Venida del Señor y que dudaban de si habían tomado la decisión correcta al convertirse a Cristo. Muchos estaban considerando seriamente regresar al judaísmo. Aunque esta carta estaba dirigida a los cristianos hebreos, no sobra recordar que sus enseñanzas también son aplicables a los cristianos gentiles.

En la introducción a la carta a los Hebreos, el comentarista de The Expositor’s Greek Testament hace estas observaciones importantes:

El objetivo del escritor (...) era desvelar el verdadero significado de Cristo y de Su obra, y de ese modo eliminar los escrúpulos, las vacilaciones y las suspicacias que rondaban las mentes de los cristianos judíos, turbando su fe, limitando su disfrute, y rebajando su vitalidad. (...) Rara vez, si acaso alguna, se ha emplazado a los hombres a que efectúen una transición de similar coyuntura y acompañada de tanta oscuridad. (...)Habiendo sido educado en una religión de la que había sido persuadido a creer que era de autoridad divina, se le pedía ahora al judío que considerase como anticuada una gran parte de su creencia. Acostumbrado a enorgullecerse de una historia marcada en ciertas etapas por visitas angélicas, voces divinas e intervenciones milagrosas, se le invita ahora a desplazar su fe desde instituciones y personas venerables a una Persona, una Persona en la cual la gloria terrenal brilla por su ausencia y en la que aquellos aparentemente mejor cualificados para juzgar no pudieron descubrir nada excepto la impostura que le mereció una muerte de malhechor. (...) Habiendo atesorado con extraordinario entusiasmo, como su herencia exclusiva, el Templo con todas sus asociaciones reverenciadas, su Dios residente, su altar, su majestuoso sacerdocio, su relación completa de ordenanzas, ahora el instinto de cristiano recién convertido lo obsesiona de que hay una carencia esencial en todos esos arreglos y de que para él son irrelevantes y obsoletos. (...) Para el judío, en unas palabras, Cristo debe haber creado tantos problemas como los que resolvió (...) muchos cristianos judíos deben haber pasado aquellos primeros días en una inquietud angustiosa, llamados a confiar en Jesús por todo lo que sabían de Su santidad y verdad y, no obstante, penosamente perplejos e impedidos de una confianza perfecta por la espiritualidad inesperada de la nueva religión, por el desprecio de sus antiguos correligionarios, por el abandono obligado de todos los adornos y la gloria externos, y por la aparente imposibilidad de encajar en un todo consistente la magnificencia de lo viejo y la exigüidad de lo nuevo. (Tomo IV. Pp 237-238)

Es evidente que lo “viejo” estaba lleno de magnificencia, pompa, esplendor... Todo lo que necesitaba de los sentidos físicos para poder ser apreciado. Ahora, bajo el Nuevo Pacto, era necesaria la fe, que no se basa en nuestros sentidos físicos, sino en las realidades seguras e invisibles, eternas de la palabra de Dios. Por fe andamos, no por vista (2 Cor. 5:7). Pablo contrasta la fe con la vista, la antepone. Igual hace el escritori de Hebreos:  (fe) es la convicción (o evidencia segura) de lo que no se ve (Hebreos 11:1)

Lo “viejo” echaba mano del mundo visible con el propósito de impresionar y atemorizar. Todo tenía ese objetivo: la majestuosidad del templo, la solemnidad de los coros, la enormidad en número de sus trabajadores, su atuendo ceremonial, la actividad de los sacerdotes y levitas cuando hacían de mediadores ante Dios a favor del pueblo. El pueblo de Israel creía que en el templo la presencia de Dios era especialmente evidente y, de esta manera, para acercarse a Él, acudían allí con ofrendas tangibles para celebrar las fiestas sagradas que tenían lugar tres veces al año.

Nada... Nada de esto estaba presente en la nueva fe cristiana. No había edificios, no había coros solemnes con individuos especialmente preparados para ello, tampoco había trabajadores en el templo porque no había templos cristianos sino que se reunían en hogares privados comunes y corrientes; la fe cristiana no necesitaba tampoco esas fiestas especiales tres veces al año, no había rituales ni clase sacerdotal, ni altares ni sacrificios materiales; tampoco se necesitaba en la fe cristiana ningún símbolo especial. Incluso en la celebración de la cena del Señor, se empleaban cosas extremadamente corrientes: pan y vino, normales en todas las mesas de creyentes y gentiles. Definitivamente, como dice el comentarista arriba citado, era la “exigüidad de lo nuevo”.

Los cristianos hebreos tuvieron que aprender que el servicio a Dios, su adoración, no dependía de asistir a ningún “sitio sagrado” especial ni necesitaba de una “clase sacerdotal” nombrada por Dios para que lo gobernara en los asuntos espirituales. Tuvieron que aprender también que el reunirse no era un acto especialmente “religioso” más que otros aspectos de su vida cotidiana como el comer en familia, asistir a los enfermos o visitar a los hermanos en desgracia. Las reuniones de esos cristianos tenían como objetivo el amor fraternal, el animarse unos a otros (Hebreos 10:25) para edificación mutua, evidenciando que había una relación de familia bajo la jefatura del Hijo de Dios –no de ningún hombre-, donde todos los reunidos eran iguales ante Dios, sin rangos espirituales.

Lamentablemente, muchos de esos cristianos hebreos estaban regresando a las cosas “viejas”, a las cosas que necesitaban de los sentidos físicos, como la pompa, la clase separada sacerdotal de “siervos o ministros de Dios” con vestidos y funciones especiales; empezaron a necesitar de nuevo los edificios especiales sagrados, los altares visibles, los coros y todas las demás cosas que impresionaban la vista y los demás sentidos físicos. La “solemnidad” de los nuevos lugares especiales sagrados encontró nicho en las emociones de los creyentes quienes “sentían” algo especial cada vez que llegaban a estos edificios “sagrados” del cristianismo. Tal como lo vemos hoy.

De igual manera, la Cena del Señor, que estaba caracterizada por la informalidad y el compañerismo cristiano cálido en un ambiente de familia, se fue convirtiendo en una ceremonia revestida por la religiosidad de lo “viejo”. Como sucede hasta hoy en muchas iglesias “cristianas”, quien administra el “sacramento” es el pastor, ministro, reverendo, o como quiera ser llamado pero que no es otra cosa que un oficiante separado del laicado, con presunto derecho divino para “administrar el sacramento” a la iglesia. Nada más alejado de la “exigüidad de lo nuevo”, de la guía del Espíritu Santo, por fe y no por vista.

Los cristianos permitieron poco a poco que hombres –una nueva clase sacerdotal- se colocaran como mediadores entre ellos y Dios y regresaron a la comodidad de lo “viejo” en virtud de considerarse justos por seguir instrucciones de la nueva clase sacerdotal y asistir regularmente a los servicios religiosos. El pertenecer como “miembros” a un sistema religioso les dio –todavía lo hace- un sentimiento de seguridad y justicia. Dejaron de apreciar el inmenso valor espiritual del regalo que Dios estaba haciendo bajo el Nuevo Pacto, regresaron a la seguridad que les daba la gloria externa de lo “viejo” y despreciaron los deseos de Dios para darle importancia a lo que ellos consideraban como correcto. Pablo nos lo dice: Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios. (Romanos 10:3)

Muchos pastores cristianos intentan que la grey regrese a lo “viejo” estableciendo su propio punto de vista de lo que es agradable a Dios, sin tener en cuenta las palabras del profeta: Y todas nuestras justicias (son) como trapo de inmundicia. (Isaías 64:6) La palabra es clara. No importa lo que nos parece justo a nosotros; no interesa qué tan “espiritual” pueda parecer cierto arreglo en la iglesia. Si no se ciñe a la palabra de Dios, no son más que trapos de inmundicia.

Así, pues, los cristianos estaban regresando a la guía y dirección que les imponían seres humanos –bien o mal intencionados- olvidando que  Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. (Romanos 8:14) Y: Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. (Gálatas 5:18) Es decir, la ley, “lo viejo” con toda su pompa, sus ceremonias, su clase sacerdotal, sus coros, sus edificios especiales sagrados, sus altares visibles, sus ofrendas visibles, su distinción entre clero y laicado, todo eso quedó abolido por el sacrificio de nuestro Señor. Los cristianos debían de ahí en adelante permitir la guía invisible del Espíritu Santo, y el aceptar ese guía invisible mostraba que eran hijos de Dios.

Todo lo que les daba sentido seguridad: templos sagrados, clase sacerdotal, altares visibles, etc., fue hecho obsoleto mediante el sacrificio bendito de Cristo. Las rutinas religiosas y las personas que antes reverenciaban como sus sacerdotes, sumando las cosas visibles ya descritas, se habían evidenciado como tremendamente deficientes y conducentes a error fatal. Después de que Pedro habló a los judíos todavía incrédulos, acerca de la clase sacerdotal que había repudiado a Cristo empujando al laicado a repudiarlo también; y después de que les dijo que ya no necesitaban esa estructura religiosa porque el Espiritu Santo sería el guía particular de cada individuo, los oyentes dijeron compungidos: “Varones hermanos, ¿qué haremos..?” (Hechos 2:37)

Aunque es evidente que hoy en día no existe una clase sacerdotal “cristiana” que rechace de plano a Cristo, cada uno de nosotros debe decidir si obedece a Dios o a los hombres, si acepta la jefatura de los pastores, sacerdotes o ministros “cristianos”, por considerarlo más conveniente y práctico, o se coloca bajo el mando directo de Jesucristo. Cada uno de nosotros debe decidir si acepta sin cuestionar ni verificar las instrucciones de los pastores o, por el contrario, escudriñan las Escrituras para ver si la exhortación tiene fundamento bíblico, siguiendo el ejemplo de los cristianos de Berea quienes no se atemorizaron ni reverenciaron la investidura apostólica de Pablo cuya autoridad –él sí que la tenía– le había sido dada directamente por Jesucristo. Pablo no se ofendió con ese proceder ni reclamó su legítima autoridad apostólica sino que, por el contrario, llamó “nobles” a estos cristianos.

Igual que los hebreos a quienes fue dirigida la carta, a muchos cristianos de hoy en día se les hace difícil aceptar esta verdad bíblica. No pueden entender cómo es posible seguir la guía del Espíritu Santo sin necesidad de un “intérprete” o “mediador” humano.”; igual que los primeros cristianos hebreos, muchos cristianos de hoy encuentran sumamente complicado aceptar un servicio sagrado sin necesidad de “edificios sagrados”, coros especiales, personal de la iglesia dividido –como en la antigüedad precristiana- en diversos oficios dentro del “templo de Dios”, ujieres, diáconos, líderes, pastores, profetas, apóstoles y todo ese complicado cuerpo “ministerial” que niega la simplicidad y sencillez del verdadero cristianismo y su apelación a la fe que encuentra su fuerza y poder en lo que no se puede ver, en lo eterno; en contraste, la mayoría de “cristianos” de hoy encuentran más conveniente seguir siendo guiados por vista y no por fe, contradiciendo el mandato divino.

Una diferencia entre el viejo pacto de la Ley y el Nuevo pacto de la gracia, es que la ley de Dios está ahora escrita en los corazones de quienes voluntariamente se acogen bajo la “ley de la gracia” o “ley de la libertad”. Y esto permite que cualquier persona, no solamente una clase sacerdotal especial (llámense pastores, ministros, ancianos, etc., cuyos significados veremos más adelante), pueda ofrecerse ELLA MISMA como ofrenda viva en servicio a Dios, en adoración a Él, de tal manera que su vida entera sea de adoración a Dios y no limitar este servicio a ciertas actividades o lugares, sólo cuando se va a la iglesia-edificio dejando de ofrecerse como sacrificio vivo el resto del tiempo. Pablo, en su carta a los Romanos, en el capítulo doce habla de un abanico extenso de actividades que son consideradas por el apóstol como parte de “ofrecerse en sacrificio vivo”, y que abarca expresiones de afecto, humildad, amabilidad, vivir en paz no solo dentro de la comunidad cristiana sino con todo el mundo.

Cuando el apóstol Pablo define cómo se ofrece esa “ofrenda viva”, no menciona en ningún lugar la asistencia a los cultos, el servicio en alguna sede institucional religiosa, la participación en los coros, o la especial deferencia con alguna clase sacerdotal. Pablo nos dice que sirvamos al Señor orando, compartiendo para los hermanos en necesidad, sirviendo a los otros miembros del cuerpo cuya única cabeza es Cristo. No podemos, pues, esgrimir argumentos de ignorancia acerca de tales cosas porque ya contamos con la advertencia del apóstol Pablo: Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas,  según las tradiciones de los hombres,  conforme a los rudimentos del mundo,  y no según Cristo. (Col 2:8)

Conforme a esta advertencia del apóstol Pablo contra el engaño, y retomando la advertencia del amado hermano que me hizo llegar sus reflexiones acerca del tema, con una advertencia bien intencionada:  “enfrentamos un grave problema, que en realidad es un pecado. Pensemos que la rebelión fue el pecado por excelencia de Lucifer”, vamos pues a seguir la guía del Espíritu Santo, mediante la palabra de Dios para escuchar atentamente lo que el Señor nos quiere decir respecto al tema; asumamos la actitud de Cornelio:

Ahora, pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo que el Señor te ha mandado. (Hechos 10:33)


¿Es pecado de rebeldía no obedecer ni someterse a los pastores o ancianos de la iglesia..?
Ese es, creo yo, el punto central del asunto. El hermano que me envió sus reflexiones asegura que sí es pecado esa desobediencia y que es un asunto grave de rebeldía. Dice también que “es el Espíritu Santo el que debe gobernar la Iglesia. Para ello, también cuenta con sus colaboradores”. Arguye el hermano que tales colaboradores son los pastores y que al ser delegados por Dios para “administrar” sus bienes, eso implica ya, de por sí, una autoridad espiritual. Escribe una frase el hermano que resume su posición frente al tema:

Jesús definió una paridad importante: Si se desecha al que tiene la autoridad delegada por Cristo, se desecha al mismo Cristo

Lamentablemente, no tengo más remedio que estar en desacuerdo con este querido hermano de quien, entre otras cosas, he aprendido muchísimo y me ha guiado con sabiduría hacia el conocimiento de Cristo. Pero tampoco puedo ignorar que esto que asegura es totalmente contrario al espíritu cristiano. Es, en cambio, la misma actitud mostrada por los escritores cristianos del siglo II cuando, y tal como el apóstol Pablo había predicho, algunos ancianos perdieron gradualmente la dirección de la pauta establecida por nuestro Señor para regular todas las relaciones cristianas. En vez de dar pleno énfasis a la única autoridad de Dios y Cristo, estos ancianos comenzaron a enfatizar cada vez más su propia autoridad recordando, por supuesto, y tal como me recuerda mi querido hermano, que esa autoridad provenía de Dios y de Cristo. Muertos los apóstoles, entonces, se empezó a manifestar sutilmente el hombre de iniquidad. En las Homilías Clementinas se dice lo siguiente a un superintendente:

Y su trabajo consiste en clarificar lo que es apropiado, lo que deben seguir y no  desobedecer los hermanos. Por tanto, la sumisión habrá de salvarlos, pero la  desobediencia les acarreará el castigo del Señor, ya que al presidente  [el superintendente presidente] se le ha confiado el lugar de Cristo. Por lo que, en efecto, el honor u honra mostrados al presidente se consideran como dirigidos a Cristo y, mediante Cristo, a Dios. Y lo que he dicho es que esos hermanos no pueden ignorar el peligro en el que incurren al desobedecerle, ya que quien desobedece sus órdenes a Cristo desobedece, y quien desobedece a Cristo ofende a Dios.

Es indiscutible que el desobedecer a un superintendente que pregona ocupar el lugar de Cristo, era una orden del “obispo” que cualquier cristiano estaría obligado a desobedecer. Nadie puede ocupar el lugar de Cristo. Incluso, si tales órdenes del “obispo” no fueran frontalmente contrarias a la Escritura, esas órdenes –según la Biblia- pueden ser cuestionadas como instrucciones que, sin embargo, sobrepasan lo que especifica la Sagrada Escritura y, por tanto, pueden someterse si así lo prefiere el cristiano, a lo que su juicio personal y su propia conciencia le dicten. Esa injerencia del autoritarismo –tanto en esa época como ahora-, es un intento para recubrir a los humanos imperfectos con el honor que tan sólo pertenece al Maestro perfecto, nuestro único Salvador Jesucristo.

Lo que menciona mi querido hermano, pues, no es de ninguna manera un razonamiento nuevo. Una llamada similar a la obediencia implícita en la congregación y a un respeto reverencial hacia la autoridad humana se encuentra también en los escritos de Ignacio de Antioquía, a principios del siglo segundo, en los que utiliza los siguientes términos:

Por nuestra parte debemos recibir a cualquiera a quien el Maestro de la casa envió para estar al frente de sus domésticos, como lo haríamos con El que le envió. Está claro, pues, que hemos de tener al obispo (el superintendente único) en la misma estima en la que tendríamos al Señor mismo. (¡Vaya si se extralimita don Ignacio..!)

Ignacio, al equiparar la obediencia al obispo [o superintendente] -siendo él “obispo de Antioquía”- a los presbíteros [ancianos] y a los diáconos con la obediencia a Cristo, “quien los ha nombrado” (nunca se nos dice cómo), consecuentemente está diciendo que el desobedecerlos constituye también una ‘desobediencia a Cristo Jesús’. Ignacio no deja lugar a una posible motivación correcta, a una eventual desobediencia a los hombres para obedecer a Dios, cuando dice: “Quien no rinde obediencia a sus superiores se muestra autosuficiente, pendenciero y arrogante.” O, en palabras de mi querido hermano: quien no obedece a un pastor, se muestra“rebelde” y peca contra Dios mismo. ¿La Biblia apoya esta enseñanza..? No, de ninguna manera.

Es una enseñanza de muchas iglesias “cristianas”, especialmente de Asambleas de Dios, (de donde procede este hermano) que la autoridad es un principio divino (lo cual es cierto) y que todo aquel que tiene autoridad está bajo autoridad (también es cierto). Lo que tuercen deliberadamente u ocultan por desconocimiento es que la única autoridad del cristiano es Cristo, no hombre alguno. Esa es la única autoridad que debe reconocer todo cristiano. La autoridad que se adquiere es sobre el pecado y sobre Satanás, no sobre otros cristianos; y tal autoridad procede de Jesús cuando obedecemos sus mandamientos.

No es cierto que Jesús delegue a cierta clase sacerdotal (o pastoral según el caso) para ejercer como autoridad espiritual sobre otra clase de cristianos legos. El hermano cita 1 Corintios 4:1 para apoyar su punto:

Téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios (1 Corintios 4: 1)

¿A quién se refería Pablo..? ¿A alguna clase sacerdotal especial..? ¿A los pastores, ancianos, líderes o superintendentes..?

No. Pablo se refería a TODOS los cristianos, a todos nosotros que somos ministros o siervos del Señor. Sus palabras estaban dirigidas a quienes hemos nacido de nuevo y somos hijos de Dios con derecho a “administrar” sus misterios. "A vosotros se os ha concedido el conocer los misterios del Reino de Dios, pero a los demás, sólo a través de parábolas, de modo que “viendo no vean y oyendo no entiendan”. (Lucas 8:10) Esa responsabilidad no es otra que la de predicar la salvación mediante la fe en la muerte de nuestro Señor en la cruz, su sepultura y su resurrección al tercer día. La administración de estos “misterios” no debe colocarnos en posición de superioridad respecto a otros hombres, ni siquiera de los incrédulos, como nos muestra el capítulo 3 de la carta a los Corintios.

El hermano avanza en sus reflexiones asegurando correctamente que el Espíritu Santo puede hablar (incluso a los pastores) a través de cualquier hermano cristiano:  “no importa cual sea su don o ministerio; si lleva cuarenta años en el Evangelio, o si sólo dos semanas; si es pastor o si es “simple” oveja. Todo ello nos mantiene humildes.Cuando el hermano dice que escuchar a cualquier hermano sea un pastor o una “simple” oveja, “nos mantiene humildes”, presumo que se refiere a los pastores que muestran humildad cuando el Espíritu Santo les habla por medio de una “simple” oveja. Esto lo ratifica el hermano citando a Tito 1:7-9:

 Es necesario que el obispo (anciano) sea irreprensible como administrador de Dios…retenedor de la palabra fiel tal y como ha sido enseñada, para que pueda también exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen(Énfasis suyo)

Y agrega:  Si nos damos cuenta, en la iglesia local los ancianos, comúnmente llamados pastores, tienen la responsabilidad ante Dios de, entre otras cosas: 1) Ser retenedores de la Palabra.2) Con ella exhortar y convencer a los que contradicen. Esto implica autoridad espiritual.

En realidad, no es exacto lo que el hermano menciona aquí, que los “ancianos” eran comúnmente llamados “pastores”. La palabra griega para “anciano” es “presbíteros”, mientras que la palabra griega para “pastor” es Poimén. Ambos términos designan diferentes funciones o servicios. Y vamos a ver qué significado tenían según el sentido con que fueron escritas.


Pastores y ancianos... ¿Están sobre la grey..?
Antes de entrar de lleno al tema, es necesario recalcar lo dicho antes, que cada cristiano del primer siglo mantenía una relación personal con Dios a través de Jesucristo, el Sumo Sacerdote, sin la mediación innecesaria de otra persona humana. Cada cristiano, incluso las “simples” ovejas eran parte integrante del sacerdocio real. En realidad, nunca existió en la mente de estos cristianos primeros nada semejante a categorías como ovejas “simples”, o legos,  y ovejas “especiales” o pastores.

Es muy cierto que los ancianos cristianos tenían autoridad bíblica. Pero era una autoridad para exhortar, enseñar y reprender. Esta autoridad era para emplearla en el servicio a otros, no para tenerlos subordinados bajo ningún punto de vista. Un cristiano podía libremente desobedecer a un anciano si las instrucciones de este siervo fueran contrarias a la Escritura o, aún no siendo contrarias, si la conciencia del reprendido así se lo dictaba. Un hijo de Dios, una persona que ha nacido de nuevo, es guiada por el Espíritu Santo. Si tal guía es genuina, jamás se opondrá a la enseñanza y a las directrices bíblicas.

La autoridad de los ancianos era usada para apoyar, aconsejar, incluso reprender, pero jamás para dominarlos o someterlos esgrimiendo amenazas ni exigiendo la misma obediencia que a Cristo. Cuando surgía el error escritural, los ancianos lo refutaban con argumentos bíblicos, a través de la persuasión, sin intimidación ni la tiranía de la autoridad. Aún con todo, si los argumentos no convencían al hermano, éste estaba en libertad de actuar guiado por su conciencia. Evidentemente, en una iglesia guiada por el Espíritu Santo –repito- no ocurrirán estos enfrentamientos sin fin, sino que las partes en disputa, bajo la guía del Espíritu de Dios llegarán a conclusiones que favorezcan la obra del Señor. Es decir, los ancianos –que eran personas de mayor edad y no una especie de “cargo” o posición”- usaban la autoridad de la Palabra para aconsejar a un hermano sin exigir nunca obediencia a ellos sino a la Palabra. De igual manera, el exhortado tenía la libertad de defender su posición y de asumir una actitud de acuerdo a su consciencia. No por esto era tachado de pecador o rebelde. Claro, si el asunto no envolvía un tema claramente doctrinal estipulado específicamente en las Escrituras.

Al abordar el tema de la autoridad y, en general, cualquier texto referente a las relaciones que deben existir entre los cristianos, siempre debemos tener presente la máxima de nuestro gran Maestro: “Porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos”. (Mateo 23:8)

Con esto claro, que todos somos hermanos y que nuestro único cabeza es Cristo, razón por la cual no estamos obligados a obediencia a otro hermano. Analicemos el texto de Hebreos 13:17:

Obedeced a vuestros dirigentes y someteos a ellos, pues velan sobre vuestras almas como quienes han de dar cuenta de ellas, para que lo hagan con alegría y no lamentándose, cosa que no os traería ventaja alguna”.

Es de anotar que el texto no dice que hay que obedecer a los “pastores” (Poimén en griego) ni a los ancianos (presbíteros, en griego). La palabra usada aquí es una forma verbal que denota más una acción que un cargo (literalmente “quienes guían” “quienes los estiman”)

Sea cual sea la palabra, dando por hecho que sea “dirigentes”¿Implica eso automáticamente una virtual sumisión hacia personas que llevan la delantera? De ninguna manera, puesto que el mandato de Cristo no se limitaba sólo a la prohibición de ser llamados “líderes”, sino que estaba en contra de que alguien asumiera la posición o el oficio de líder, llevando a la práctica ese tipo de control autoritario. Y autoritario significa reclamar obediencia a sí mismo, así sea bajo la excusa de que “yo sólo ordeno lo que están en las Escrituras”. Nada puede ser usado como pretexto para exigir hacia nosotros ni siquiera un mínimo de obediencia invistiéndonos de una inexistente autoridad espiritual que Cristo jamás delegó a ningún hombre. (excepto a sus apóstoles en esa dispensación especial, pero ni aún ellos tenían derecho a reclamar obediencia)

De la palabra griega (peithomai) que se traduce como “ser obediente” u “obedecer” , el Theological Dictionary of the New Testament (Abridget Edition) dice:

Esta palabra asume acepciones tales como ‘confiar’, ‘estar convencido’, ‘creer’, ‘seguir’ e incluso ‘obedecer’.

La acepción “obedecer” es tan sólo una de las varias traducciones posibles de la palabra usada (peithomai) y en este caso se alista en último lugar. Otras traducciones, como la Reina-Valera 2000, y la SSE vierten esta palabra como “escuchar”.

De hecho, el escritor inspirado de Hebreos, en el versículo 7 del mismo capítulo 13 deja en claro que quienes “toman la delantera” no habrían de transmitir su propio punto de vista, ni interpretaciones ni mandamientos, sino la “palabra de Dios”

El comentarista bíblico Albert Barnes, dice que la expresión “quienes toman la delantera” (o "jefes" en otras traducciones) tiene el sentido de “guías”, o maestros que actúan dirigiendo las ovejas hacia Cristo no hacia sí mismos. Si esa guía se acomoda a las enseñanzas de Cristo, una respuesta positiva sería lo pertinente y el camino correcto en cuanto que representaría la sumisión a sus enseñanzas. Incluso en asuntos no tratados especificamente por las Escrituras, dice Barnes, el cristiano habría de cooperar libremente mientras ese consentimiento no rebasara los dictados de la conciencia propia.

Pero nada hay que indique una sumisión automática, servil e incuestionable, como la que existe hacia una autoridad superior con el derecho a exigir obediencia, con la capacidad de amenaza de exclusión sobre cualquiera que no le obedezca, o con el peligro de que: Si se desecha al que tiene la autoridad delegada por Cristo, se desecha al mismo Cristo.

Otro comentarista nos dice que: “El significado básico del término griego utilizado (peithomai) implica que el consentimiento voluntario otorgado por la persona cristiana surge como resultado de tener ‘confianza’ primero, de estar ‘convencido’ y ‘creer’ en lo que proviene de esos hermanos cristianos, y sobre esa base él o ella responden positivamente. Como hermanos y hermanas cristianos, han entrado en una asociación voluntaria de creyentes, y a lo que se incita es a una respuesta libre y de buena gana, sobre la base de trato amable, ya que así se llevarán a cabo los trabajos de pastoreo de esos hombres con mayor gozo, y hacerlo de otra manera no reportaría ventajas para aquellos mismos a quienes se sirve. No se realiza como consecuencia de una obligación que la “autoridad” de una organización tenga el derecho a exigir de ellos.”

Así que la respuesta a nuestro subtítulo: ¿Pastores, están sobre la grey..? no puede ser más que un rotundo No.


La autoridad, desde el punto de vista del evangelio de Cristo.

Sucedió un día, que enseñando Jesús al pueblo en el templo, y anunciando el evangelio, llegaron los principales sacerdotes y los escribas, con los ancianos, y le hablaron diciendo: Dinos: ¿con qué autoridad haces estas cosas? ¿o quién es el que te ha dado esta autoridad? (Lucas 20:1,2)

La autoridad era un asunto fundamental del cual nacía el conflicto entre Jesús y los líderes religiosos de su día. La clase sacerdotal entendía que la autoridad residía en ellos mismos y se extendía hacia aquellos en quienes ellos la delegaban; exactamente igual a como sucede en la inmensa mayoría de las iglesias “cristianas” de hoy. Igual que en el tiempo de Jesús, la clase sacerdotal “cristiana” reclama para sí una autoridad divina para nombrar otros “pastores” y “ancianos” que al ser nombrados se colocan sobre el resto de cristianos en una relación “especial” con Jesucristo. La mayoría de las denominaciones de hoy no aceptan a nadie que se llame a sí mismo “pastor” si no demuestra con credenciales o carnets lo que dice ser. Asambleas de Dios, por citar un ejemplo conocido, carnetiza a sus pastores y demás “líderes” con diferentes tipos de credenciales según el rango que ocupen en la aristocracia espiritual. Alegan en Asambleas de Dios que “nadie puede tener autoridad si no está bajo autoridad” torciendo esta enseñanza para validar la dinastía sacerdotal a la que sólo llegan ciertos privilegiados anulando de un brochazo el sacrificio de Cristo quien al morir permitió que TODOS fuéramos parte del sacerdocio real. En Asambleas de Dios y la gran mayoría de denominaciones que proceden o pertenecen a este concilio se enseña que nadie tiene derecho a enseñar la palabra si no se ha pasado por su escalera de éxito “subiendo” las posiciones necesarias hasta el pastorado local o la “superintendencia” regional, nacional o continental. Igual sucede en las denominaciones pequeñas. Un cristiano maduro que llega a una de estas “iglesias” a servir, es instado a que enseñe sus credenciales y recomendaciones pastorales. Nada de esto sería necesario si se aceptara la guía del Espíritu Santo quien es el único que confiere autoridad, quien recomienda y quien nombra sin necesidad de expedir carnés de cristiano. ¿Cómo saber si alguien es cristiano o es un infiltrado..? Fácil, dejándose guíar por el Espíritu Santo, no entendiendo esto como esperar a recibir una revelación extrasensorial y milagrosa (que puede ocurrir) sino por medio de su bendita palabra. El Espíritu Santo y la Biblia nunca se contradicen.

Las autoridades religiosas del tiempo de Jesús veían en él una amenaza para la estructura de su autoridad. Para ellos Jesús no era más que un intruso, un maestro no carnetizado, ni autorizado, una persona religiosamente sediciosa, alguien que minaba su posición ante la gente, un “aparecido” que no les había solicitado permiso a ellos para enseñar siguiendo el conducto regular establecido. Sus enseñanzas eran heréticas y peligrosas, ya que no se amoldaba a las normas establecidas por los líderes religiosos, las interpretaciones elaboradas por los maestros para la comunidad del pueblo del pacto de la ley mosaica.

Desde entonces, la cuestión de la autoridad espiritual ha surgido una y otra vez. Increíblemente, quienes un día habían resistido valerosamente a la “tiranía de la autoridad”, señala un comentarista, “con frecuencia ellos mismos han sido seducidos después por la llamada a lo que parecía “práctico” desde el punto de vista humano, o por las oportunidades de dominio sobre otros que se presentaron”.  Quienes una vez conocieron a Cristo y avanzaron en su conocimiento y fe, cuando tuvieron posibilidades de ejercer control sobre otros –ya sea debido a su conocimiento avanzado u otra cosa- no desperdiciaron esta oportunidad de vanagloriarse y recibir una “merecida” honra. Cuando esto sucede, la verdad es reemplazada por razonamientos engañosos y por apariencias de algo plausible. La conciencia deja paso a la conveniencia. La integridad es sustituida por el pragmatismo y por el punto de vista de que el fin justifica los medios. Qué triste.

La pregunta es, en concreto y de nuevo, ¿existe algún tipo de autoridad humana legítima en la iglesia..? Claro que existe. Pero no entendiendo la “autoridad” como un permiso para controlar, bajo ningún pretexto y en ningún grado, a otro hermano en la fe. La autoridad es y será siempre de la Palabra, sin que esto signifique –como algunos lo pretenden- que la bendita Palabra, de algún modo especial y confuso, entregue su autoridad a alguna persona para que ésta la ejerza sobre otros seres humanos. La autoridad de la Palabra nunca es delegada. El único papel que debe ejercer un ministro (servidor, que todos lo somos) es el de citar la Palabra a un pecador o discípulo, y la autoridad de ésta actuará sobre quien lo permita. De esta manera, se cumple perfectamente el principio básico de que TODOS podemos y debemos exhortarnos unos a otros.

Vigilad, hermanos, para que ninguno de vosotros tenga un corazón malvado y sin fe que le haga apostatar del Dios vivo; al contrario, exhortaos mutuamente todos los días, mientras perdura aquel "hoy", para que nadie se endurezca por la seducción del pecado. (Hebreos 3:12-13)

De igual manera, todos debemos someternos a nuestros hermanos cristianos: Someteos unos a otros en el temor de Dios. (Efesios 5:21) Obviamente, siempre en el temor a Dios, no al hombre.

El someterse, el obedecernos unos a otros, no significa que cada uno tenga, a su vez, el derecho legal y divino de ejercer dominio sobre otros. Pero uno, en uso de su libertad cristiana, aceptará de buena gana una exhortación que tenga base bíblica sólida; y esta exhortación no dependerá del ropaje de “autoridad espiritual” de hombre alguno sino de la bendita palabra de Dios, razón más que suficiente para obedecer la invitación. Aún con todo, cada persona es libre y personalmente responsable ante Dios –y sólo ante Él- de si obedece o no. Nadie tiene el derecho de juzgar sobre otro hermano si éste es guiado por su consciencia y el asunto no es claramente probado en las Escrituras.

Pongamos un ejemplo concreto: Yo, Ricardo Puentes, supongo que tengo conocimiento suficiente de las Escrituras para entender que no debo aceptar más guía que la del Espíritu Santo. Sabiendo esto, busco apoyar a otras personas que, aunque llevan varios años “en Cristo”, no lo conocen ni han nacido de nuevo; y empiezo a enseñarles los rudimentos básicos del cristianismo –rudimentos sin los cuales es absolutamente imposible avanzar hacia la perfección en Cristo. Mi hasta entonces “pastor” cree que estoy subvirtiendo la autoridad y me llama “rebelde” echándome fuera de lo que él llama “su” iglesia, ignorando conscientemente que las enseñanzas que predico tienen fundamento bíblico y previniendo a los hermanos que yo no tengo “carnet” ni autorización de Asambleas de Dios para enseñar. El pastor en cuestión no utiliza la Biblia para refutar lo que digo sino que esgrime su “autoridad” entregada a él por otro pastor de Asambleas de Dios. Saca sus credenciales y carnets y yo, para evitar conflictos mayores me voy de “su” iglesia advirtiéndole que cumpliré sus deseos de no acercarme –por iniciativa propia- a ninguna de las ovejas bajo su “mando” pero que siempre estaré dispuesto a obedecer primero a Dios antes que a los hombres, así estos tengan carnets o credenciales de pastor. Le digo que si alguna persona me busca o me la encuentro en la calle e inicia ella la conversación, estaré dispuesto a compartir el mensaje del evangelio con ella. Al poco tiempo algunas personas nos visitan a mi esposa y a mí, buscando tan solo que escuchemos sus problemas y angustias. No solo las escuchamos sino que les damos consejo basado en la Biblia y usando únicamente la autoridad de la Palabra. Comenzamos la instrucción de los rudimentos de la doctrina cristiana sin necesidad de que yo tenga un carnet que me dé permiso para ello. ¿Tengo autoridad para enseñar...? Claro que sí. Si todo lo que enseño está basado en la Biblia y si acepto la guía del Espíritu Santo para ello. ¿Necesito que algún tipo de autoridad humana me delegue su autoridad para enseñar, exhortar y ayudar a otros hermanos cristianos..? No, de ninguna manera.

Mirando el asunto desde el otro punto de vista, desde la perspectiva de las personas a quienes estoy enseñando, ¿tengo yo autoridad sobre ellos..? ¡Jamás permita el Señor esto..!  Sería un insulto al sacrificio de Cristo. Todos los días oro y le pido al Señor que no permita que yo me enseñoree sobre mis hermanos más débiles, sino que cumpla con la gran Comisión, cual es enseñarles lo que dice la Biblia, aconsejarles en sus problemas no con base en mi entendimiento sino con la Escritura y conducirlos paciente y laboriosamente hacia Cristo. Cuando cada nueva oveja llegue a la estatura de Cristo, a su conocimiento pleno, mi labor como “guía” cesa inmediatamente. Esta oveja ya no necesita de ser guiada porque ya ha encontrado a Cristo y debe dejarse llevar por la guía invisible del Espíritu Santo, quien, además, lo ha guiado desde el comienzo haciendo que el creyente evalúe cada enseñanza y dándole la medida de fe necesaria para avanzar de gloria en gloria, tal y como promete la bendita palabra. Por esa razón, una persona que ha nacido de nuevo, que ha aceptado la guía del Espíritu Santo, que ha aceptado el sacrificio de Cristo como su único medio de salvación, ya pertenece a la iglesia de Cristo. No es necesario que se inscriba como “miembro” en alguna denominación ni que reciba una certificación escrita de ninguna “autoridad” humana, para que Cristo ya la vea como parte de su iglesia. Evidentemente, este ser nacido de nuevo debe buscar reunirse con otros compañeros de creencia pero jamás, por ningún motivo, debe permitir ser esclavizado por otros hombres, así estos esgriman una “autoridad espiritual”. Si debe sacrificar su libertad cristiana en aras del compañerismo cristiano, la persona debe decidir por sí misma preguntándose qué haría Jesús en esas circunstancias y qué enseña el ejemplo neotestamentario al respecto.

Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo. (Efesios 4:14-15)

El objetivo de cada maestro, pastor, evangelista, etc., no es el de constituir una pirámide de autoridad ni conformar una especia de cuerpo sacerdotal. Cada término de estos (pastor, maestro, evangelista) designa una función, no un cargo. Es decir, yo no puedo ser “nombrado” pastor, maestro, etc., sino que, ejerciendo una de esas funciones, o cualquier otra al servicio de otros cristianos, (que es la única manera de ejercerlas) cumplo con la orden de Cristo para cada uno de nosotros: la de servir.

Entonces, ¿cuál es el objetivo, la meta, de nuestro servicio como pastores, maestros, etc..? Que sea la misma palabra la que nos conteste:

Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros,  pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. (Efesios 4:11-13)

Ahí esta: Para que todos lleguemos a la unidad de fe y del conocimiento de Cristo; para que todos consigamos la estatura de la plenitud de Cristo.

La función de un pastor no es pretender que cada cristiano recién convertido esté perpetuamente bajo su “cobertura”, sino que cada uno crezca hasta alcanzar la madurez.

¿Quiere decir esto, por ende, que una vez alcanzada la madurez, yo no necesito consejo de otros cristianos..? No. Cada uno de nosotros, como lo requiere Cristo, está para apoyar y ser apoyado, para aconsejar y ser aconsejado, para exhortar y ser exhortado. Eso es cristianismo en acción. Nadie debe gloriarse de su “espiritualidad” o conocimientos bíblicos. Antes bien, como dice el apóstol inspirado, hay que estar permanentemente alerta para no caer.

Esa es la clase de autoridad que apoya la Biblia. No es una autoridad sustentada en la persona o su posición en el rango sacerdotal; la autoridad no descansa sobre la persona y sí sobre la Escritura; la función de la persona es guiar hacia la autoridad bíblica sin exigir un derecho –que no existe- a ninguna recompensa por hacer lo que está obligado a hacer, ni reclamar un honor que no le corresponde y que sólo es debido al Gran Pastor, Maestro y Salvador, nuestro Señor.

Así que, el asunto está en la clase de autoridad,  su finalidad y qué limites tiene.

Entendiendo que TODOS somos iguales y que no tenemos derecho a reclamar obediencia de otros hermanos, hallamos sentido a la enseñanza de Jesús de que la iglesia es una familia cuya cabeza es él mismo.  Cualquier cosa que afecte esa relación de hermandad no puede ser genuinamente cristiana. Cualesquiera títulos o posiciones oficiales que, de por sí, coloquen a alguien en un nivel espiritual diferente al de los demás o que de alguna manera llegue a entrometerse en el exclusivo derecho del Hijo de Dios como Amo y Maestro de sus seguidores, es  fuera de cualquier duda- una desviación perversa del espíritu del cristianismo. Cualquiera que reclame un honor u autoridad sobre sus hermanos, está desviándose de la verdad; el ejemplo de los apóstoles no le apoya... la Biblia no le apoya.

Por otro lado ¿Qué hay en cuanto a lo que encontramos en las Escrituras Cristianas sobre denominaciones, tales como “pastor”, “maestro”, “profeta”, “anciano”, y demás? Un comentarista bíblico dice que: “Era evidente que todas eran referidas, no a cargos o posiciones oficiales en una estructura de autoridad, sino a los servicios que habían de prestarse a la comunidad de hermanos, se trataba de cualidades y habilidades personales puestas al servicio de otros. La autorización para que dichas personas ejercieran esos servicios no los constituía en cabezas espirituales sobre sus hermanos”.  Y la razón, queridos hermanos, es porque "Cristo es la cabeza de todo varón", no hombre alguno.

Esos servicios, las cualidades y las habilidades estaban orientadas hacia la ayuda de las personas en su “crecimiento” como cristianos maduros, no para que permanecieran mental y espiritualmente como bebés, constantemente necesitados de la asistencia de otros para pensar, para tomar de sus decisiones, y ser así fácilmente llevados de una enseñanza a otra. Habían de ser como niños en su relación con Dios y Jesucristo, pero no con respecto a los hombres. El propósito de asociarse en congregación era el de facilitar su crecimiento como “personas maduras”, capaces de tomar sus propias decisiones, hombres y mujeres “plenamente adultos” que correctamente no admiten otro cabeza espiritual que a Cristo. Ninguno de los que enseña a otros deben intentar hacer pensar a los discípulos que están en deuda con él; ni pretender que los demás obedezcan sus sugerencias o guías ni hacer que quienes no lo hagan se sientan irrespetuosos, desobedientes, rebeldes o cualquier otra cosa que no tiene, de ninguna manera, base bíblica:

¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor. Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. (1Cor.3:5-7)

El escritor inspirado lo dice: Sólo somos servidores (o ministros) por medio de los cuales otras personas creen. Ni el que planta es algo, ni el que riega. Sólo Dios. Amén.

Pablo, escribiendo a Timoteo, describió la comunidad cristiana en términos de una relación familiar. (1Timoteo 5:1,2). Los hermanos que eran ancianos en edad y en experiencia cristiana podrían desempeñar correctamente un papel similar al de un hermano mayor dentro de la familia. Como ejemplo ilustrativo, si faltaba el cabeza de una familia, sus hijos mayores podían encargarse de hacer cumplir las instrucciones de ese cabeza de familia, exhortar al apego a las instrucciones dadas por el padre. Pero los hijos mayores JAMÁS podrían actuar como si en realidad fueran ellos el cabeza de familia, como si a ellos correspondiera el establecer las normas de conducta para la familia más allá de lo que hubiera establecido y encomendado el cabeza legal de la misma. Tampoco podrían, por ende, esperar, sugerir o exigir el reconocimiento y la sumisión que apropiadamente correspondía tan sólo al cabeza de la familia. De modo que así debería ser en la familia o casa cristiana, que tiene a Cristo como su Cabeza y Dueño, regida mediante las instrucciones dadas por él mismo, ya fuera directamente o a través de los apóstoles que eligió.


El ejemplo de los apóstoles

Si fuera cierta la afirmación de Asambleas de Dios, y otras denominaciones, que todo aquel que pretenda tener autoridad, tiene que estar bajo autoridad; es decir, que cada humano que quiera gobernar “espiritualmente” a otros humanos debe estar bajo autoridad “espiritual” de otro ser humano, sería lógico ver esto en el ejemplo de los apóstoles. ¿Dieron los apóstoles ejemplo de esto..? Veamos:

Al comienzo mismo de su carta a los Gálatas, Pablo mostró gran empeño en dejar bien claro que su apostolado y su dirección espiritual no venían de hombres ni mediante hombres, con mención específica de los apóstoles en Jerusalén. Dio énfasis al hecho de que, después de su conversión, no acudió a ninguna fuente de autoridad humana, al decir:

No consulté enseguida con carne y sangre, ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia, y volví de nuevo a Damasco [en Siria]. (Gálatas 1:16-17)

No fue sino tres años más tarde que Pablo viajó a Jerusalén. Y declara específicamente que entonces únicamente vio a Pedro y al discípulo Santiago, pero a ningún otro de entre los apóstoles durante su estancia de quince días. De modo que Pablo no estuvo sujeto a alguna autoridad terrenal. Ninguno de los apóstoles intentó guiarlo hacia lo que debería hacer o en dónde debería permanecer. Pablo siempre se dejó guiar por las instrucciones del Espíritu Santo, autoridad legítima de la iglesia y nadie le cuestionó tal llamado. Tampoco le pasó a Pablo por la cabeza reconocer una “cobertura” de la iglesia de Jerusalén (donde estaba la mayoría de apóstoles), ni una especia de autoridad espiritual de ésta sobre otras iglesias.

Pablo estableció en Antioquía su base, no en Jerusalén. Llevó a cabo viajes misionales, siendo la congregación de Antioquía la que lo enviaba, no la de Jerusalén. Aunque estaba relativamente próximo a Jerusalén (Antioquía se encuentra en la zona costera de Siria), transcurrió un período de tiempo muy largo antes de que Pablo estimara oportuno o encontrara la ocasión para volver a aquella ciudad. Como él dice: "Después, pasados catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también conmigo a Tito. Pero subí según una revelación".

Y es que el Nuevo Testamento no reconoce aristocracia o nobleza espiritual, sino que llama “santos” a todos los creyentes. No existe el reconocimiento de un sacerdocio especial que se distinga entre la gente y sea mediador entre Dios y los legos.  Únicamente se reconoce al único gran sacerdote, Jesucristo, y claramente enseña el sacerdocio y el reinado universal común de los creyentes.

Con el transcurrir del tiempo, la relación de hermandad en la iglesia de Cristo, sufrió una degradación hacia las formas de autoridad que conocemos hoy en día y que, sea frontalmente exigida o tenuemente sugerida, son totalmente contrarias a la enseñanza neotestamentaria. ¿Por qué se produjo esto sin la oposición de la mayoría de creyentes..? Por la sencilla razón de que muchas personas, tal vez la mayoría, prefieren delegar en otros la responsabilidad que por derecho les corresponde. Incluso llegan a sentir un cierto orgullo por tener sobre ellos a hombres con poder. Se vanaglorian de estar bajo la “autoridad” de algún hombre especialmente poderoso o carismático. Eso es cierto hoy en día y lo fue entonces. De modo que Pablo escribió lo siguiente a los corintios que se enorgullecían de hombres que a sí mismos se presentaban como una especie de “super apóstoles”, falsos apóstoles que no son otra cosa que ministros de Satanás:

"Soportáis que os esclavicen, que os devoren, que os roben, que se engrían, que os abofeteen. Para vergüenza vuestra lo digo; ¡como si nos hubiéramos mostrado débiles!”. (2 Cor. 11:20-21)

Incluso durante el ministerio de los apóstoles de Cristo, se empezó a considerar que fueran los hombres “nombrados” –por otros hombres- quienes ostentaran gran parte de la responsabilidad que corresponde a la persona individual. Se fue instando con bastante énfasis a los cristianos del período post-apostólico a que creyeran que la manera de permanecer en gracia de Dios era sencillamente permanecer sumiso y en conformidad con el superintendente u obispo  y los líderes de la congregación. Estos hombres, que alegaban –y todavía lo hacen- representar a Dios y a Cristo, deberían ser depositarios de la confianza de los demás y deberían ser seguidos al igual que se debía confiar y seguir a los apóstoles, sí, de la misma manera que se debería confiar en el propio Jesucristo y seguirle a él. Cuando estos pastores, ancianos o líderes hablaban, era como si hablara el mismo Dios.

Como dice un comentarista bíblico: La necesidad de comprobar toda enseñanza a fin de llegar a una convicción personal en cuanto a la verdad, el hacer uso de la propia conciencia cristiana y la necesidad de sentir un profundo sentido de la responsabilidad personal hacia Dios por las creencias, actos y manera de vivir fueron reemplazados por el énfasis a la sumisión a la autoridad humana constituida, el “centro visible de la unidad”.

Pronto se olvidó la orden expresa de ser libres porque Cristo nos había comprado a un muy alto precio: Su propia vida.

Para ser libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues firmes, y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud. (Gálatas 5:1)

La autoridad para el servicio y la edificación fue pervertida, derivando hacia la autoridad para subordinar, controlar y dominar, un proceso destructivo no tan sólo de la libertad cristiana, sino del auténtico espíritu del cristianismo y de la hermandad cristiana.

Contrario al trasfondo histórico ya expuesto, al tratar sobre la posición de cualquiera que sirve en alguna capacidad dentro de una congregación, el comentarista Lightfoot observa que, según la Escritura,

“... su cargo es representativo y no vicario. No se interpone entre Dios y el hombre de tal manera que la comunicación directa con Dios sea suplantada por una sola persona, o que su mediación venga a ser indispensable para los demás.

Esto quiere decir es que nunca los hombres pueden reclamar en justicia que: “puesto que somos los subpastores de Cristo se nos debería dar el mismo trato que al propio Pastor; nunca deberían ponerse en cuestión nuestras instrucciones como no se cuestionarían las de El. Es a través nuestro que se tiene una relación con Dios y Cristo y, por tanto, si se desea la aprobación y la bendición de Dios, se debería permanecer en completa sumisión a nuestra dirección. Sean agradecidos para con nosotros por todo, permanezcan tranquilos y no sean rebeldes, porque, si se desecha al que tiene la autoridad delegada por Cristo, se desecha al mismo Cristo.”

Afirmar eso va directamente en contra de los consejos del apóstol Pedro a sus compañeros ancianos, cuando les dice:

No como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado,  sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria. Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos,  sumisos unos a otros, revestíos de humildad;  porque: Dios resiste a los soberbios, Y da gracia a los humildes. (1Pedro 5:3-5)

Ancianos en la iglesia de Cristo

El término usado por Pedro en el texto citado aquí, como “anciano”, viene del griego “presbíteros”, y es la palabra más usada relacionada con la dirección en una iglesia o congregación. En el lenguaje bíblico, la palabra significa simplemente “persona de más edad”.

No hay nada, en ningún lugar de la Biblia, que nos indique que el concepto de “anciano” sea algo vinculado inherentemente a la religión. En realidad, es quizás la forma más antigua de dirección de una comunidad que se conoce en la historia. En todas las culturas de la historia, en todo el mundo, desde los grupos étnicos tribales hasta sociedades más complejas, han contado con un grupo de “ancianos” que, por su experiencia y edad pueden aconsejar o dirigir a la comunidad. En tiempos bíblicos, Egipto, Moab, Madián, Gabaón tenían sus ancianos, quienes actuaban en representación de las familias de las comunidades de su lugar de residencia.

Cuando Israel se estableció en Canaán, cada ciudad y cada pueblo tenía sus ancianos que servían de manera similar. En el pueblo de Dios, a los ancianos del Antiguo Testamento no se les describe como una especie de cuerpo de administradores funcionando continuamente de modo oficial, con alguna autoridad política o religiosa. Más bien, eran evidentemente personas respetadas que estaban disponibles siempre que surgía la necesidad, que estaban preparados cuando se les requería para prestar ayuda en el trato con dificultades o problemas, fuese a favor de una persona o de la comunidad como un todo.

No hay nada en la evidencia bíblica que indique que había algún modo de nombramiento de los ancianos israelitas en un sentido organizacional -ningún rey, ningún sacerdote los “nombraba” como ancianos- ni de que se les considerase como que estaban ocupando un “cargo”. Todo apunta en este sentido a indicar que un “anciano” era simplemente un hombre estimado por la comunidad como una persona que manifestaba sabiduría y juicio sano, siendo reconocido como tal por los que ya eran considerados ancianos de la comunidad. Sería considerado como anciano básicamente como resultado de lo que era como persona. Todo el asunto reflejaba la actitud de respeto y de deferencia que se mostraba en aquellos tiempos a las personas de edad y de experiencia, tanto en la familia como en la comunidad.

Cuando se formaron las comunidades cristianas, empezó a funcionar un modelo similar de dirección (diferente a “autoridad sobre otros”), y de ayuda. Es cierto que en la Biblia dice que Pablo y Bernabé “nombraron ancianos” en varias ciudades que visitaron, y que Pablo dio instrucciones a Tito de “nombrar ancianos” (“establecieses ancianos”, Versión Reina-Valera) en diferentes lugares de Creta. No obstante, la obra Theological Dictionary of the New Testament, dice con respecto a Hechos 14:23:

En el griego seglar, presbyteros significaba simplemente ‘hombre de edad’ -por lo menos fuera de Egipto. Posiblemente Lucas lo entendió de este modo en Hechos [14:23]. Si fue así, entonces Pablo nombró a algunos de los ‘ancianos’ para una responsabilidad particular, no a algunas personas a la posición de anciano.

Cualquiera que sea el caso, aquellas eran circunstancias especiales, de dispensación especial, y envolvían la autoridad apostólica, ejercida directamente, o a través de un delegado (como en el caso de Tito), una autoridad que ya no existe. Es evidentemente cierto que no todos los ancianos en todos los lugares llegaron a serlo por visita personal de apóstoles o de representantes de apóstoles, y no se dice nada relativo a que la condición de anciano fuese conferida por correspondencia en tiempos cristianos. Por lo tanto, no hay otra explicación que, el que ellos llegasen a ser ancianos, era evidentemente el resultado de que fuesen estimados localmente como personas con sabiduría y juicio sano, resultando en que fuesen reconocidos como hermanos ancianos por aquellos con los que se congregaban. Y, como sugiere la fuente citada, en tales casos cualquier “nombramiento” que recibiesen no era para convertirse en anciano, sino un nombramiento de alguien que ya era anciano para rendir algún servicio particular en la congregación.

Así, en cualquier iglesia (no entendida como denominación) o grupo de personas que se reúnan hoy día como cristianos, es posible que existan personas que sean respetadas debido a su sabiduría y sano juicio, a su experiencia y edad que, si la ocasión lo amerita, pueden responder aconsejando sobre las necesidades personales de un individuo, o pueden actuar –como un grupo de ancianos- para deliberar sobre asuntos que preocupen a la comunidad de cristianos. Esto tiene base bíblica.

No hay necesidad ni sustento bíblico de que los ancianos deban ser “nombrados” formalmente ni las Escrituras sugieren que este nombramiento formal sea esencial. El mismo arreglo de la comunidad cristiana, como de familia, que se dibuja en las Escrituras parece que va en contra de esta formalidad.

En ningún sitio las Escrituras inspiradas muestran un lugar de privilegio para los ancianos, reservándoles exclusivamente cosas como animar, reprochar o intentar el restablecimiento de personas que, a juicio de ellos, han emprendido un proceder erróneo. El que ellos puedan tomar la iniciativa en esos asuntos, de ningún modo priva a otros para que puedan llevar a cabo esas cosas también.

Así que no es cierto lo que me dice el querido hermano que me escribe:

Si nos damos cuenta, en la iglesia local los ancianos, comúnmente llamados pastores, tienen la responsabilidad ante Dios de, entre otras cosas: 1) Ser retenedores de la Palabra.2) Con ella exhortar y convencer a los que contradicen.

Por el contrario, todos tenemos el derecho y la obligación de ser retenedores de la palabra y exhortar con ella a otros.

La elaboración de reglas al respecto, revela una mentalidad en la que es evidente la diferencia entre clérigos y legos, no la que corresponde a una hermandad cristiana; y, de paso, propone dos normas de actuación, una para los ancianos, y otra para todos los demás. Es indiscutible que la exhortación bíblica a ser “imitadores de Dios, como hijos amados” se dirige a todos los cristianos, no a un número selecto de ellos.

La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría,  cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. (Colosenses 3:16) (Subrayado mío)

Podemos y debemos enseñarnos y exhortarnos unos a otros, en sabiduría guiada por el bendito Espíritu de Dios. No hay necesidad de otra validación para ello que la suministrada por el señorío del Espíritu Santo. No hay necesidad de pertenecer a una organización denominacional ni tener carnets especiales para cumplir las órdenes de nuestro Salvador.

Para ser libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud. (Gálatas 5:1

Solamente cuando seamos totalmente libres de los hombres, podremos dar el siguiente paso: hacernos esclavos de ellos.

Porque siendo libre de todos, me hice siervo de todos para ganar a cuantos más pueda. (1 Cor. 9:19)


Los términos “diácono”, “superintendente” y “obispo”

Veíamos que el término griego “” significa literalmente “sirviente”, “ayudante” o “ministro”. La Biblia también utiliza el término ”, que se traduce como “superintendente” u “obispo”

Pablo y Timoteo,  siervos de Jesucristo,  a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos,  con los obispos (epískopos) y diáconos (diákonos)  (Filipenses 1:1)

La palabra empleada por los escritores cristianos (diakonos) significa simplemente un “sirviente, ayudante, asistente”. El sentido sencillo y humilde que transmite esta palabra puede llevarnos a entender de mejor modo la declaración de Jesús

Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor [diakonos, “ministro”] y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido [del verbo diakoneo, “para que se le ministrara”], sino para servir. (Mateo 20:25-28)

Todos los cristianos, no solamente una o unas pocas personas de un grupo, deberíamos ser “ministros”, es decir, personas que se ponen ellas mismas al servicio de otros. Así, ser un “ministro” en este sentido es diametralmente opuesto a lo que la mayoría de las iglesias entienden con relación al término.

La misma palabra griega “diákonos” se vierte “diácono”, y esto ha llevado a pensar a algunos en términos de un cargo de iglesia, mientras que, es importante recalcarlo, el sentido es simplemente el de un “ayudante” o “asistente”, de alguien que sirve de alguna forma necesaria. Las Escrituras no dan ningún detalle ni establecen ninguna función específica ni forma de servicio para los llamados a servir de este modo para beneficio de un grupo.

De igual manera, algunas traducciones vierten frecuentemente el término episkopos como “obispo” y para el lector que no haya profundizado en el estudio de las Escrituras, es prácticamente imposible en este caso no pensar en términos de cargo eclesiástico, en rangos de alguna especie de “autoridad espiritual”. Incluso cuando se encuentra la traducción más correcta “superintendente”, todavía puede existir la tendencia a pensar en supervisión en sentido oficial y organizacional.

Al respecto, el Theological Dictionary of the New Testament nos muestra que las formas verbales (episkopéo y  episképtomai) se usaban básicamente en el sentido extrabíblico de “mirar”, “pensar”, “tener en cuenta algo o alguien”, “velar por”, “reflexionar en algo”, “examinarlo”, “someterlo a investigación”, y “visitar”, usándose en este último sentido especialmente con referencia a visitar a enfermos, sean estas visitas de amigos para atender al enfermo o del médico mismo. La mencionada obra también dice que la Versión de los Setenta utiliza estos términos en el sentido más profundo de “estar interesado por algo”, “cuidar de algo”, y lo aplica de esta manera a un pastor y sus ovejas.

Robert Banks dice que “finalmente, los términos episkopos (superintendente) y diákonos (diácono, ministro) deberían liberarse de las connotaciones oficiales eclesiásticas que tienen para nosotros hoy, pues no son esencialmente diferentes de los términos pastorales que Pablo emplea. No existe evidencia real que sugiera que estos términos tuvieran algún significado técnico en ese tiempo. Esto se confirma por el hecho de que en el segundo siglo Ignacio y Policarpo no conocen ningún modelo episcopal en la iglesia de Filipo”. (Paul’s Idea of Community)

Es cierto que el término (episkopos) puede emplearse para significar supervisar, escrutar e inspeccionar pero, en este orden de ideas,  ¿podríamos superponer a las referencias de las Escrituras Cristianas la idea de un superintendente o supervisor organizacional que “supervisa” la actividad de otros, inspeccionándolos y urgiéndoles a su trabajo asignado..? No. Por la sencilla razón de que el término por sí mismo no lo requiere.

Incluso aún siendo aceptable semejante definición, ¿por qué deberíamos apadrinarla preferentemente en lugar del sentido básico e igualmente válido de un interés dedicado, de mirar de visitar a una persona motivados por interés en sus necesidades?  No podemos negar que este sentido se ajusta mucho mejor al espíritu de las declaraciones de Cristo a sus discípulos, y está más conforme con los principios de servicio humilde que él difundió.

Aunque no son muchas las fuentes históricas, la evidencia indica que el primer paso en la centralización llegó mediante un cambio en la consideración, una auténtica distorsión, del papel de los cuerpos de ancianos o “presbíteros” En lugar de considerarlos simplemente como hermanos de mayor edad que sirven entre los hermanos (no por encima de ellos), como en una familia, se fue implantando la pretensión de que aquellos ancianos disfrutaban de una relación especial para con Dios y Cristo, distinta a la de los demás fieles cristianos y superior a la de ellos.

Tal pretensión desvirtúa de plano el sacrificio de Cristo que nos permite, a cada cristiano, mantener una relación personal con Dios a través de Jesucristo, el Sumo Sacerdote, sin la intervención de nadie más ni la necesidad de ninguna mediación humana. Cada cristiano es parte integrante de “un sacerdocio real”.

La evidencia muestra que, originalmente, los términos “superintendente” (epískopos) y “anciano” (presbyteros) eran intercambiables, describiendo el uno la propia función, y fijando el otro la atención en la cualidad de la madurez de la persona. Es posible y factible que hubiera sido práctica habitual el que uno de los ancianos actuara como presidente en sus reuniones y deliberaciones. Pero, con el tiempo, se decidió que preeminentemente uno de los ancianos asumiera la posición de “superintendente”, de manera que ese término llegara a tener aplicación solamente en el caso de esa persona, y no aplicara a todos los ancianos por igual. ¿Por qué sucedió así? Un comentarista nos dice:

La concentración de mayor autoridad en una sola persona evidentemente se consideró como un paso de carácter “práctico” que pudo ser justificado por las circunstancias, teniendo en cuenta la consecución de un buen fin. La introducción de falsas enseñanzas, y quizá también las oleadas de persecución que se experimentaron, fueron la causa de que los ancianos percibieran lo práctico de que hubiera una mayor concentración de autoridad en una sola persona, quien llegó a ser EL superintendente, el único superintendente entre los ancianos. Debido a que el término “obispo” proviene de la palabra griega para “superintendente” (episkopos), ahí tuvo su comienzo el oficio de obispo. Naturalmente afloraron diferentes puntos de vista y enseñanzas erróneas en las congregaciones cristianas. Si quienes llevaban a cabo el servicio de pastoreo hubieran tenido en cuenta la verdad según las Escrituras, incluyendo las enseñanzas de Jesucristo y sus apóstoles, como arma espiritual para combatir aquellas enseñanzas, habrían demostrado tener confianza en el poder de la fe para ‘derribar razonamientos y toda cosa encumbrada que se levanta contra el conocimiento de Dios’, como lo expresó el apóstol Pablo. Pero en cambio, ahora los hombres se habían vuelto a las armas carnales, recurriendo a un encumbramiento de la autoridad humana con la excusa de mantener la unidad cristiana y, supuestamente, la pureza de la fe.

Esos mismos argumentos que anteriormente habían permitido la instauración de un arreglo monárquico, donde uno de los miembros del cuerpo de ancianos vino a ser el único Superintendente (u obispo), alguien en torno a quien la congregación podía unirse como un “centro visible de autoridad” y que más tarde llevó a la formación de sínodos o concilios para una región particular, “condujeron hacia un centro visible para toda la iglesia”, ahora a nivel internacional, una práctica absurda que alcanza su máximo exponente en la Iglesia Católica, la Gran Ramera de la que nos habla la Biblia; sino que también fue implementada por iglesias “cristianas” como vemos hoy en Asambleas de Dios y otros “concilios” de iglesias.

Inicialmente, los concilios de superintendentes tuvieron influencia tan sólo sobre un área, provincia o región particular. Sin embargo, con la celebración del Concilio de Nicea (325 D.C), se comenzó a universalizar el asunto, abarcando todo aspecto.

El creciente énfasis en la autoridad humana que había comenzado como algo dentro de la congregación y, posteriormente, entre varias congregaciones, al final llegó a internacionalizarse.

El Concilio de Nicea fue convocado por el emperador romano Constantino (un hombre que a pesar de proclamar su conversión no estaba bautizado en ese momento), principalmente para conseguir una posición unificada entre los obispos cristianos (superintendentes) concerniente a la relación existente entre Cristo y Dios, asunto que estaba dividiendo profundamente a muchos. El asunto no se circunscribía a la divinidad de Cristo, un hecho aceptado, sino que se discutía si Cristo debería ser identificado totalmente con la divinidad suprema, el Soberano del cielo y la tierra. Según Sócrates, la reunión estuvo cargada de insultos e improperios entre estos obispos o superintendentes “cristianos”. Según Eusebio de Cesarea (aprox 260-339), Constantino ejerció su influencia directa y personalmente para que el Concilio declarara que Jesús “fue engendrado, no creado, el único que comparte existencia con el Padre”. Sea cual fuere el nivel de intervención y dominio de este emperador pagano en el concilio, todo lo adoptado allí llegó a ser ley para la iglesia y para el imperio de Constantino.

Según Ecclesiastical History, 1.9, de Sócrates, Constantino escribió a la iglesia de Alejandría (Egipto) que “la terrible gravedad de las blasfemias que algunos estaban descaradamente profiriendo con respecto al poderoso Salvador, nuestra vida y esperanza”, ahora había sido condenada y contrarrestada, “pues lo que ha resultado aceptable para el juicio de trescientos obispos no puede ser otra cosa que la doctrina de Dios.

Entre la mentalidad de los cristianos, que ya aceptaban en mayor grado la autoridad humana, aún por encima de su propia consciencia y criterio personal, se creyó que debido a que cierto número grande de líderes religiosos (obispos) habían votado a favor de cierta posición doctrinal, ese mero hecho garantizaba como correcto el asunto, convirtiéndolo en doctrina de Dios. Miremos a nuestro alrededor, a los líderes de iglesias “cristianas” y concilios: nada ha cambiado al respecto. Si un líder “cristiano” lo dice, se asume como cierto; si lo dicen los “superintendentes” de un concilio enorme como el de Asambleas de Dios, con mayor razón.

Transcurrieron algunos siglos para que la falsa enseñanza de la validez de una autoridad humana sobre la iglesia, sustentada pobre y torcidamente en la necesidad de unidad de creencia y criterio, llevara a la ya descarriada iglesia a la creación de un número creciente de puestos de prominencia que correspondían al desarrollo y crecimiento de la “iglesia” y creando áreas adicionales, “ministerios especiales” (alabanza, jóvenes, liberación, etc) y niveles de autoridad. Es decir, una jerarquía religiosa similar a la de la satánica Iglesia Católica.

Así, bajo la excusa de la uniformidad de creencias, se perdió la libertad cristiana. Asuntos referentes a doctrina o comportamiento fueron zanjados no mediante la exhortación o la comprobación escritural, ni mediante la discusión y la prueba bíblica, sino mediante la imposición de la “autoridad” jerárquica que le confería a ciertos hombres el poder para hacerlo..


Consideraciones finales


Es necesario repetir que las diferentes designaciones de pastor, maestro, evangelizador, y así por el estilo, describen servicios que deben rendirse, trabajo que debe hacerse a favor de la comunidad cristiana, no cargos en el sentido de posiciones institucionales en un arreglo estructurado de ningún tipo. Ya vimos que el apóstol menciona “apóstoles, profetas, maestros” en su comparación de la comunidad cristiana con el cuerpo humano; pero antes de eso él describe las dádivas espirituales que capacitan a todos, a cada uno de los miembros (por tanto, incluso a los apóstoles, profetas y maestros) para cuidarse mutuamente unos de otros, y al hacerlo así, él pone la atención, no en cargos o posiciones organizacionales, sino en servicios y trabajo, diciendo:

Hay diferentes maneras de servir, pero es a un mismo Señor a quien servimos Y hay diferentes maneras de hacer las cosas, pero es un mismo Dios el que las hace en todas las personas. Dios da a cada uno alguna prueba de la presencia del Espíritu, para el provecho de todos. . . Pero todas estas cosas las hace el único y mismo Espíritu, el cual reparte las diferentes capacidades a cada persona según él mismo quiere. (1 Cor. 12:5-7;11)

En el versículo 28 de la porción antes citada de 1 Corintios 12, junto con nombres tales como “apóstoles”, “maestros”, “profetas”, el apóstol también lista algunos formas verbales como “asistir a los necesitados” y “presidir la asamblea”.

Así, en la iglesia, Dios ha encomendado diferentes funciones, poniendo a unos como apóstoles, a otros como profetas y a otros como maestros. También hay los que hacen milagros, los que pueden sanar a otros, los que ayudan, los administradores y los que poseen el don de hablar en lenguas extrañas. (1 Cor. 12:28) (subrayado mío)

Algunas traducciones convierten estas formas verbales en nombres, tales como “ayudantes, administradores” (The Revised Standard Version), “ayudantes, buenos guías” (Biblia de Jerusalén), “ayudantes, consejeros” (Phillips Modern English), “asistentes, administradores” (New American Bible, Edición Revisada), “[los que tienen] habilidad para ayudar a otros o poder para guiarlos”, (The New English Bible).

Como afirma el erudito Robert Banks: [Las dos formas verbales griegas] simplemente significan prestar asistencia y dar dirección de un modo menos personalizado. . . . ‘obras de ayuda’ e ‘iniciativas prácticas’ son tan cercanas entre ellas como sea posible. Otra vez, estos términos no son de carácter técnico. Ciertamente, no tienen que ver con posiciones oficiales en la iglesia. Su aplicación a funciones, más bien que a personas envueltas en esas funciones, su rango tan bajo en la lista de dádivas y, quizás, su aparición sólo aquí en el Nuevo Testamento, apoyan esto.

En la obra New International Dictionary of New Testament Theology, Tomo I, página 197, encontramos este comentario:

El presente escritor cree que en la iglesia conocida por Pablo todavía no había cargos institucionalizados o diferenciados con precisión. . . . Esto se confirma por la lista de dádivas en Rom. 12:8, donde el prohistamenos [“dar dirección” o “cuidar de”] se caracteriza por spoude (celo). El prohistamenos se lista junto al didaskon (el que enseña), el parakalon (el que exhorta), el eleon (el que hace obras de caridad). Todas estas palabras son formas verbales, que sugieren una actividad más bien que un cargo.


El asunto de las diferentes formas de traducir una palabra

También en estas consideraciones finales, es necesario aclarar que algunos que llevan la delantera en la obra del Señor, que se han distinguido por su servicio fiel y su celo en dejarse guiar únicamente por la bendita palabra de Dios, como estoy seguro de que es el caso del hermano que me exhorta a no ser “rebelde”, tienen sus puntos de vista particulares basados en algunas versiones y traducciones de la Biblia. El caso es que, como se dijo antes, cuando buscamos un entendimiento de algún texto “difícil”, siempre debemos tener la visión de la Palabra de Dios como un “todo” coherente.

Si queremos desarrollar un punto de vista exacto en la compresión de la Biblia, debemos tener en cuenta que, a menudo las palabras del lenguaje original permiten una variedad bastante amplia de significados.  Por ejemplo, mientras algunos traductores escogen aquellos significados que dan apoyo al concepto de un arreglo estructurado y de considerable autoridad oficial, como los traductores de New American Bible lo hacen cuando emplean en Romanos 12:8 la expresión “el que manda debería ejercer su autoridad con cuidado”. Aquí la expresión “el que manda” es una traducción del griego ho proistámenos (literalmente, el [uno] que está de pie delante). De igual manera, otras traducciones que dan un tono autoritario a su traducción emplean términos tales como “el hombre con autoridad” (Phillips Modern English), “líder” (The New English Bible, The New Revised Standard Version) “liderazgo . . . gobierno” (The New International Version).

Por otro lado, la versión Dios Habla Hoy, traduce proistámenos, como “el que ocupa un puesto de responsabilidad”; la Revised Standard Version vierte esta misma expresión simplemente como “el que da ayuda”; igual lo hace la Nueva Biblia de los Hispanos: “el que presta ayuda”.

La diferencia de traducciones es debida a que el término del lenguaje original (proistemi) tiene una amplia gama de significados. Igual puede significar: guiar, dirigir, asistir, proteger, representar, cuidar de, apoyar, preocuparse de, aplicarse en

El contexto debe ser la guía para saber cuál de estos significados es apropiado. Generalmente en los lugares del Nuevo Testamento donde aparece este término, los traductores escogen entre los dos sentidos de “dirigir” y “cuidar de“. Los que se sienten inclinados por aportar un tono de autoridad, lo hacen; los que favorecen un sentido de cuidar y de apoyar, lo indican con su traducción. Independientemente de las preferencias personales, la traducción “el que da ayuda” tiene validez plena y armoniza perfectamente bien con el espíritu del Nuevo Testamento como un todo, y particularmente con el ejemplo del Hijo de Dios.

La misma expresión aparece en 1 Tesalonicenses 5:12, donde encontramos esta exhortación según vierte La Biblia de Jerusalén:

Os pedimos, hermanos, que tengáis en consideración a los que trabajan entre vosotros, os presiden en el Señor y os amonestan.

Encontramos otra vez una categoría similar de traducciones de esta expresión. Algunas leen: “[los que] ejercen autoridad en el Señor” (New American Bible); “[aquéllos] sobre vosotros en el Señor” (The Revised Standard Version); “os gobiernan en el Señor” (EUNSA).

Pero otras traducciones, traducen: “[los] que os conducen en el servicio del Señor” (AT), “[los] que el Señor ha escogido para guiaros” (Today’s English Version), “[los] que os dirigen y aconsejan en el Señor” (Versión Popular), “[los que] os presiden en el Señor y os amonestan” (Versión Reina-Valera 1960), “[los que] os presiden y os aconsejan en el nombre del Señor”, (Versión Interconfesional). De igual manera, en este versículo, igual que en 1 Corintios 12:28, no se emplean nombres, sino las formas verbales “trabajando”, “cuidando (o conduciendo)”, y “enseñando (o amonestando)”.

Indicando las diferencias que esto produce, Banks comenta:

“Estas tres palabras juntas indican simplemente el esfuerzo invertido  por estas personas en llevar a cabo sus tareas, el carácter apoyador de su trabajo y la nota de exhortación y de advertencia apropiada para ello. . . . lo que está en juego aquí no son posiciones oficiales dentro de la comunidad, sino funciones especiales.”

Individualmente cada cristiano es libre de juzgar la autenticidad del mensaje. Cada uno de nosotros está obligado (cabe ese término) a juzgar lo genuino de cualquier mensaje que le sea presentado. Cada uno debe  tomar su propia decisión en cuanto a su validez, haciéndolo sin importar las pretensiones que acompañen a ese mensaje, sin tener en cuenta el ropaje de autoridad con el que venga investido. Eso se desprende de las palabras del propio Jesús cuando, con respecto a sus verdaderas ovejas, dijo lo siguiente:

... y sus ovejas le siguen [al verdadero Pastor], porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños. (Juan 10:4-5)

Jesús ordena que sus ovejas juzguen por sí mismas si es Jesucristo quien les habla  a través del mensaje que estén recibiendo. Cuando el mensaje está cargado de exaltación de los hombres mediante habla autoritaria, o está lleno de propuestas dogmáticas y legalistas que anulan totalmente la tolerancia, la compasión, o que desvirtúan la gracia de Dios al asegurar que podemos comprar con billetes de alta denominación su misericordia, necesariamente ese mensaje ha de tener un sonido extraño para las ovejas que conocen la Palabra, sin importar si tal mensaje proviene de personas que alegan representar al gran Pastor. Antes que adherirse al punto de vista que a veces se escucha en cuanto a que “incluso estando equivocados, hay que seguir adelante y no fijar su mirada en hombres que enseñan mal”, Jesús dijo que sus ovejas habían de distanciarse lo más lejos posible de quienes, mediante proposiciones tiránicas, se muestran extraños al espíritu del cristianismo. Existen motivos razonables para evitar a esas personas en vista de que los hechos históricos no dejan lugar a dudas de la tendencia innata en los hombres para encontrar la manera de imponer su voluntad y su manera de ver las cosas a los demás, suplantando así de una u otra manera la voluntad de Dios y de su Buen Pastor.

Lo que significa pertenecer al Cuerpo de Cristo

El unirse a alguna organización o denominación religiosa o iglesia no tiene nada que ver con el ingreso en ese cuerpo al que las que las Escrituras llaman el Cuerpo de Cristo. Nos convertimos en miembros de ese cuerpo de Cristo de una sola y única manera, por nuestra fe. Cualquiera que haya aceptado al Hijo de Dios como su Cabeza, se convierte en parte de ese cuerpo. Es la fe individual, personal de cada uno lo que lo conecta a esa Cabeza, y la jefatura guiadora de Cristo continúa siempre disponible a cada uno como persona.

Aunque un creyente ya forma parte de un cuerpo colectivo debido a una fe compartida mutuamente, nadie depende de la intervención o mediación de otro miembro o grupo de miembros para tener acceso a esa jefatura o para recibir su guía. Pues “Cristo es la cabeza de todo varón” y, a través de Cristo y de parte de Dios “a cada uno [a cada hombre y a cada mujer] le es dada la manifestación del Espíritu para provecho”, asignando Sus dones “a cada uno en particular”. Hay “diferentes capacidades que una persona puede recibir”, “diferentes maneras de servir” y “diferentes maneras de hacer las cosas” pero el “mismo Espíritu”, el “mismo Señor” y “el mismo Dios el que las hace en todas las personas”.

Como miembros de ese cuerpo, no es menos cierto que somos “miembros que pertenecemos individualmente unos a otros”. A los cristianos se nos muestra que debemos ser, no miembros de un sistema religioso, sino miembros de una comunidad religiosa, un cuerpo de personas similar a una familia bajo la jefatura del Hijo de Dios.

Los cristianos del primer siglo no “pertenecían” a una ekklesia, iglesia o congregación local, en el sentido de pertenecer, o de ser miembros formales “carnetizados” de una organización religiosa. Si se reunían con otros, formaban parte, en virtud del propio acto de reunirse, de la “reunión” o “asamblea” local (ekklesia). La “llamada” que los congregaba no provenía de alguna autoridad religiosa. Era la llamada de las buenas nuevas del evangelio de Cristo que los atraía, una llamada no meramente para compartir sus propios pensamientos y opiniones, sino básicamente para oír el mensaje de Dios.

Otro factor que contribuye a nuestro entendimiento es el principio establecido en Efesios 4:11-16, ya citado. Este pasaje afirma que los servicios que rinden las personas en las congregaciones, incluyendo los realizados por los apóstoles, profetas, evangelizadores, pastores y maestros, fueron todos diseñados para llevar a la gente a una meta. Como hemos visto, la meta era, no que permaneciesen siendo niños, necesitando que otros les enseñasen y les pastoreasen, sino que tenían que “crecer en toda forma unidos en Cristo, quien es la cabeza del cuerpo”. El paso del tiempo debería reducir su necesidad de que otros les rindiesen tales servicios y debería aumentar su propia habilidad para actuar como personas adultas, maduras, que no son constantemente dependientes de otros. En la carta a los Hebreos el escritor reprende a aquéllos a los que se dirige, diciendo: “Después de tanto tiempo ya debíais ser maestros”.

En lugar de continuar en la necesidad constante de un servicio de pastoreo por parte de otros, cada cristiano debe adquirir fuerza para ser capaz de acudir por sí mismo en ayuda de los demás. Pablo escribe, no a los representantes de una iglesia o a los líderes de una organización, sino a los cristianos en Galacia en general y, por supuesto, a todos nosotros:

Hermanos, si alguno incurre en falta, vosotros que sois hombres de espíritu, debéis corregirle con amabilidad. Y manteneos todos sobre aviso, porque nadie está libre de ser puesto a prueba. Ayudaos mutuamente a llevar las cargas, y así cumpliréis la ley de Cristo. (Gálatas 6:1-2)

Exhortación a los “líderes” y “gobernantes” de la iglesia

Aunque cada uno –insisto- es libre de creer lo que le parezca y de interpretar las Escrituras como le convenga, no es menos cierto que hay una sola verdad y que esta verdad es la bendita Palabra de Dios, como un todo; esa verdad a la que solamente el Espíritu Santo nos puede conducir. Si abordamos el tema con honestidad y humildad, seguramente que Él nos guiará a esa verdad. Si nos apartamos de esa verdad por intereses egoístas o de cualquier otro tipo, nos causaremos daño a nosotros mismos. Es importante que nos examinemos interiormente para descubrir nuestra motivación, como lo dice el apóstol:

Pónganse a pensar en su manera de vivir, y vean si de verdad siguen confiando en Cristo. Hagan la prueba, y si la pasan, es porque él vive en ustedes. Pero si no confían en Cristo de verdad, es porque él no está en ustedes. (2 Cor. 13:5)

No es mi intención, Dios lo sabe, empujar a nadie para que se separe de su denominación confesional ni para causar “división” en la iglesia de Cristo, tal y como me acusa el pastor de “Vida para las Naciones”, de Asambleas de Dios.

A cada “lider”, “pastor”, “dirigente”, “superintendente” o como quiera que se llame su cargo de autoridad y que, usando el nombre de Cristo se ha colocado como gobernante de sus hermanos cristianos, debería hacérsele la pregunta que formula Pablo en 1 Corintios 1:13 y que se podía parafraear: “¿Acaso usted fue crucificado por otras personas..?” o “¿compró usted con su vida a otras personas para que le deban obediencia..?”

A quienes detentan títulos ostentosos como “escatólogo”, “apologista”, “teólogo” “doctor” “PhD”, “Maestro en Alta Crítica” y demás “meritos” que se puedan esgrimir a favor de su “autoridad” espiritual, y con los cuales pueden atemorizar a quien pretenda buscar la dirección personal del Espíritu Santo, una advertencia amorosa y una exhortación final:

Oh, Timoteo, guarda lo que se ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia, la cual profesando algunos, se desviaron de la fe. (1 Timoteo 6:20-21)

La “falsamente llamada ciencia” no ha hecho otra cosa que desviar la atención debida hacia la verdad, Jesucristo”, para dirigirla hacia los otros miembros del cuerpo educados “seglarmente” en materias aparentemente relacionadas con la fe pero que no son más que parte de esa falsamente llamada “ciencia” que están desviando a los cristianos del Salvador.

Pablo, hombre educado en la ciencia seglar, tuvo toda la autoridad para hacer la siguiente declaración:

¡Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios. De él os viene que estéis en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención, a fin de que, como dice la Escritura: El que se gloríe, gloríese en el Señor. (1 Corintios 1: 26-31)


Dios los bendiga

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